Gonzalo Merediz Alonso
Amigos de Sian Ka’an A.C.
Llevaba muchas horas al microscopio. Los microelectrodos insertados en las neuronas de un caracol de jardín no generaban los datos esperados. Era un día difícil. En ese momento me di cuenta de que, por más fascinante que fuera, no podía pasar mi vida en un laboratorio de neurobiología en la Ciudad de México, estudiando los canales iónicos de la membrana de neuronas de caracoles. No cabe duda de que el estudio de esas proteínas cerebrales era de gran relevancia para entender por qué mueren las neuronas al verse privadas de flujo sanguíneo. Sin embargo, el proceso para llegar a ese conocimiento no era para mí. Lo que yo quería era estar en el campo.
Fue así como arranqué una búsqueda que me permitiera vivir, aprender y luchar por proteger la naturaleza de nuestro maravilloso país. Eran los albores del año 1992. Pocos meses atrás había concluido mis estudios de biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Con la idea de vivir y trabajar en el campo me di a la tarea de tocar puertas. En las oficinas de la SEDUE me proporcionaron un diminuto directorio de organizaciones ambientales. Les envié cartas y las visité en el entonces Distrito Federal, en Coahuila, Durango, Chiapas y Quintana Roo.
La visita a Quintana Roo fue particularmente interesante durante ese verano. Una organización local, Amigos de Sian Ka’an, me ofrecía trabajar en la selva. De Cancún me llevaron a Carrillo Puerto. Un mundo desconocido se abría ante mí. La angosta carretera estaba completamente flanqueada por una pared selvática. El verdor solo se interrumpía en el cruce de dos pequeños pueblos: Playa del Carmen y Tulum. En este último, la carretera estaba siendo convertida en una corta avenida con camellón.
La noche avanzaba y la carretera se hacía cada vez más oscura. Me llamó la atención el único señalamiento vial que cruzamos: Chumpón. No sabía que se trataba de uno de los cinco centros ceremoniales de la Zona Maya de Quintana Roo. Ignoraba también que, décadas después, como director ejecutivo de Amigos de Sian Ka’an, se me ocurriría promover a esa zona como un destino ecoturístico, que hoy se conoce como Maya Ka’an, en colaboración con diversas instituciones como la empresa Sactún.
Es asombroso cómo un hecho que parecería trivial, como un viaje en auto, abre el camino a un sinfín de oportunidades. A una nueva manera de ver la vida y de vivirla.
Para un biólogo citadino, las visitas a la selva de Quintana Roo fueron alucinantes: pericos volando, huellas de jaguar y venado, vegetación prístina, cenotes cristalinos. La decisión había sido tomada. Me mudaría a Carrillo Puerto para hacer mi tesis de licenciatura con Amigos de Sian Ka’an. Finalmente, en septiembre de 1992 me instalé en las oficinas de la organización e inicié una aventura que duraría 1 año y que, 30 años después, aún no termina.
El objetivo era claro: había que estimar la densidad poblacional del pecarí de collar en las selvas ejidales cercanas a la Reserva de la Biosfera Sian Ka’an para apoyar a las comunidades en su aprovechamiento sustentable. El método era simple: había que buscar huellas de pecaríes y medir su distancia a una línea recta trazada en la espesura. Con Rufino Ucán, un joven cazador y campesino maya de la zona, salíamos cada mañana a recorrer las brechas que nos servían de transecto para ubicar las huellas.
Cada salida era una cátedra sobre identificación de sonidos, marcas y huellas de todo tipo de animales. Un venado se cruzaba por la vereda, una familia de tejones trepaba por los árboles, un mono araña brincaba por las ramas. Y, a lo lejos, el grito de los saraguatos erizaba la piel. La orilla de las sabanas se llenaba de misterio cuando las huellas enromes nos indicaban el reciente paso de un tapir imposible de observar entre tanta vegetación.
Al final de la jornada, el calor y el cansancio se disipaban con un chapuzón en las frescas y cristalinas aguas de algún cenote secreto. Cuando la lluvia nos sorprendía, un hábil movimiento de Rufino con el machete nos proporcionaba un par de hojas de palma de guano para protegernos del agua y seguir con el trabajo.
Pasaron los meses y yo seguía contando huellas de pecarí sin haber visto uno solo. Terminé el trabajo de campo, hice mi tesis, descubriendo que las técnicas usadas eran apropiadas para zonas templadas, pero no para el trópico y, en la última salida de campo para verificar unas coordenadas… ¡ahí estaba! un pecarí adulto salió corriendo. Me salvé de haber recibido mi título de biólogo por la UNAM con un estudio de pecaríes sin haber visto siquiera uno. A partir de eso, han sido numerosos mis encuentros con tan interesantes animales.
Otro día salí con expertos locales a capturar cocodrilos en Sian Ka’an, como parte de un proyecto impulsado por Amigos de Sian Ka’an desde finales de los años 80. Eventualmente me hice cargo del proyecto. Durante tres años, dos veces por semana, salía al atardecer de Carrillo Puerto para llegar a la pequeña localidad de Chunyaxché, hoy llamado Muyil. Salía con “el Diablo”, también conocido como “El Och”, como apodaban a Emilio Pérez, un viejo cazador de cocodrilos en Sian Ka’an. Él sabía todo sobre esos reptiles, y lo que sé yo de cocodrilos en el campo lo aprendí de él y de su antiguo colega, Don Vidal Vela.
Era una noche cuajada de estrellas. Minutos antes yo había puesto ya mi haz de luz sobre los ojos de un cocodrilo. El Och empujaba la embarcación con una palanca de mahahua y parecía volar suavemente sobre el agua transparente. La brisa soplaba sobre el croar de las ranas en los pastizales, las sombras de los manglares nos rodeaban, y la adrenalina impulsaba el bombeo del corazón.
El cocodrilo es enorme. Su cabeza formidable se asoma sobre la superficie de la laguna, pues nos ha detectado y se desplaza lentamente frente a nosotros. El Och empuja la palanca con más fuerza, aumentando nuestra velocidad y apone la lancha en la posición adecuada. Me acomodo en la proa y extiendo la pértiga por encima de la colosal cabeza reptiliana. El cocodrilo acelera un poco más… es el momento. La emoción dirige mis movimientos. Paso el lazo de metal alrededor de su cráneo y con un jalón hacia atrás lo apreso por el cuello. El tirón que siento es tremendo, el saurio gira instintivamente tratando de soltarse. No quiero que se enrede el cable. Finalmente logramos dominarlo y lo subimos a la embarcación. Es un cocodrilo de pantano macho con 2.7 metros de largo, uno de los más grandes jamás capturados en Sian Ka’an.
Pasaron diez años y Brady Barr, estrella de Animal Planet, visitó Sian Ka’an para filmar el trabajo de Amigos de Sian Ka’an. Navegando, aún de día, observamos un gran cocodrilo nadando frente a nosotros. Brady lo lazó y cuál sería mi sorpresa al constatar que se trataba del mismo gigante de una década antes, que ahora medía 3 metros. Después de que lo libreamos, como hacemos en todas las capturas, se alejó y nunca lo volví a ver. Fue uno de los 2,000 individuos que he capturado en mis 30 años de cocodrilero.
