A 113 años del inicio de la Revolución Mexicana, el rol de la mujer en esta guerra aún no ha sido suficientemente estudiado ni eficientemente representado.
“Si bien hay un sinnúmero de representaciones de caudillos como Pancho Villa, Emiliano Zapata, etc., la histórica participación de la mujer ha permanecido invisible debido al arquetipo supresor de la soldadera”, considera la investigadora María Teresa Martínez-Ortiz.
En su ensayo “Carmen Serdán: la invisibilidad histórica de las guerreras de la Revolución Mexicana frente a las representaciones culturales del mito de la soldadera”, indica que si bien las mujeres servían a los soldados en diferentes maneras, no recibían un sueldo regular, y si había prostitutas que viajaban con la tropa, no todas las mujeres eran sirvientas o prostitutas, por supuesto; pero ese fue el estereotipo que prevaleció durante el siglo veinte.
Agrega que el término “soldadera” es ineficiente para describir la experiencia femenina en el campo de batalla, pues si bien es cierto que la mujer que acompañaba al soldado tenía a veces necesidad o voluntad de combatir, eso no la convertía en soldadera sino en guerrera. “Es esencial que ésta última sea analizada exhaustiva e independientemente”.
Soldaderas de la Revolución Mexicana
Las mujeres participaron de un movimiento armado en las condiciones más adversas imaginadas como transportistas de armas y municiones, espías, contrabandistas, despachadoras de trenes, telegrafistas, enfermeras, farmacéuticas, empleadas de oficina, reporteras, editoras de periódicos importantes, mujeres de negocios y maestras.
Su participación fue tan importante, indica la investigadora Julia Tuñon, en su libro “Mujeres en México. Recordando una historia”, que incluso redactaron planes y manifiestos, por ejemplo, Dolores Jiménez y Muro redactó el Plan Político Social contra Porfirio Díaz en 1911. Otras mujeres plantearon demandas, que fueron incorporadas en las nuevas legislaciones y otras, incluso, llevadas a la práctica. La ley del divorcio con disolución de un vínculo expedida por Venustiano Carranza en diciembre de 1914, la Ley del Matrimonio que decretó Emiliano Zapata en 1915, y la Ley sobre Relaciones Familiares, expedida también por el gobierno de Carranza en abril de 1917, son algunos ejemplos.
Las mujeres que seguían al general Pancho Villa eran espías en los campamentos federales, y otras participaron como combatientes en las batallas, algunas ocupando el lugar del marido muerto y su grado militar; otras llegaron a ser coronelas, el grado militar más alto.
Revolucionaria de Quintana Roo
Margarita Neri, por ejemplo, fue comandante de una guerrilla durante la toma de Culiacán, Sinaloa en 1911. Nacida en Quintana Roo en 1865, era dueña de una hacienda antes de la Revolución. Tras ser abandonada por los hombres durante el conflicto, Margarita Neri creó su propio ejército de casi mil hombres en tan sólo dos meses.
En “Las soldaderas”, la escritora Elena Poniatowska rescata los nombres de mujeres mexicanas que sirvieron como militares en la Revolución, como Rosa Bobadilla y María Esperanza Chavira, ambas coronelas zapatistas, a la villista Carmen Parra, alias la Coronela Alanís, a Clara de la Rocha, una “comandante de guerrilla” o a Carmen Vélez (la Generala) quien comandó a más de trescientos hombres en Tlaxcala.
Por las páginas de “Las soldaderas” deambulan Catalina Zapata Muñoz, capitán primero zapatista, y Ángela Gómez Saldaña, agente confidencial de Zapata. Junto a ellas están igualmente Petra Herrera, travestida en un principio como Pedro Herrera, y María Quinteras, “quien tuvo a su esposo como capitán bajo su mando y ella nunca le pagó”. Quinteras misma “se negó a recibir pago alguno de Pancho Villa . . . que menospreciaba a las mujeres”, lo que le mereció el respeto del Centauro del Norte.
Entre los nombres rescatados por Poniatowska encontramos el de la coronela Carmen Amelia Robles, “más plana que una tabla … Si con la mano derecha disparaba, con la izquierda sostenía el cigarro”, y el de Petra Ruiz, travestida como “Pedro Ruiz” y “más certera que un torpedo”.
Mujeres en la revolución de México
Junto a la mujer que al menos logró trascender la Revolución con nombre y apellido, aunque no con reconocimiento, Poniatowska rescata a la mujer anónima que sirvió como “señora comidera, recogió leña, acarreó agua e hizo tortillas, dio el pecho al hijo hambriento, tuvo que disfrazarse de hombre, encerrarse a piedra y lodo, o de plano seguir a sus padres y refugiarse en las montañas para evitar la violación y el secuestro”.
Dice la escritora que si no fuera por las fotografías de Agustín Casasola, Jorge Guerra y los kilómetros de películas de Salvador Toscano, nada sabríamos de esas mujeres porque “la historia no sólo no les hace justicia sino que las denigra”.
La investigadora María Herrera-Sobek analiza la presencia de la mujer revolucionaria en el corrido mexicano, y enfatiza que los corridos que dan cuenta de la mujer combatiente son raros. Muy pronto la letra de hasta los corridos más famosos como “La Adelita” y “La Valentina,” comenzaron a localizar a la mujer lejos de toda acción violenta, pues la presencia de la mujer asumiendo roles no convencionales era amenazante.
Además del corrido, la mujer revolucionaria siempre aparece como telón de fondo en la literatura y el cine.
Mujeres revolucionarias
“Si bien ha habido un sinnúmero de representaciones, buenas y malas, sobre Pancho Villa y otros caudillos, es muy desalentador que no haya intentos serios por reconstruir la vida de revolucionarias históricas. A pesar de las múltiples y disparatadas leyendas sobre la verdadera identidad de La Adelita o La Valentina, no hay un consenso que avale definitivamente su existencia concreta en la historia. Sin embargo, el carecer de corroboración histórica no les ha impedido a estas ‘soldaderas’ convertirse en mitos populares, en leyendas fantásticas, en constructos culturales que pretenden contener a toda mujer, histórica o de ficción, participante en la Revolución Mexicana”, concluye Martínez-Ortiz.— Patricia Garma Montes de Oca