“El presupuesto no se puede gastar, se tiene que invertir”, Warren Buffett
Durante el periodo de cierre de los ejercicios fiscales y la posterior autorización del presupuesto para el año entrante se observan reiteradas deficiencias en las estrategias de comunicación implementadas para proyectar una gestión óptima; sin embargo, al analizar con mayor profundidad, se revelan ciertas acciones superficiales que intentan emular la excelencia.
La administración de los presupuestos públicos es crucial para los gobiernos, pero a menudo se distorsiona como caridad.
No se trata de repartir apoyos, sino de invertir inteligentemente para generar más recursos a futuro. Debemos optimizar cada peso, dejando atrás las dádivas electoreras que no construyen beneficios duraderos.
Sorprendentemente, los presupuestos públicos se usan irresponsablemente, sin planes estratégicos. Se destinan recursos a proyectos que buscan simpatías, sin considerar su viabilidad y rentabilidad a largo plazo. Es como dar asistencia financiera sin capacitación para generar ingresos sostenibles.
Los políticos piensan en el corto plazo, buscando resultados inmediatos para lucirse. Pero su responsabilidad es garantizar que cada peso invertido tenga un impacto positivo y perdurable. Debemos cambiar la mentalidad asistencialista por una proactiva y visionaria, que fortalezca la economía y genere oportunidades de crecimiento sostenible.
Gestión
La clave es una gestión eficiente y transparente de los recursos públicos, priorizando proyectos que impulsen el desarrollo económico y social. Es fundamental involucrar a expertos en la toma de decisiones, capaces de analizar cada propuesta de inversión y evaluar su potencial de retorno, y a empresarios que arriesgan capital y fomentan empleos. Solo así se maximiza el impacto de cada peso y se asegura un uso responsable de los recursos del Estado.
Cuando los gobiernos se quedan sin dinero, a menudo recurren a subir impuestos o inventar nuevos. La idea de que “más impuestos, más dinero” es simplista y falla cuando se implementa sin diálogo ni socialización.
Para aquellos es la solución mágica, el as bajo la manga que no requiere pensar; como si, al ver que el pastel se acabó, en lugar de encender el horno y hornear más panes, simplemente decidieran asaltar la panadería del vecino.
Anunciar nuevos impuestos como solución, especialmente un viernes por la tarde, trata a ciudadanos y empresarios como cajeros automáticos, esperando que paguen y comprendan la medida sin explicación.
Los empresarios, ya lidiando con regulaciones y burocracia, ven en cada nuevo impuesto una señal para no invertir, buscando lugares con menos carga fiscal. La confianza empresarial se gana con reglas claras, estabilidad fiscal y un compromiso del gobierno en generar riqueza, no solo en recaudar.
Imponer impuestos sin diálogo ni certeza causa parálisis económica. ¿Quién invertiría sabiendo que el gobierno puede intervenir en cualquier momento?
Propulsor
El motor para obtener recursos no está en el bolsillo del contribuyente, sino en expandir la base productiva, lo cual se logra con nuevos modelos de inversión y pactos de confianza, no solo planes de negocio.
Cuando un gobierno propone inversiones transparentes, los ciudadanos entienden que el dinero crea el futuro, que no son dádivas, y con eso, los empresarios obtienen la certeza que necesitan para invertir.
Un capitalista invierte, porque sabe que el marco legal, fiscal y regulatorio le permitirá recuperar su inversión y obtener un beneficio justo y esta certeza se construye con:
1.— Diálogo real: Escuchar a los sectores productivos, no solo presentar hechos consumados.
2.— Transparencia total: Mostrar el destino, indicadores y retorno esperado de cada inversión pública.
3.— Estabilidad regulatoria: Garantizar que las reglas no cambiarán drásticamente en un corto plazo.
Al proporcionar este entorno, el gobierno se convierte en un socio estratégico, no un recaudador insaciable, logrando que las empresas inviertan más, expandan operaciones y generen beneficios con empleos mejor pagados, generando mayor recaudación por crecimiento económico (no por tasas más altas), y una sociedad que se sienta parte del proyecto del Estado.
Dejemos atrás las prácticas clientelistas y populistas que buscan votos a costa del erario y la estabilidad, exijamos a nuestros gobernantes un compromiso real con el bienestar, tomando decisiones basadas en datos y evidencias.
Invertir en los presupuestos públicos con visión garantiza beneficios tangibles y duraderos para las presentes y futuras generaciones.
La imposición fiscal refleja falta de visión, mientras que la inversión estratégica, basada en la certeza y la transparencia, impulsa el desarrollo sostenido.
Un gobierno que gasta y compra votos, solo inutiliza, mientras que un Estado que invierte, construye futuro y bienestar.
Corolario: “La historia juzga por los cimientos, no por los fuegos artificiales”. —Mérida, Yucatán
ingenieroalfonsogonzalez@gm ail.com
@alfonsoengineer
Asesor del Consejo Mundial de Ingenieros Civiles (WCCE)
