Respetando el distanciamiento social debido a la pandemia

Uno, dos, tres… por la adultez

Antonio Alonzo Ruiz(*)

Muy de mañana, cuando el Sol aún regalaba sus primeros y tímidos rayos, una fuerte presencia despertó mis oídos y abrió mis ojos. Asombrosas imágenes llenaban aquel solemne escenario: imagina querido lector, al profeta de pie, con sus brazos levantados al cielo, oscilando su cuerpo en honda profesión de fe a HaShem, quien con voz cercana le dice:

Shemá Isheral, Adonai Elohéinu Adonái Ejád, (Escucha con atención Israel, Soy Dios, Soy Uno).

Al escuchar estas palabras, el profeta se estremece, se postra en tierra, se cubre los ojos con sus manos y declara su fe en la existencia y unidad de HaShem, y en baja voz y pausada, proclama: “Bendito sea tu nombre, tu gloria, tu reino por siempre jamás”.

Después de haber escuchado con suma atención la voz de HaShem y proclamado su fe, el profeta se pone lentamente de pie y solicita se le conceda el habla y la elocuencia. Le pide a HaShem que abra sus labios para entrar en diálogo filial y amoroso con Él.

El profeta, entonces, proclama la Amidá, la oración completa.

Cada una de sus plegarias es como un peldaño que lo eleva, como la escalera de Jacob, al mismo trono y presencia de HaShem.

Esta profunda experiencia y lección de oración, querido lector, confirma la existencia y posibilidad de entrar en contacto con una realidad allende a lo que los ojos ven y los oídos oyen: “El Altísimo, verdaderamente, habita entre nosotros”.

Psicólogo clínico, UVHM. Manejo de Emociones y Envejecimiento. WhatsApp: 9993-46-62-06.

@delosabuelos Antonio Alonzo

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