Las vigilantes, primera novela de la escritora Elvira Liceaga (Ciudad de México, 1983), propone una lectura de las relaciones entre mujeres. Es una historia sobre maternidades y pérdidas, sobre aprender a vivir el duelo, de lazos que se fortalecen a partir de situaciones dolorosas.
El libro —editado por Lumen en 2023— también trata sobre los cuidados, la comunicación entre madres e hijas, así como de la sororidad. En el marco de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (Filey), la autora explica al Diario cómo fue su incursión en la novela.
Abordas temas muy delicados en tu obra, como el abandono, la violencia de género y el duelo, ¿por qué elegiste narrar sobre estas problemáticas?
Antes que elegir temas, empecé a escribir sobre tres mujeres aparentemente diferentes, con un quiebre en común, porque ninguna de ellas está en su vida cotidiana, cada una está en una ruptura de la rutina. La primera protagonista, Catalina (madre de Julia), se acaba de jubilar y es voluntaria en diferentes refugios para mujeres sobrevivientes de violencia. Está como en este limbo en donde trabajó toda la vida y ahora que tiene tiempo libre está empezando una especie de búsqueda de sí misma.
Luego está Julia, la narradora y personaje principal, que acaba de regresar de vivir unos años en el extranjero. Regresa a Ciudad de México con muchas ganas de conectar con su madre, pero también de conectar con su origen y con el duelo de su hermana menor, que falleció cuando ambas eran niñas. Buena parte de la novela se entreteje a partir de este duelo irresuelto para Julia, quien siendo pequeña no tuvo las herramientas para vivirlo.
Y luego está Silvia, la tercera protagonista: una chica que vive en uno de los refugios en donde es voluntaria la madre. Julia la conoce durante el embarazo de Silvia, pero ella no quiere ser madre, no quiere criar, y quiere aprender a escribir cartas para escribir una carta de despedida para el bebé que lleva dentro. Entonces, Julia, un poco animada por la madre, llega a este albergue y en este albergue se da esta relación entre las tres.
La novela transcurre durante el embarazo de Silvia y lo que veremos serán encuentros, desencuentros, momentos donde hay mucha conexión, pero también desconexión. Momentos de acompañamiento, pero también momentos donde se cruzan límites, porque a veces una cree que puede ayudar y realmente la que necesita ayuda es una misma. Entonces, hay mucho error, hay mucha torpeza emocional, mucho aprendizaje y no hay finales felices. Yo tenía en mente más bien a las mujeres, a las circunstancias de cada una, sus ambivalencias, sus contradicciones y fortalezas, sus fragilidades, aciertos y errores. A partir de eso construí una novela que pudiera reunirlas.
Hay similitudes entre tu vida y la de Julia, como la estancia en Nueva York y el regreso a México. ¿Qué tanto hay de autobiográfico en esta novela?
Hay varias partes biográficas. Es una trama que no me sucedió a mí ni a nadie que yo conozca en concreto, pero está inspirada en mi experiencia del regreso o en mi experiencia de vivir en una familia que ha vivido duelos. También está inspirada en muchas otras mujeres de mi familia y que me he encontrado en diferentes tipos de trabajo. Aunque no es una novela documental, sí parte de un esquema de trabajo, porque también soy guionista de documentales y me interesa mucho la oralidad, el testimonio, los diálogos, la verosimilitud. Me interesaba mucho que fuera una novela que pudiera suceder. Perfectamente realista.
Ya habías escrito un libro de cuentos, Carolina y otras despedidas (Caballo de Troya, 2018), ¿qué aprendiste al escribir tu primera novela?
Hubo muchísimos aprendizajes. Buena parte de la escritura de una novela tiene que ver con resistir a lo largo de muchos años; tiene que ver con una paciencia, con enfrentarse al miedo, al fracaso, el miedo a la crítica, a la humillación, cosas que pueden o no suceder pero que si uno logra olvidarlo mientras escribe podrá hacerlo libremente y yo lo conseguí. Logré escribir con libertad durante tres o cuatro años una novela que básicamente escribí para mí. Uno de mis grandes aprendizajes fue que si escribes sin pensar en el qué dirán y si escribes lo que realmente quieres escribir, lo que es importante para ti, para la gente también lo va a ser. Ha sido muy hermosa la respuesta de las personas a lo largo de estos meses, la respuesta de las mujeres que se conectan con las personajas que se sienten representadas, atrapadas por la vorágine de la historia.
Otro aprendizaje ha sido la talacha: las horas sentada frente al monitor, revisar, reescribir, dárselo a leer a otras personas. Descubrí que todo eso vale la pena. Otra enseñanza es que buena parte de la escritura, sobre todo al final, consiste en borrar o tirar fragmentos a la basura. Ése fue un aprendizaje muy lindo para mí.
Platícanos de tu proceso de documentación.
Leí muchos testimonios, entrevisté a muchas mujeres, leí sobre el deseo de no ser madre, el derecho a abortar, me sumergí en los feminismos que ahora se le llaman “de barrio” para entender las diferencias de cómo se ejercen los derechos y las libertades en diferentes contextos. También leí muchos libros que no tenían nada que ver con esto. Es muy difícil pensar de qué se nutre una novela porque quizá se nutrió de algo que alguien me dijo cuando yo tenía siete años y que ahora está aquí de alguna manera insospechada.
¿En qué estás trabajando ahora?
Estoy trabajando en una novela en la que apenas estoy muy inmersa tratando de entrar en el borrador y en el flujo de escritura. Aún estoy en una etapa primaria.
¿Cómo ha sido tu experiencia en las ferias de libros?
Ha sido preciosa. La respuesta de las personas, especialmente las lectoras mujeres, ha sido muy estimulante, con unas lecturas muy agudas, muy cariñosas, muy generosas, con unas preguntas muy sorprendentes. Existe el mito de que los lectores generales no son lectores sofisticados y a mí me ha parecido al revés: son las lectoras comunes las que me han hecho las preguntas más inteligentes, ingeniosas y desafiantes, las que han puesto las novelas a debatir. Es muy impresionante cómo un libro crea redes que a su vez tejen conversaciones, cuidados, preguntas, movimientos.
Es muy bonito ver cómo un libro tiene una vida invisible para el autor.— Alejandro Casanova Vázquez
