Luego de una primera entrega en la que cinco voceadores contaron cómo esta noble labor les enseñó disciplina, compromiso y amor por su comunidad, ahora se suman a las historias cuatro nuevas voces con las que rendimos un pequeño homenaje a este oficio.
En el marco del aniversario 100 de Diario de Yucatán, Dulce María Rodríguez Pech, Aida Isela Granier Rodríguez, Elsy Noemí Poot Bote y Felipe Flores González comparten, desde distintos rincones de Mérida, cómo su labor como voceadores ha sido mucho más que un trabajo.
Para ellos, este oficio ha sido un espacio de transformación personal, de conexión con sus comunidades y de pertenencia a una historia más grande.
Testigos de la evolución de Diario de Yucatán
Ya sea desde el triciclo con el que Felipe Flores repartía ejemplares, hasta las madrugadas de Elsy Poot bajo la lluvia, pasando por la fidelidad de los clientes que buscan a Dulce Rodríguez, incluso en el Seguro Social, o la rutina que Aida Granier cumple desde las cuatro de la mañana, sus historias se entrelazan con la del Diario.
Todos ellos han sido testigos de los cambios en la venta del periódico a lo largo de los años, del impacto de los fenómenos naturales y, cada vez más, el avance tecnológico, pero también han defendido con entereza un oficio que les ha dado sustento, compañía y reconocimiento.
Cada entrega de esta serie es una oportunidad para agradecer y visibilizar a quienes, a lo largo de un siglo de Diario de Yucatán, han llevado el periódico de las rotativas a las manos de los lectores.

Con 19 años vendiendo el Diario, Dulce María Rodríguez Pech ha construido una familia ampliada en su punto de venta.
Constancia y cariño de los clientes
“La gente me quiere, los niños me dicen ‘tía’ o ‘abuela’, y yo prefiero estar aquí que en casa”, dice con una sonrisa que no esconde la dureza del trabajo.
Su puesto, que levantó cuando estaba en declive, se ha mantenido gracias a su constancia y el cariño de clientes que la buscan hasta cuando van al Instituto Mexicano del Seguro Social.
Tras perder un ojo, sus vecinos la apoyaron con donativos. A sus 62 años, dice con firmeza que aún tiene fuerzas para seguir.
“Ser voceadora para mí lo es todo”, señala y recuerda que este trabajo le permitió criar a su hija luego de una separación y salir adelante en medio de una crisis económica.

A sus 25 años como voceadora, Aida Isela Granier Rodríguez recuerda sus inicios con humildad: no le gustaba el trabajo, pero era necesario para apoyar a su esposo. Vendían usando huacales y se turnaban los días hasta que poco a poco lograron que sus hijos estudiaran y salieran adelante.
Los ciclones, fuerte problema para voceadores
Hoy, con un puesto fijo y mayor comodidad, sigue despertando a las 4 a.m., para abrir a las 6 de la mañana y terminar hasta las 5 de la tarde, dependiendo del día.
Lo más difícil no han sido los madrugones, sino los ciclones, como aquel en el que su sombrilla voló varias cuadras y tuvo que ir tras ella, desafiando el viento.
“Ser voceadora es convivir con la gente, servirles”, dice, convencida de que seguirá mientras Dios le dé salud.

Terapia ocupacional
Hace una década Elsy Noemí Poot Bote pidió ayuda a su esposo para dejar de sentirse sola. Así llegó a vender periódicos y, con ellos, tortas y jugos. Aprendió rápido a madrugar y a soportar las inclemencias del clima, incluso durante ciclones y la pandemia. Nunca se rindió.
“Cada diciembre la gente me dice que soy una trabajadora. Esas palabras me llenan”, cuenta emocionada. En enero, como si recargara energía, vuelve a su punto con el mismo ánimo.
“Mi segunda casa”, así llama a su puesto. Es el lugar donde ha encontrado comunidad, identidad y apoyo, incluso cuando su salud se ha visto comprometida.

Amor por las ventas
Con 35 años en el oficio, Felipe Flores González recuerda que empezó cuando un vecino le vendió su ruta. “Tuve que pedir prestado para comprarla, pero valió la pena”, cuenta.
Durante décadas ha repartido el Diario con triciclo o bicicleta, a veces enfrentando fallas mecánicas, como aquella vez que su hija llegó tarde al kínder porque su bicicleta se rompió en el camino.
Aunque está pensionado, sigue trabajando porque ama vender.
“Es una bendición”, dice.
Durante un ciclón vendió desde su puerta como nunca antes. Esa jornada quedó grabada en su memoria. Si tuviera que resumir su experiencia, en una palabra, elegiría “respeto”: el que ha ganado de la gente y el que siente por su oficio.
Todas estas voces son de mujeres y hombres que enfrentan el calor, la lluvia, incluso una pandemia, las crisis y la tecnología, pero que no se rinden.
Cada uno de ellos ha contribuido a que el Diario haya cumplido sus primeros 100 años con una red de trabajo viva y comprometida. Más allá del oficio, para muchos ser voceador es sostener a una familia, tejer relaciones con su comunidad y formar parte de algo más grande que ellos mismos.

