Muchos detalles recordarán los aficionados yucatecos de José Martínez. Uno, que todos le decían “Cafecito” y casi nadie le llamaba por su nombre de pila.
Otra, su aparente flacidez para moverse. Espigado, delgado, siempre caminaba como si fuera a irse de lado, hasta parecía que tropezaría o el viento se lo llevaría “de corbata”.
Y del diamante, la lista de momentos sería interminable para un pelotero de casi dos décadas como jugador profesional.
“Te lo dije…”, espetó al reportero del Diario cuando, con la Copa Zaachila en manos, festejaba como niño luego de que los Leones de Yucatán hicieron la hombrada de coronarse en el Estadio Monterrey con una épica remontada ante los Sultanes. Los melenudos ganaron el Juego 6 a las faldas del Cerro de la Silla y se llevaron el Juego 7, en el que el venezolano bateó de 5-4, con un cuadrangular y cinco carreras producidas.
El viernes, cuando José Alberto Martínez (25 de julio de 1988, La Guaira) anunció su retiro, decenas de aficionados yucatecos le manifestaron su respeto y admiración. Tienen mucho para recordarlo. En su país, ni se diga de las muestras de cariño y admiración.
Martínez llegó a los Leones en la recta final de la temporada de 2022, procedente de Monclova, donde igual fue un jugador admirado.
Y con las fieras se adaptó a las circunstancias que requería el equipo, dirigido por Roberto Vizcarra.
Fue clave en el cierre de la temporada y luego en los playoffs. En la batalla ante los Diablos, su tenacidad, el pelear turnos y batear a la hora oportuna, ayudó a los melenudos. Luego de que Yucatán se vio abajo en la Serie del Rey y regresó a Monterrey en situación comprometida, Martínez, que casi no era de hablar, dijo: “Ustedes los reporteros y los fanáticos se angustian más que nosotros los peloteros. Esto no se ha acabado”.
Dijeron lo mismo peloteros como Yoanner Negrín, Yadir Drake, Henderson Álvarez, gente con largo colmillo. En realidad, esa mentalidad estaba en el equipaje de los peloteros y en el “cuaderno de viaje” del que escribe.
Drake dijo: “Sí es posible, lo verán”. Y en el aeropuerto, al llegar a tierras regias, “Cafecito” hizo la señal de que bebía una taza de café y dijo sonriente: “Nos vamos a coronar…”
Se coronaron, contra pronóstico. Y se le recuerda en el avión con su puro y el cabello mulix o afro mojado de cerveza y licor. ¡Qué importa! En la noche, bailando con su franela 40, su corona y levantando la copa frente a la Plaza Grande en la celebración de los monarcas.
Parecía improbable, como parecía poco creíble que pudiera jugar como una estrella, si correr se le dificultaba, con las piernas que se le veían acabadas. Difícil que fuera por una base extra o que le llegara a un elevado corto, cuando era patrullero. Pero respondía.
Ese año, desde antes de la Serie del Rey los Leones habían hecho pedazos el pronóstico, venciendo a los Diablos Rojos del México en una Serie de Campeonato del Sur que fue un desenlace de película. Los Leones remontaron la serie, igual ganando el sexto partido, y en el séptimo, dejaron humillados a los pingos en el meritito infierno del Estadio “Alfredo Harp Helú”.
Despedida
“Cafecito” llegó a los Leones como estrella. Hijo de un ex de MLB, José Martínez, fue jugador de la Gran Carpa varios años (Mets de Nueva York), y siempre todo un personaje. Su despedida, a los 38 años, sacudió a la pelota de su país. En un mensaje en redes sociales, dijo: “No es fácil reconocer que el camino está llegando a su fin, pero sí es un honor para mí. Mirar hacia atrás y sentir orgullo por cada paso que di, por cada liga donde jugué, y por cada batalla que superé, llevando el apellido Martínez con la frente en alto”.
Su despedida con los Leones no fue del todo lo esperado. Le tocó ser refuerzo de las fieras en la temporada 2024, que jugaron en Kanasín, casi sin público apoyándoles, con poco para el recuerdo. Y para el 2025, que regresaron las fieras al Kukulcán, ya no fue considerado para el róster.
Hay quienes escribieron que “estaba cerca de ser ídolo”. En realidad tal vez no haya alcanzado ese estatus, pero lo que se señala siempre es a peloteros que dejan huella.— Gaspar Silveira Malaver


