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PRESBÍTERO MANUEL CEBALLOS GARCÍA

“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”

He aquí que la fama de Jesús se había extendido más allá de las fronteras de Israel, y, fue por eso que una mujer pagana acudió buscando remedio para la enfermedad de su hija. San Marcos nos habla de una mujer siro-fenicia; en cualquier caso, se trató de una extranjera y pagana.

La expresión “Hijo de David” parece muy extraña en labios de una mujer como ella, que no era israelita; además, Jesús se mostró en este caso desacostumbradamente displicente y reservado; tampoco los discípulos dieron señales de compasión, y, si intercedieron en favor de la cananea fue para no ser molestados con sus gritos.

“Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de Israel”. Esta circunscripción que limita el ámbito de la misión de Jesús significa que todavía no ha llegado la hora de evangelizar a todos los pueblos. Con todo, aquí escuchó la petición de sus discípulos y, sobre todo la extraordinaria fe de la cananea. Cuando llega la fe de los hombres, llega también la hora de Dios.

Por eso, a pesar del rechazo de que fue objeto, aquella mujer siguió insistiendo y argumentando con las mismas palabras de Jesús. La humildad, la confianza y la fe de esta mujer superaron todas las dificultades, y Jesús accedió complacido. Lo importante es que, se dio una fe tal, que bien pudo decir Jesús: “En verdad no he hallado en Israel una fe como ésta”.

La protagonista, pues, es una mujer pagana que no sabe de leyes y prohibiciones judías, porque su único “problema” era la salud de su hija gravemente enferma. Por eso, frente a Jesús, ella grita pidiendo compasión. Pero, Jesús, dice san Mateo, guarda silencio, la ignora. Sin embargo, la mujer cedió el paso a la fe: se postró serenamente delante de Jesús y sólo dijo: “Señor, ayúdame”. Imposible mayor sobriedad.

Sin embargo, el siguiente episodio está lleno de crueldad, más que el no haberle hecho caso: insultó a la mujer. Pero, y aquí está lo más sobresaliente, la mujer retorció el argumento de Jesús y consiguió lo que quería con una sobresaliente expresión de Jesús, única en todo el evangelio: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. Tan grande como la del centurión, otro pagano.

Este episodio revela cómo los paganos, con sus actitudes, se ganan la salvación. Seguramente este episodio sucedió en la ciudad de Tiro, donde hubo una comunidad de discípulos con la que san Pablo convivió durante siete días camino de Jerusalén (Hch 21, 3-5).

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