El escritor y periodista peruano–español Mario Vargas Llosa publicó hace unos días la que será, según él mismo, la última de sus columnas en el periódico “El País”.

Como seguramente usted podrá recordar, Vargas Llosa se expresó durante décadas en la ya habitual “Piedra de toque” con textos igualmente celebrados y cuestionados más allá de las páginas del tabloide. Figura compleja y de una prosa que nunca deja indiferente a nadie, el autor de “La ciudad y los perros”, ya con 87 años de edad, se impone una tregua con la escritura. La decisión, por supuesto, es respetable.

Sin embargo, quienes lo estimamos como lectores, no podemos sino hacerle una rabieta al tiempo que le impone el silencio a una voz por demás crítica, profunda y necesaria, adjetivos que se comprueban al releer la última “Piedra de toque”.

En dicha entrega, don Mario recuerda el gran impacto de “El País” durante la transición democrática tras la salida del poder de Francisco Franco. Entre otros rasgos, el Nobel destaca uno: fue quizás el primer periódico en distinguir entre hechos y opiniones, lo que marcó una tendencia que otros seguirían de manera irrenunciable.

El autor de “La casa verde” y “Conversación en la catedral” reconoce que, aunque el tabloide definió con absoluta claridad su línea editorial desde el inicio, siempre existió pluralidad en sus páginas. Nunca sus columnas sufrieron censura alguna, pese a que, en ocasiones, las ideas claramente se oponían a la postura editorial de “El País”.

Hay otras ideas igualmente valiosas en el texto ya citado, no obstante, destaco estas dos por el momento para referirme ahora al Diario de Yucatán, que ha tenido la amabilidad de invitarme a participar en este espacio de conmemoración y reflexión.

Por supuesto, si he traído a colación esos dos rasgos que Vargas Llosa observa en “El País”, es porque una servidora —toda proporción guardada con el gigante literario— también encuentra en el Periódico de la Vida Peninsular esas dos virtudes, las cuales, aunque debieran ser universales, son características de las que pocos pueden presumir. Pese a sus marcadas diferencias, “El País” y el Diario de Yucatán se cuentan en este selecto grupo.

En lo que refiere al primer rasgo —la clara diferenciación entre hechos y opiniones— ésta se manifiesta con suficiencia a partir de secciones y recursos editoriales bien establecidos en el Diario.

No obstante, más allá de distintivos gráficos, el acto se advierte a partir de la sobrada experiencia que los años han dado a sus directores y jefes de sección, así como a sus reporteros y redactores en la conformación de noticias y crónicas que narran con soltura, describen con precisión y exponen con suficiencia, alejándose permanentemente de la argumentación y la defensa de visiones personales.

Claro está, las opiniones existen y se agradecen, bien resguardadas, en una sección tan tradicional como buscada: la página editorial, presente tanto en Nacional-Internacional y en Local con plumas frecuentes y ocasionales, libertarias y conservadoras, cercanas o distantes, según sea el caso.

Lo anterior remite también a la idea de pluralidad que Vargas Llosa celebra del periódico “El País”, lo que evidentemente tampoco podría negársele a Diario de Yucatán.

Así, aunque no siempre concuerde con todo lo que se expresa en las opiniones de sus editorialistas, es necesaria siempre una dosis de contrariedad que nos lleve a cuestionar las propias creencias y posturas.

Si el propio Vargas Llosa, un gran pensador más allá de sus logros literarios, reconoce una transición ideológica a lo largo de más de tres décadas, quizá también nosotros podamos reconocer en las ideas de todos los editorialistas de Diario de Yucatán, líneas de pensamiento, opiniones o premisas que nos permitan imaginar los infinitos matices del mundo posmoderno.

En estas líneas he externado mi profunda admiración al trabajo literario y periodístico de don Mario Vargas Llosa, sin embargo, por esta ocasión sus grandes aportes son un pretexto extraordinario para reavivar la confianza, respeto y entusiasmo que el trabajo del Diario de Yucatán ha despertado a lo largo de sus cercanos 100 años de existencia.

Ironías de la existencia: mientras la voz de un Nobel comienza a apagarse para entregarse al silencio cerca del centenario, las palabras de esta gran institución periodística encienden una hoguera de verdad, calidad y honestidad.

Hago votos para que esa hoguera de palabras que se extiende por todas las páginas del Diario siga creciendo para deshacer la maleza de desinformación que amenaza valiosas parcelas de la vida en el siglo XXI.— Mérida, Yucatán.

Vicerrectora académica de la Anáhuac Mayab

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