Secuestro del Presidente (Un cuento para reflexionar). Caminando a las 6 de la tarde en lo que años atrás había sido la plaza del zócalo, donde el pueblo se juntaba para la verbena del 15 de septiembre y escuchar de la voz del Presidente los vítores a los héroes de la Patria y los que le anexaba de su ronco pecho. Pablo continúa recordando que en esa explanada mujeres, estudiantes, trabajadores, se juntaban también para protestar, para gritar sus frustraciones, ahora es ocupada por un gran cuartel militar todo a su alrededor está vigilado por soldados, los mismos que con orgullo marchaban el 16 de septiembre y el pueblo les aplaudía.

Tiene que darse prisa para llegar a tiempo a casa, el toque de queda inicia a las 8 de la noche; el Ejército patrulla las calles, si lo ven, lo detienen 48 horas según el reglamento, ni cómo protestar porque en el remoto caso que lo haga le pegan un tiro por subversivo acusado de pertenecer a la RCM (Resistencia Cívica por México), organización que secuestró al Presidente hace dos años.

Aceleró el paso recordando ese Centro Histórico ahora casi en ruinas por el temblor del año pasado; sus viejos edificios, los que aún quedan de pie, pintados con propaganda y grafiti. Sorteando la basura acumulada por meses en las calles, se da prisa  para llegar al Metro, sombrío panorama de perros callejeros peleando por un mendrugo descompuesto, unos cuantos tendajones sirven comida y café a los pocos transeúntes; teporochos y mariguanos se levantan del suelo frío porque el rondín del Ejército los va a levantar y tal vez mañana ya no regresen. Tiendas, comercios, en otro tiempo repletos de gente están tapeados con maderas, al pasar enfrente se despide un olor a podrido a vómito al grado de taparse con un paño para no respirar esa porquería.

Pablo baja las destruidas escaleras de la línea 2 del Metro, la única que funciona, si tiene suerte. Hay que esperar por lo menos 40 minutos, demasiada gente llenará los 5 vagones, la alternativa es subirse al siguiente convoy porque ya no hay otro.

El secuestro y el rescate

Mientras hace fila para abordar en la obscuridad del andén por falta de luminarias, pasan por su mente las ocho columnas del periódico de ese agosto de 2037: daban la noticia del secuestro del presidente Antonio Valladares, perpetrado por el grupo de la Resistencia Cívica por México. La cosa se va a poner muy fea, comentaba Pablo ese día sus hijos, hemos tenido un gobierno fascista que le dio todo el poder al Ejército en afán de controlar el dinero, las instituciones, y al pueblo entero, convirtiéndonos en un estado militar peor de lo que fue Cuba.

Esto propició que el país se viniera abajo, después de experimentar infructuosamente con uniones partidarias que solo alimentaron los intereses personales de sus dirigentes. Presidentas y presidentes pasaron sin pena ni gloria, el bloqueo comercial de Estados Unidos, provocado por el mal gobierno, nos quitó la supervivencia económica, el petróleo mexicano sucumbió ante la enorme deuda de la paraestatal. Desesperación y coraje ciudadano dio vida a un grupo disidente para derrocar a Valladares y darle otro rumbo a México, lo tuvieron como rehén para presionar a las fuerzas armadas, pero en un enfrentamiento para rescatarlo, Valladares muere, ahora la milicia nos gobierna sin que podamos hacer nada, racionamiento de alimentos, salarios que no alcanzan para comprar lo más indispensable…

La salud pública militarizada ocasionó dos millones de defunciones en un año por malos manejos, medicamentos raros que nos mandan de Venezuela, Nicaragua, Cuba y algo de Rusia, los laboratorios farmacéuticos emigraron después del enésimo rebrote del Covid. No hay supermercados porque tampoco hay dinero para comprar, las escasas compras se hacen en las bodegas militares. El tráfico de drogas es solapado abiertamente por los mandos castrenses. Estados Unidos se deslindó del problema, el muro es una realidad a lo largo de toda la frontera.

Ya no se le dice Presidente al que gobierna, ahora se le llama General, un divisionario de 82 años divorciado que vive a todo lujo en Palacio Nacional, envestido con todo el poder por haber desaparecido las cámaras, la Suprema Corte y cuanta cosa le estorbaba.

Pablo finalmente se sube al Metro maloliente. El humo de los fumadores se deja sentir en sus pulmones, se da cuenta que un fulano va manoseando el trasero de una señora embarazada que no protesta, decide no meterse, la última vez que vio a un joven intervenir en un asunto similar lo bajaron en la siguiente estación, los soldados en lugar de apoyarlo le metieron una golpiza.

Se baja en Villa de Cortés donde recoge su bicicleta en casa del hermano para pedalearle hasta la Calzada de la Viga donde vive con su mujer y dos hijos, uno de 18 y otro de 14, justo 15 minutos antes del toque de queda. Soldados por todas partes patrullando y entrando a las casas con lujo de violencia en busca de armas o gente de la RCM.

–Se acaban de ir los soldados –le comenta su esposa llorando–. Me dejaron este papel que dice que nos van a expropiar la casa.

Con nerviosismo, Pablo lee el informe donde le aplican la extinción de dominio a su propiedad, cuentan con 24 horas para salirse, los van a mandar a las barracas de Santa Fe, una colonia militar con casas de 60 metros cuadrados.

Pablo lee en voz alta con risa de desesperación y coraje el último párrafo del oficio…

“Por el bien de todos, primero el Ejército”.

Un cuento negro, una reflexión, ahí se los dejo.— Mérida, Yucatán, 11 de septiembre de 2023

Twitter: @ydesdelabarrera