Escrito del 7 de junio de 2009, días después de recibir el Premio Nacional de Periodismo
En el umbral de estas líneas levantamos el acta emocionada de nuestra gratitud por los testimonios de compañía y afecto que nos llegan con ocasión del premio a nuestra trayectoria en el periodismo.
El relieve del premio se debe a la jerarquía de la institución que lo concede y a su significado. Quien lo otorga es un Consejo Ciudadano que agrupa a ocho asociaciones independientes de la comunicación intelectual y a 25 universidades que se encargan de inculcar en la juventud los valores que han de guiar su servicio a la sociedad cuando asuma, en la infantería o el estado mayor, los puestos que le corresponda a la vanguardia de México.
En los discursos de su presidente, José Morales Orozco, rector de la Universidad Iberoamericana, y Denise Dresser, presidenta del jurado calificador, el Consejo formula el voto de subir a las atalayas de una observación permanente de los poderes públicos, para vigilar la vigencia de la libertad de expresión, y contrae al mismo tiempo el compromiso de bajar a las trincheras cuantas veces lo haga necesario una agresión.
Trasciende pues del premio una garantía de solidaridad nacional que brinda reconocimiento, respaldo y resguardo al periodista que en el cumplimiento de su deber salga en defensa del bien común ante un ataque que lo vulnere.
Rodear al periodista de un clima de estímulo y seguridad es un requisito de salud cívica si entendemos que el oficio de comunicador le asigna un cometido doble: ser vocero de los que no tienen voz y eco de quienes sí la tienen. Se crea así un circuito de doble tránsito en el que, a flor de vista, circulan con fluidez los anhelos y aspiraciones, intereses y reclamos de la comunidad, que forman lo que se llama opinión pública y que de otra manera quedarían dispersos en focos aislados y estériles de inconformidad o indiferencia.
Para atender al pueblo hay que verlo y oirlo. Por su calidad de ojo y oído en esta comunicación, que es fundamental para la convivencia, el periodista puede tener a su alcance, con exactitud y en cantidad suficientes, los elementos de juicio que le permitan cumplir la responsabilidad en que culmina la misión de informar y orientar. La responsabilidad de ser la conciencia social.
El suceso de que los integrantes del jurado se hayan puesto de pie durante todo el discurso del premiado proyecta un paisaje alentador de estimación prioritaria a una libertad que es la madre de todas. Una libertad que suele trazar la frontera entre el trato respetuoso a nuestra manera de ser y la imposición de la ajena. Si se calla cuando se debe hablar se propicia que el verbo imponer desplace al convencer en la conjugación de la vida diaria.
No sólo a los periodistas: ese ejemplo de los rectores de pie convoca a los mexicanos de buena fe, dondequiera que se encuentren, a contribuir con su aportación personal al libre juego de ideas que es motor del progreso. Un juego en que nos quedamos a la retaguardia si no estamos decididos a tomar la iniciativa. Un progreso que no se concreta y acumula en una minoría sino se esparce por el tejido social cuando la mayoría se encarga de su producción y distribución. Cuando cada uno se siente actor que da el paso al frente, no espectador que alarga la mano.
Modo certero de certificar este progreso es verificar si sus compañeros de viaje son la congruencia, la dignidad y la justicia. Compañeros que nos conviene identificar en las ofertas políticas en tiempos electorales. Es una diligencia moral indispensable cuando el sufragio busca el buen gobierno: nada menos y nada más.
