Más historias de las esquinas de Mérida

—¿Qué te diré, comadre? No me simpatizó ese campechano la primera vez que fue gobernador hace tres años y tampoco me gusta ahora…

—No es campechano. Estaba en San Francisco destacado como general de la guarnición… es colombiano.

—Tanto peor… y se volvió general más rápido que sube un volador de feria.

—Sabes muy bien cuál fue el camino.

—Claro que sí… la Margot López de Santa Ana, hermana del señor presidente… Así no digo si no. Directo al cielo.

En la puerta de su residencia (calle 74 con 61, entonces sin adoquín), en el borde del rumbo de Santiago, doña Ana Jacoba Sánchez platicaba sabrosamente todas las tardes con su comadre y vecina doña Sara María Cosgaya, ambas en amplios sillones de cedro y petatillo.

Durante aquel año de 1837 las lluvias habían escaseado y noviembre se presentaba un poco seco y ceñido por el calor.

Las dos mujeres, a la usanza yucateca, tomaban “el fresco” o vientecillo que llegaba desde la no lejana costa. De vez en cuando, con los abanicos se cubrían el rostro para salvar los remolinos de polvo.

—Creo que mañana —dijo doña Ana— veré que Petra me cocine salpimentado. Tengo miedo del mal de vientre.

—Hay que tener cuidado. No te vaya a pasar como al señor gobernador aquí a la vueltecita… Las dos mujeres debieron sacar sus pañuelos para cubrirse el rostro de la rojez que les produjeron las risas… Dios mío, qué gracioso recordar aquel incidente…

Leyendas del centro de Mérida: ¿Quién fue Francisco de Paula Toro?

El gobernador desesperado, presa del cólico y entrando al vuelo en el montecito del solar de los Lizama. Francisco de Paula Toro había nacido en Cartagena, Colombia, y siendo mozo de 23 años pasó a México por el puerto de Veracruz, donde residió un tiempo. La suerte lo hizo asistir a las peleas de gallos que se daban en una hacienda situada a 20 kilómetros de Tlacotalpan, propiedad del general Antonio López de Santa Ana.

YouTube video

Fue en dicha estancia donde el destino urdió su tela: Francisco conoció a la hermana del propietario, de nombre Margarita, y brotó un amor que no tardó en derivar en casorio. Bajo la protección de don Antonio, el joven colombiano fue incorporado al ejército con grado de capitán y su ascenso ya fue imparable.

Santa Ana envió a su cuñado a San Francisco de Campeche en 1832 para que vigilara sus intereses políticos y fue ahí donde, dos años mas tarde, se levantó en armas pidiendo gobierno centralista, a lo que se opuso el gobierno yucateco con sede en Mérida.

Como resultado del avance centralista, don Francisco fue gobernador de Yucatán durante siete meses entre los años 1834 y el siguiente. Mas adelante sería gobernador interino durante el lapso 1837-38 que es cuando tuvo lugar la anécdota que se refiere en este escrito.

Historia de la esquina “El toro agachado” en Mérida, Yucatán

Durante su segundo mandato, don Francisco vivió en una casona por el rumbo de San Juan, en cuya iglesia escuchaba misa todos los días no por piedad, sino por estrategia, pues sabia perfectamente que el conservadurismo meridano era una piedra de sostén para los proyectos de su poderoso cuñado y los suyos propios.

Por los mismos motivos, el gobernador era muy dado a visitar el convento de las madres concepcionistas en el actual cruce de las calles 63 y 64, pero que, entonces, antes de las expropiaciones mutilantes de la reforma juarista abarcaba con sus muros hasta la calle 66. Las concepcionistas fueron célebres por sus guisados, panes y dulces.



La esquina de "El toro agachado", en la 61 con 74, en imagen de Google Maps
La esquina de “El toro agachado”, en la 61 con 74, en imagen de Google Maps

Nada como sus conchas y polvorones de nuez para hacerlos nadar en los chocolates matutinos. Eran inolvidables sus hojaldras de jamón y esas “carnes en bolsa” o patés que eran el lujo de cualquier merienda. La tarde del jueves 4 de mayo de 1837, las santas madrecitas se habían excedido en muestras de honor para su excelencia el gobernador: esferas de mazapán, empanadas de carne, dedos de novia. Por cortesía, don Pancho dio cuenta de todo… olvidando por un momento su dolencia de colon.

—¿No querría su señoría probar este pan de natas?

—De seguro no nos despreciará este batido de huevos con almendra… Dos horas después del agasajo, entrando la noche, ya en el interior de su amplia carroza el gobernador de Paula Toro sintió un retorcijón en lo bajo de su ya voluminoso vientre.

“Aquí se agachó el Toro…”

A los espasmos siguió una tormenta de gases que obligó al magnate a abrir el postigo del carruaje para disipar los excelentísimos olores. A dos cuadras del barrio de Santiago ya no pudo soportar el gobernador las ansias de evacuar el vientre, así que ordenó imperiosamente a su lacayo:

—Detente en la esquina que viene… necesito dar libertad a una urgencia. Descendió el colombiano de la carroza y a toda prisa se perdió en un matorral que formaba parte del amplio terreno de don Patricio Lizama.

Agachado como bien pudo, el funcionario salvó su necesidad a tiempo, sin manchar las galas de su traje, aunque un pañuelo de encaje tuviese que servirle para la más elemental de las higienes. Anselmo y Licho, dos borrachines que pasaban horas en aquella esquina, se percataron claramente del hecho y no tardaron en divulgarlo para el placer de los chismosos:

—Aquí se agachó el Toro… aquí mismo… Lo vimos muy bien. Doña Ana Jacoba y su comadre, muy felices con la anécdota que rumiaron durante meses. De entonces hasta la fecha, la esquina se llama “El Toro agachado”.— Mérida, Yucatán. jorgealvarezredon@hotmail.com

*Cronista de Mérida

Este texto se publicó por primera vez en la edición impresa de Diario de Yucatán el 3 de julio de 2018.

Más historias de las esquinas de Mérida