Para Aniuska María Camacho Torres, haber formado parte del Ballet de Monterrey representó la culminación de un sueño profesional, al integrarse a una compañía en la que tuvo la oportunidad de interpretar diversos papeles solistas y que, considera, no solamente cumplió sus expectativas, sino que las superó ampliamente.
La bailarina yucateca fue integrante durante casi seis años del Ballet de Monterrey, una de las compañías dancísticas más destacadas del país. Ahora decidió regresar a Mérida para iniciar una nueva etapa tanto personal como profesional.
En 2020, en pleno comienzo de la pandemia de Covid-19, audicionó para ingresar al Ballet de Monterrey. Según explicó, el proceso consiste en entrar inicialmente como aspirante y, después de un período determinado, existe la posibilidad de ser contratada formalmente. En su caso, fue aceptada como aspirante y, tras un año, obtuvo el contrato oficial.
Señaló que su interés por integrarse a dicha agrupación se debió a que en México existen pocas opciones profesionales para exponentes del ballet, limitadas principalmente a Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey. Optó por intentar primero en esta última ciudad, al considerar que la capital del país es más caótica y desistió de Guadalajara al ser aceptada en Monterrey.
Relató que su primer año en la compañía estuvo marcado por la novedad y la intensidad, pues cada oportunidad, por pequeña que fuera, resultaba significativa. Indicó que incluso un segundo sobre el escenario debía aprovecharse al máximo. Añadió que ese período estuvo acompañado por la incertidumbre de no saber si sería contratada, lo que la obligaba a dar el cien por ciento en cada función, con la meta clara de obtener un lugar definitivo.
Explicó que las aspirantes, como fue su caso, cubren a bailarines contratados ante cualquier eventualidad, como lesiones o enfermedades. Ante estas situaciones, se preguntaba quién conocía determinado papel, y ella siempre se ofrecía a hacerlo, lo que implicaba un reto considerable, ya que debía ejecutarlo sin error, aun cuando solo lo ensayara mentalmente.
Ese primer año, dijo, fue una etapa intensa de aprendizaje, pues al ingresar no había espacio para equivocaciones. Describió este proceso como una prueba de fuego, en la que cualquier error podía significar ser reemplazada por otro aspirante.
El contrato
Tras superar esa etapa y ser contratada, comenzó a integrarse de manera constante en las producciones como parte del cuerpo de baile.
Si aspiraba a más responsabilidades, era necesario aprender no solo el rol asignado, sino también los correspondientes a las corifeos, solistas y bailarinas principales, para poder suplirlas en caso de ser necesario. Señaló que esta dinámica es la manera en que se van generando oportunidades dentro de la compañía.
La bailarina yucateca afirmó que siempre puso todo su empeño para destacar. Recordó que antes de ser contratada participó en un cuarteto con dos bailarinas principales y una solista, debido a que la cuarta integrante no pudo presentarse y ella asumió ese lugar. Esa experiencia fue determinante para que le ofrecieran la plaza.
Ya como integrante formal del cuerpo de baile, en una presentación de “El Corsario” le preguntaron si conocía el papel de la gitana principal. Al responder afirmativamente, le asignaron el rol, pese a que nunca lo había ensayado con la música.
Explicó que, aunque conocía la coreografía porque se aprendía todos los papeles, tuvo que bailar su rol habitual y, en los breves momentos disponibles, ensayar mentalmente el nuevo personaje. Aseguró que la función se desarrolló con éxito e incluso un compañero se sorprendió al verla aparecer en escena como la gitana principal.
Destacó que experiencias como esa fueron de las más satisfactorias durante su paso por la compañía, al ser oportunidades inesperadas en su trayectoria. Señaló que uno de los mayores retos fue ganarse un lugar y hacerse visible dentro de una agrupación integrada por alrededor de 50 personas, donde existe el riesgo de pasar inadvertido.
Indicó que la dificultad diaria consistía en demostrar capacidad, destacar y lograr que el trabajo fuera observado. Afirmó sentirse satisfecha, al considerar que logró ese objetivo en la mayor medida posible. Aunque formó parte del cuerpo de baile, interpretó numerosos papeles de solista y principales, como Carlota en “El Fantasma de la Ópera”, Mirta en “Giselle” y una de las amigas en “Don Quijote”, entre muchos otros, que representaban aspiraciones personales. El de Mirta fue la culminación de todo lo que deseaba lograr, al tratarse de un rol soñado dentro de su carrera.
Su regreso
Aniuska Camacho añadió que su decisión de regresar a Mérida obedeció a motivos personales y profesionales, ya que próximamente contraerá matrimonio y, aunque la danza sigue siendo su prioridad, el Ballet de Monterrey ya no le ofrecía nuevos retos.
Agregó que siempre ha deseado bailar en la ciudad que la vio nacer y, aunque lo hizo antes de irse, ahora busca hacerlo con el nivel profesional y los conocimientos adquiridos fuera del Estado. En ese sentido, adelantó que para el mes de enero se prepara el regreso del Ballet de Cámara dirigido por la maestra Aniuska Torres, su madre.
Su intención es abrir la mente de los bailarines yucatecos y demostrar que es posible desarrollarse profesionalmente en la danza, así como romper el tabú que, a su juicio, impide que bailarinas egresadas en el Estado se atrevan a buscar oportunidades en otros lugares.
Asimismo, señaló que es posible compaginar la carrera de bailarina profesional con otra formación académica, como, en su caso, la Ingeniería Industrial. Además, impartió clases en una academia de danza y creó su propia marca de leotardos denominada Casting. Consideró que compartir estas experiencias puede motivar a otras niñas a seguir un camino similar.
Destacó que durante los casi seis años que permaneció en el Ballet de Monterrey se generó un intercambio cultural enriquecedor con sus compañeros. Esa etapa representó la culminación de un sueño completo, que superó sus expectativas, y ahora, de regreso en Mérida, se plantea nuevos sueños que espera concretar en el futuro.— IRIS CEBALLOS ALVARADO
