Macedonio Martín Hu (*)
Estudiar la Historia como una ciencia viva lleva a la construcción del pensamiento histórico y fortalece la conciencia social.
Justo Sierra Méndez, el “Maestro de América”, expuso este bello pensamiento: “Yo entonces podía decir y digo ahora: la historia se compone de resurrecciones; nada ha muerto, todo resucita y todo vive cuando ha resucitado, si se apropia y sabe adaptarse a las nuevas necesidades, a los nuevos medios”.
Ante el avance de las tecnologías que parece no tener fin, exhorto a estudiantes de todos los niveles de nuestro Estado a valorar la Historia.
Es imprescindible que los maestros promuevan el estudio de la Historia, con una metodología atractiva y nunca con engorrosos cuestionarios e inútil memorización de fechas.
Es necesario ponderar el papel fundamental de la Historia, de indagar hechos pasados trascendentes, con el propósito fundamental de conocer, comprender, interpretar y explicar el presente.
Josep Fontana afirma: “Desde sus comienzos, en sus manifestaciones más primarias y elementales, la Historia ha tenido siempre una función social. Hay que comenzar a construir, a un tiempo, la nueva historia y el nuevo proyecto social, asentados en una comprensión crítica de la realidad presente”.
Lo sustancial es comprender el papel primordial de la Historia: investigar, reconocer y registrar hechos pasados que impactan en la sociedad.
Así pensaron los griegos al fomentar la escritura de batallas memorables: “Historia de la Guerra del Peloponeso”, obra excelsa de Tucídides, uno de los padres de la Historia, quien vivió en torno a los años 460 a. de C.
Otros precursores de la historia fueron Homero, Polibio, Plutarco y Heródoto.
Al estudiar la Historia con mentalidad crítica se puede comprender que la lucha armada que estalló el 20 de noviembre de 1910 cimbró la estructura social, económica y política de México.
Entre los prolegómenos de la Revolución más importante de América Latina del siglo XX y que costó la vida de más de un millón de mexicanos está la muerte de Benito Juárez García.
El Indio de Guelatao, al propulsar el desarrollo económico del país, tomó medidas trascendentes: acabó con latifundios y el inmenso poder económico de la Iglesia católica, que poseía grandes extensiones de tierras improductivas.
La inesperada muerte de Juárez García, el 18 de julio de 1872, conmocionó a la clase política del país. Sebastián Lerdo de Tejada, presidente de la Suprema Corte de Justicia, ocupó por Ley la presidencia de la República. Al concluir su mandato pretendió reelegirse; su propósito fue rechazado rotundamente por todos los sectores.
Un grupo poderoso era encabezado por el general Porfirio Díaz Mori, miembro prominente del Ejército, que luchó tenazmente en contra de la invasión extranjera y se opuso reiteradamente al régimen juarista.
Porfirio Díaz llegó a la Presidencia de México en 1876, al triunfo de la revuelta de Tuxtepec. Al concluir su gobierno (1876-1880), ocupó la Presidencia el general Manuel González (1880-1884), muy cercano a don Porfirio.
La dictadura de Díaz Mori duró más de 30 años. Su última reelección fue en 1910. El militar oaxaqueño dejó la Presidencia de México en 1911, expulsado violentamente por la Revolución Social Mexicana de 1910.
En las tres décadas del porfirismo o porfiriato, el dictador mantuvo un férreo control y para ello contó con el apoyo incondicional de los ricos terratenientes, hacendados, y gozó las simpatías de la jerarquía de la Iglesia católica.
En el porfiriato se criminalizó a los periodistas críticos y reconocidos luchadores sociales, como Filomeno Mata, Jesús, Enrique y Ricardo Flores Magón, que fueron opositores a la dictadura porfirista; pagaron su osadía con la persecución y la cárcel.
La dictadura porfirista canceló la libertad de expresión, reprimió a los obreros y campesinos. En el porfirismo se popularizó como ignominia: la “Paz Social” y el “Silencio de los sepulcros”.
La historia registra hechos de la valentía de don Porfirio, como la Batalla de la Carbonera. Al “héroe del 2 de abril de 1867” se le reconoció su capacidad de mantener “controlados” a quienes lo rodeaban y su fina habilidad de negociación.
Las reelecciones de Benito Juárez resultaron a Porfirio Díaz un tema repulsivo. El dictador sorprendía por su capacidad para tratar asuntos de la seguridad nacional, se admiraba su nacionalismo y su inteligencia para persuadir, mejor dicho, para engañar a sus adversarios políticos, y a la opinión pública nacional e internacional.
En febrero de 1908, Porfirio Díaz concedió una entrevista al periodista norteamericano James Creelman, que fue publicada en la revista “Pearson Magazine”.
La entrevista Díaz—Creelman fue difundida en los Estados Unidos de América y causó tremenda tormenta política en México.
Los aspirantes a la Silla Presidencial, al conocer la entrevista Díaz-Creelman, en principio se inconformaron, quedaron anonadados con las ideas vertidas por el general oaxaqueño, que hizo creer a sus adversarios que ya nunca más se volvería a reelegir.— Mérida, Yucatán.
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Maestro de la Universidad Pedagógica de Mérida