(Primera Columna publicada el 8 de septiembre de 2005)

El enfoque cristiano es el que mejor cabe al fallo de la Suprema Corte en el caso Medina Abraham. Hay intervenciones humanas que no se pueden apreciar sin la luz de la religión. Recordemos que la Divina Providencia escribe derecho en renglones torcidos.

Un obispo y doctor de la Iglesia Católica, que antes fue cónsul y juez por encargo del emperador romano de Occidente, nos referimos a San Ambrosio, en un comentario al evangelio del lunes, sobre el milagro que curó en la sinagoga al hombre de la mano seca, pide a los fieles que en seguimiento de la doctrina de Cristo procuren tener la mano lista para extenderla en auxilio de las víctimas de la calumnia y la injusticia.

En este campo que delimita San Ambrosio es donde la Columna comentará la resolución de la Corte que en forma definitiva negoció ayer el amparo de la justicia federal a Armando Medina Millet en un juicio sin par en la historia de Yucatán.

Este proceso no tiene precedente en nuestro medio porque nunca habían sido expuestos con tal abundancia, detalle, suficiencia y claridad, con una frecuencia que pudo haber llegado a la saturación, los argumentos, las pruebas y la estrategia que utilizaron las partes en pugna para apoyar sus puntos de vista.

Bien conocidos como son los métodos y recursos utilizados para postular que la muerte de Flora Ileana Abraham Mafud fue un homicidio, es lógico suponer que la decisión de la Corte tenga una influencia considerable sobre la conducta ética de los yucatecos en la vida privada y la pública.

La trayectoria de los denunciantes del homicidio, sus abogados, sus peritos y aliados puede crear escuela, si es que no la ha formado ya, y marcar en el seno del hogar, en las aulas de la educación, en los recintos religiosos, en la gestión política, en la impartición de justicia, en la convivencia social en suma, el camino que se debe seguir, el ejemplo que debemos imitar para tener el éxito que buscan nuestros intereses y el poder que nos abra las puertas que sean necesarias para que prevalezcan.

Quienes han disentido del comportamiento avalado ayer por la Corte podrían pensar que el efecto sobre la moral pública será terrible, porque no han tenido refutación, ni siquiera respuesta, las denuncias de que la acusación de homicidio se basa en atropellos a la ley, los derechos humanos ya los valores que informan y sustentan el sentido cristiano de la convivencia.

Es explicable la inclinación inicial al pesimismo, porque primero que judicial, antes incluso que político, Medina Abraham es un caso moral donde han estado y están en el banquillo, en entredicho, las convicciones y las virtudes que tienen en la religión su mayor baluarte y principal razón de ser.

Así lo entiende, según parece, la parte que acusa a Medina Millet; en tácito reconocimiento del poder enorme de la Iglesia Católica, la llama como testigo final de la Acusación en la campaña de prensa que promovió en la ciudad de México para presionar o impresionar a los ministros de la Corte.

Para presentar al sentenciado como un psicópata capaz de cualquier crimen, se utilizó ayer en la primera página de “El Universal” y en una ampliación interior una carta polémica que el canónigo yucateco José Ariosto Gamboa escribió al procurador, durante el juicio, para colaborar en la acusación de homicidio.

Medina Millet impugnó la validez de la carta y solicitó a la Arquidiócesis, en reiteradas ocasiones, una aclaración oficial que lo reivindicara. Fue admitida la procedencia de la petición, pero rechazada porque provocaría “un escándalo social”.

Sirva la nota de “El Universal” de entrada a la Columna para expresar su convencida opinión de que las autoridades eclesiásticas yucatecas, los actuales administradores de la religión católica en nuestro medio, metieron en el juicio una mano seca que ha ejercido una influencia quizás decisiva a favor de la familia acusadora. Lo que se dice ha sido comprobado en estas páginas y en el momento en que nos lo requieren lo haremos de nuevo y con mayor amplitud.

Es importante, sí, este sesgo que el caso Medina Abraham ha tomado, pero la Columna no lo ve con pesimismo. Más que otra cosa, mucho más, que se ve en el fallo de la Corte un diagnóstico certero de los machos que trastornan y debilitan las funciones vitales de nuestra sociedad. Otra voz de alerta, ahora de resonancia nacional, que nos exige un examen de conciencia: qué hemos hecho o dejado de hacer en nuestra esfera de actividades para apoyar de alguna manera el aparente triunfo religioso, político, económico y social de los métodos y los recursos de que se han valido los protagonistas de la acusación. Un examen que ha de ser más detenido mientras mayor sea la ascendencia que por nuestra posición, nuestro cargo o nuestro nombre podemos tener sobre la comunidad.

Sea pues el fallo de la Corte un acicate, un estímulo para preparar y emprender mejor la lucha por la justicia en una guerra santa que no termina nunca, donde se retrocede un paso hoy, pero se avanzará dos mañana, porque no se hace un favor de un nombre sino del hombre. Los ministros tienen corte pero no tienen dedos para tapar el sol.

La Columna regresa a San Ambrosio y al evangelio del lunes para mojarse la mano con la savia de la solidaridad ya esta nueva hora de prueba extenderla en señal de gratitud, respeto y simpatía a don Armando Medina Millet, sus padres y sus abogados por el ejemplo perseverante de fortaleza, dignidad y decencia con que están defendiendo las pertenencias del ciudadano en las trincheras de la ley, el derecho y la religión.

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