(Artículo publicado el 4 de julio de 2001)
“The Washington Post” afirma en su edición de ayer que la boda civil de Vicente Fox y Martha Sahagún ha sorprendido y regocijado a México. Un visitante, José María Aznar, presidente de España, fue el primero en darles una felicitación pública.
Conocidos representantes de la política mexicana, de todos los colores y sectores, se unieron a los parabienes y coincidieron, la mayoría, en subrayar que el matrimonio es un acto de la vida privada de los contrayentes y no debe ser motivo de juicio, opinión o comentario que lo relacionen con los cargos que desempeñen en la vida pública.
Permítame el lector utilizar el “yo”, en vez del “nosotros”, al escribir estas líneas en que expondré mi punto de visita sobre el casamiento. Quieroizar puntual que no hablo en nombre de nadie, sólo en el mío.
Me ha sorprendido la boda, pero no me regocija ni felicito a los deposados, porque considera que su enlace agravia a la Iglesia Católica, daña la imagen del Presidente de la República y afecta negativamente la vida pública y privada en el país.
Los linderos entre la vida pública y la privada de los gobernantes tienden a confundirse, a fundirse, a desaparecer. No soy el primero ni será el último en decir que deben vivir en casa de cristal, pues sus actos, dondequiera que estén, se revisten de un interés y ejercen una influencia que tienen mayor magnitud pública mientras más alto sea el cargo que ocupan. La monarquía inglesa es un botón de muestra.
El Presidente es el primer ciudadano de México.
El señor Fox hizo una profesión nacional de sus creencias y convicciones religiosas al iniciar el primer día de su gobierno con misa y comunión en la Basílica de Guadalupe. Quien recibe el sacramento de la Eucaristía hace una manifestación pública de respeto y apoyo a los principios y normas de la doctrina de la Iglesia Católica.
La doctrina católica no aprueba que las personas que se han casado por la Iglesia y se han divorciado después vuelvan a contraer nupcias, a menos que la propia Iglesia, después del juicio de estilo, dicte la sentencia que anule el primer matrimonio.
El señor Fox y la señora Sahagún se encuentran en este caso. Cada uno se ha divorciado de su cónyuge y solicitó la anulación del vínculo matrimonial, pero la Iglesia no responde aún a las dos solicitudes.
Don Vicente ha puesto a la vista del país el ejemplo de un católico que viola sus convicciones, de un funcionario que considera que hay circunstancias en que puede faltar a sus principios.
El hombre íntegro, tan necesitado por México, se distingue porque lleva a la vida pública los mismos principios y convicciones que orientan su vida privada. Que el señor Fox no cumpla sus compromisos de católica autoriza la pregunta: ¿Cumplirá sus compromisos como Presidente o dejará de cumplirlos cuando un interés personal se interponga? Yo entiendo a la religión como un conjunto de criterios y normas que deben dirigirme. Si en mi vida privada no las respeto me expongo a que se amigo de mi fidelidad a mis ideas en la vida pública.
Ayer vimos, en los comentarios a la boda, una tendencia peligrosa a ignorar la religión, a excluirla como referencia para juzgar a la conducta humana.
Hay también en este caso una falta de prudencia, que es la madre de las virtudes. Se debía hacer a un lado a doña Martha a la hora de designar al vocero de la Presidencia de la República. Las antiguas, conocidas relaciones de ambos así lo aconsejaban.
Quizás no habría ocasión para este comentario si don Vicente se hubiera casado con doña Martha durante la campaña electoral o incluso antes, pues los sentimientos que comparten hoy ya los unían entonces. De esa manera habría sometido al voto de los mexicanos su decisión matrimonial y no estaríamos hoy ante la claudicación ideológica de un mandatario.
La boda civil Fox-Sahagún, al lesionar la imagen del Presidente, daña los intereses de la nación y afecta por tanto la vida pública. Los hombres y mujeres prominentes que hacen profesión pública de su adhesión a la doctrina católica y luego la infringen en materia grave, para conseguir un fin personal, atacan los valores de la vida privada en el hogar.
El ataque es más sensible porque desde una cumbre se plantea la desobediencia a una norma que el Papa Juan Pablo II se ha empeñado en sostener en defensa de una institución familiar básica, el matrimonio, agredida hoy por tantos agentes de la disolución moral.
Los gobernantes no deben recibir trato de excepción cuando se apartan de las reglas, sobre todo de aquellas que habían acatado y defendido.
Valen aquí las enseñanzas que se desprenden de Enrique VIII. Cuando el rey británico pidió al Papa que anulara su matrimonio con Catalina de Aragón, para casarse con Ana Bolena, Clemente VII le escribió que sólo tenía un alma, que si tuviera dos con gusto perdería una para complacer al monarca.
Reitero mi sorpresa. Repito que no puedo felicitar. Felicitar equivale a solidarizarse, a invitar a los católicos a imitar la conducta que se celebra y se aplaude. Tampoco creo que deba callar y esconder mi punto de vista por un falso sentido de respeto a la investidura presidencial, un temor a su poder o una confusión sobre los campos de vigencia de los valores morales.
La boda en Los Pinos trasciende los límites de lo particular y tiene resonancia política indudable, pues presenta la imagen de un Presidente de la República que con plena conciencia falta a principios de toda su vida. Ojalá que sea ésta la primera y última vez que lo haga.
El gobierno de Vicente Fox, por su intención y promesa de apartarse de la farsa que nos gobernó 70 años, puede hacer a México un bien excepcional. Dios bendiga su proyecto de nación y lo asista para que su comportamiento, sin distinciones de lugar o momento, sea el ejemplo que guía a los mexicanos al cambio económico, cívico y social que nos ofreció como candidato.- ERA- Mérida, Yucatán, 3 de julio de 2001.
