(Artículo publicado el 19 de mayo de 1999)
Por Eugenio RIVAS ALONSO
El repertorio de la lujuria llega al fin de siglo con la pócima de cuarta generación que reduce a jarabes de pico los encantamientos que se administraban a las doncellas para mancillar su honor en las postrimerías del primer milenio.
Los brujos del siglo 21 han sacado de la caldera de los enervantes la fórmula que les permite someter a sus apetitos a las chicas de hoy y de mañana sin tener que pasar por la tarea de seducirlas como Don Juan en el Siglo de Oro.
Hoy, en el siglo de la droga, la disco, la copa y unas gotas de “Roofies” en el refresco de la nena hacen todo el trabajo. Después, trastornada la mente, extraviada la memoria, la joven narcotizada queda al servicio de los ruines caprichos del violador.
Sucede en los rincones oscuros del Soho londinense, vedados a las mujeres prudentes. Ya sucedió en Mérida -¿una, tres, cien veces?- junto a las luces de las avenidas elegantes del norte.
La reencarnación 99-00 de los hechiceros medievales acecha a nuestras hijas y hermanas en la tiniebla alcahueta del video bar de moda. En vez de la probeta de la alquimia lenta está el gotero o la tableta del fármaco fulminante.
Algunas veces, como leímos en el Diario el domingo que pasó, amigos alarmados consiguen apoyo policíaco y logran rescatar a la víctima, semidesnuda, cuasidemente, amnésica, en un asalto de película al gineceo habilitado a todo lujo en una colonia de gente bien.
Han pasado dos días desde que leí en el periódico una nota sobre este episodio de una vida nocturna juvenil que parece arrancado a un libro de porno dura.
No he leído que las autoridades estén siguiendo alguna de las pistas regadas a granel. La policía discutió con el violador. Lo conoce bien. Sabe el sitio exacto de su guarida. Puede averiguar quién es el dueño y quién lo renta. Está enterada de los incidentes de la narcoseducción: el lugar, el gerente, el departamento, el rescate…
¿Será que la investigación fue suspendida al entrar en aguas de peces gordos? La sociedad sabe que la policía sabe. Lo que un lector de peso mosca, como yo, no sabe es si alguna de nuestras asociaciones de padres de familia, organizaciones católicas o tantas agrupaciones sociales pendientes de mil y un asuntos está preocupada por esta conspiración del bajo mundo meridano para convertir en lupanares de cuarto pelo los videobares plus donde nuestras colegialas se exponen a perder la decencia cuando no la vida en una sobredosis, un cortocircuito o un contagio de Sida.
Tal vez la tragedia ajena no nos mueve a la defensa propia porque los compromisos, las aficiones y los temores tradicionales ocupan los espacios de nuestro tiempo que la indiferencia deja vacantes. Peor que la “date rape drug” que desmemoria a las estudiantes violadas es la anestesia moral en que dormitan tantas conciencias mientras los brujos intocables del siglo XXI preparan sus pócimas infalibles para saciar sus instintos primitivos, exacerbados por el talco, en la carne de nuestra carne.- E.R.A.- Mérida, Yucatán, mayo de 1999.
