En un abrir y cerrar de ojos caímos en la cuenta de que el fenómeno se había producido. Los rostros diferentes al común de la gente, propios de los llamados sujetos de aspecto fuereño, ya no se veían exclusivamente en temporadas vacacionales. Estaban aquí en cualquier momento del año. Se habían instalado.

Acostumbrados al ir y venir de turistas en las temporadas propias de oscilación geográfica —Semana Santa, verano y Pascua—, de pronto caímos en la cuenta que el fenómeno que por décadas vimos aquellos que llevamos tres de ellas observando en forma cotidiana el movimiento del centro de la ciudad, había cambiado. Personas de aspecto sajón se veían lo mismo en octubre que en diciembre, en mayo que en agosto. Lo mismo sucedía en cuanto a vehículos con placas de estados allende Tabasco y Chiapas.

Ya no estaban de paso. Vinieron a quedarse. Y su presencia se empezó a notar en el resurgir arquitectónico del centro histórico. Los muros abandonados y desconchados dieron paso a fachadas que rescataban el esplendor de la Mérida colonial. Lo mismo que en Valladolid.

El precio de la vivienda se encareció y Mérida pasó de ser una ciudad pintoresca de visita obligada rumbo a Chichén Itzá o Uxmal, a un destino de captación turística por sí mismo. Se puso de moda. La reapreciación predial también llegó a la costa yucateca, producto de esa inmigración de América del Norte que adoptó a las tierras del Mayab como su segundo lugar de residencia.

Fue la migración norteamericana de los dosmiles y dieces de este milenio.

Antes hubo otra oleada de inmigrantes. La de personas del centro del país, atraídas principalmente por yucatecos que, después de largas temporadas fuera, volvían al terruño, fieles a la costumbre de todo ser nacido en estas tierras. Regresaron acompañados de familia, y éstos de más familia. Enriquecieron las costumbres y hasta los guisos en las mesas familiares.

De vuelta en este siglo, en los años dieces brotó nuevo fenómeno migratorio: Monterrey envió nutridos contingentes de personas que huían de la inseguridad que estalló en Nuevo León. Vídeos de niños regiomontanos de kínder, pecho tierra mientras la balacera se escuchaba al fondo, estremecieron al país. Yucatán fue estado receptor de los neoleoneses que huyeron de esa paranoica situación.

La conquista china

En la primera década del milenio, esta tierra fue objeto de una migración más: empezaron a llegar escarceos procedentes de China. Abrieron restaurantes, en un esfuerzo aparente de tantear el terreno. El mundo empezó a vivir un nuevo orden económico. El gigante asiático despertó y su economía eclosionó, arrastrando con ella a todo el orbe y estableciendo nuevas formas en el movimiento financiero global.

Yucatán no permaneció ajeno y en los actuales veintes, la ciudad, en especial el centro, donde aprovecharon el declive de viejos comercios para adquirir espacios, se pobló de tiendas de artículos chinos, principalmente de bisutería de compra al paso. Un fenómeno adicional al auge de compras en línea.

No es, de lejos, la primera migración china a estas tierras. El flujo procedente del dragón asiático se remonta al siglo XIX. En los tiempos actuales vemos la cuarta de estas migraciones, la primera de las cuales fue en 1865, como explica el doctor Luis Ramírez Carrillo en su libro “La ceiba y el dragón”. El Diario publicó, en amplia entrevista en 2021 con el académico (https://www.yucatan.com.mx/merida/2021/10/17/huella-china-en-yucatan.html), que “En este libro, Ramírez Carrillo identifica cuatro momentos de la migración china a Yucatán: uno, el de los chinos que se integraron con los mayas durante la Guerra de Castas. Dos, el de la migración organizada para trabajar en el cultivo del henequén. Tres, el de los chinos que no eran propiamente trabajadores henequeneros y que llegaron por su cuenta en las primeras décadas del siglo pasado. Cuatro, la más reciente, la que arribó luego de la incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio y de la apertura comercial en México”.

Llámense huaches, gringos, regios, canadienses, chinos… todos vienen antecedidos de la seguridad económica que les confiere un empleo, empresa o su jubilación.

Hay un común denominador en estas migraciones a Yucatán. En todos los casos las integran personas que se incorporan a la comunidad y a su economía, enriqueciéndolas, adaptándolas, a veces cambiándolas para disgusto de algunos, pero siempre colaborando con el Estado.

¿Podemos atribuir cambio de comportamientos en la seguridad local a causa de esos flujos migratorios? Hasta ahora es difícil establecer una relación.

Pero no sabemos si seguiremos así. El fenómeno de que todos los migrantes lleguen con ingresos seguros podría estar tocando a su fin. Yucatán acaso se convertiría en destino de personas que se lanzan sin red a otras latitudes. Y eso puede cambiar el orden sociocultral y de seguridad acostumbrado.

En la ruta de polleros

Ayer leímos en el Diario impactante relación de datos ofrecida por el Instituto Nacional de Migración. De 300 a 600 migrantes ilegales que detenían anualmente, sólo de enero a agosto de este año la cifra alcanza 1,749. Un incremento de ¡292%! y ¡583%!, según se vea. Y no ha acabado el año.

Yucatán, dice el INM, se ha convertido en parte de la ruta de polleros que prefieren tránsitos más seguros aunque sean más largos. Sí, están de paso. Pero el tránsito de personas es como meter grava en un frasco: siempre se quedará algo fuera.

Tanto o más revelador que la cifra, es la dispersión de nacionalidades de las que proceden los migrantes sin papeles. A decir de funcionarios migratorios, han sido detenidas personas de lugares tan impensables y remotos como Bangladesh, Turquía, Egipto, Rusia, Jordania, Iraq, Kazajistán y Afganistán.

¿Debemos acostumbrarnos al flujo de migrantes sin ingreso fijo que pueden llegar a cambiar nuestras costumbres? Si bien no podemos aventurar una respuesta, las cifras nos permiten asegurar que el fenómeno es creciente, lo que hace pensar que no será pasajero.

La migración ilegal es uno de los grandes temas globales. El papa Francisco lo ha abordado en numerosas ocasiones. Ha dicho que “nuestros hermanos y hermanas migrantes… representan la carne sufriente de Cristo, cuando se ven forzados a abandonar su tierra, a enfrentarse a los riesgos y a las tribulaciones de un camino duro, al no encontrar otra salida”.

La situación que planteó y las cifras que desgranó el Instituto Nacional de Migración podrían ser el embrión de un nuevo orden social en Yucatán.— Mérida, Yucatán.

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@olegariomoguel

Director de Medios Tradicionales de Grupo Megamedia

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