Los mexicanos celebramos el nacimiento de Jesús sin que haya niño. Cenamos el 24 y el nacimiento ocurrió el 25. Esto es hablar de acuerdo a la tradición y no a la verdad.
En Roma el 25 de diciembre se celebraba la fiesta del Sol Invicto, el día anterior era el día más corto y la noche más larga. Sin embargo el 25 volvía a brillar el Sol. La Cristiandad Paulina decidió sustituir la fiesta y así consagró la fiesta del natalicio de Jesús en lugar que la del Sol.
Dicho sea, y no de paso, en los albores del monoteísmo el Sol era el dios, así llamado Ignaton. Siguiendo los pasos de esta lógica absoluta, a la primera hora de la Colonia los franciscanos, advirtiendo los festejos del 15 al 24 de diciembre en honor de Huichilobos, inventaron las posadas con afán de sustitución. En ellas había un elemento de evangelización: las piñatas, que con sus siete puntas representaban los pecados capitales, así como los golpes las virtudes que los combaten.
El 24 es la última posada y de ahí la cena, tras la famosa misa de aguinaldo.
Hace décadas los hogares meridanos tenían una cena tradicional para el 24, casi litúrgica. Presidía la mesa un pavo asado con achiote, era común que se deshilachara y a la hora de servirlo se aderezara con la cebolla roja curtida; el frijol refrito con empella era el complemento y no solo para el pavo sino también para el bacalao a la vizcaína, plato que era para aquellos que podían pagar el bacalao noruego que se vendía en la Casa Javier Gutiérrez; desde luego servía una sopa de plumilla con el caldo del pavo.
Apareció un platón que tuvo popularidad: el entremés, a base de carnes frías.
No podía faltar la ensalada mixta: papa, chayote, zanahoria, remolacha y lechuga. Esta era la cena de muchos hogares meridanos.
Con el paso de los años las costumbres se modifican. Ahora la variedad de recetas para el pavo es asombrosa, los lomos, los jamones, los camarones, las ensaladas, los muy yucatecos sandwichones, los espaguetis y más han desterrado nuestra tradicional cena de Navidad.
Cronista de la ciudad.