(Primera Columna publicada el 18 de marzo de 2007)

—Perdone que insista, ¿pero no tiene usted alguna relación con Yucatán? —preguntó César Pompeyo a don Vittorio Zerbbera, médico en mafias, cuando este observador siciliano de los procesos electorales yucatecos llegó a la Plaza Grande con el reportero.

—¿No ha escrito usted algún tratado sobre política que haya sido traducido al español?


¿Ha sostenido correspondencia con un partido mexicano? ¿Algún pariente suyo participó con Pepe Garibaldi en la rebelión de los Cazadores de los Alpes que integraría a Sicilia con Roma a su debido tiempo? ¿Me podría decir su segundo apellido?


—Ha dedicado parte de mi vida a la investigación de las actividades de las mafias y otra parte al estudio de las rebeliones. Casi siempre andan juntas. Mi apellido materno es D’Zacatto. Mi abuelo tocó el violín en el estreno de “Nabuco”, la ópera de Verdi que fue un detonante de la insurrección contra el imperio austríaco que culminaría en la proclamación de la república italiana.

—¡Qué curioso! ¡Qué coincidencia! —comentó Pompeyo, admirado, satisfecho con las respuestas, y, como si fuera una continuación de su diálogo con el dottore, enfiló sus preguntas al reportero:


—¿En qué paró eso del Hospital de Altas Manualidades?


—Alta Especialidad, don César. ¿De dónde sacó eso de Manualidades?
—Es que así le dicen porque muchos han metido las manos. Y cuando las sacan, no las quieren mostrar. ¿Qué sabes de esto?


—Que no todos pueden meter las manos, don César. Lo que dicen es que ya son ocho los enviados de don Felipe que quieren revisar las cuentas del hospital y les cierran la puerta. Los federales alegan que ellos dieron los 900 millones para construirlo. Que tienen todo el derecho, incluso la obligación de verificar sobre el terreno si es cierto que hay un cuadro patológico de inflamación en el hospital. Precios, costos, tiempos. Todo inflado. Pero nuestra secretaría de Obra Públicas, por orden del ingeniero Manero, no les permite a los inspectores acercar una pestaña o un dedo a las cuentas. No hemos podido averiguar si Patricio lo sabe.

—Si de verdad queremos marcarle el alto a la intromisión federal en nuestros asuntos —sugirió Pompeyo—, si queremos tener éxito en la defensa de nuestra soberanía debemos seguir el ejemplo del doctor Trueba.

—¿Otro italiano?


—Te van a tronar, reportero. Alberto Trueba Urbina. Cuando era gobernador de Campeche, a multas de los 50 o principios de los 60, le puso las peras a cuatro al Gobierno Federal. Los Pinos tenían la mala costumbre de escabechar a los yucatecos enviando a un inspector temible, Carrola Antuna, a revisar chequeras. Cuando quisieron mandarlo a Campeche, el doctor Trueba le ordenó a su jefe de policía, Mario Mena Hurtado, que esperara al federal en la frontera y lo devolviera a Yucatán. No le permitió poner un dedo, ni de la mano ni del pie, en suelo campechano. Por más que mostró, según se dijo entonces, la orden del presidente López Mateos. Eso debemos hacer nosotros. A todos los inspectores que nos manden a revisar nuestras manualidades, o especialidades como les llamas tú, no debemos esperar a que el director Luis Alberto Navarrete les cierre las puertas del hospital: hay que agarrarlos en el aeropuerto. Que no pongan un pastel en la pista. Vamos a devolverlos al DF en el mismo avión.


—Pero eso sería una rebelión, don César. Una insurrección contra el Centro. Un desacato… ¿Propone usted que la Sinfónica ponga “Nabuco” en el Peón Contreras para detonar a otra hermana república?


El signore Zerbbera, alto especialista en manualidades, paró las orejas, apuntó algo en una libreta, lo subrayó e intervino:


—¿Desacato? ¿No sería un plagio? Tengo entendido que hace seis o siete años, aquí mismo…


—Usted no entiende nada —lo detuvo Pompeyo—. Es cierto que hay algunos antecedentes históricos, pero nosotros los vamos a mejorar. Todo lo que el PRI hizo el PAN lo puede superar. Ya lo demostramos.

—Entonces, ¿qué propone usted, además de reexpedir a los federales al altiplano? —preguntó el periodista—. ¿Que les pongamos calcomanías con la bandera yucateca a los quirófanos, las camillas y los elevadores del hospital? ¿Que le peguemos otra al acelerador lineal para retardar el cáncer? ¿Que tocamos el Himno Yucateco en la inauguración del hospital?


—En el acelerador no vas a poder, porque los campechanos fueron más vivos que nosotros o no tienen las manos tan largas. Ya se lo dieron a ellos. A los elevadores tampoco, porque ya no hay lugar para nada más. Ni siquiera un alfiler. El enfermo va en uno y la camilla en otro. El doctor, por la escalera. Sobre todo lo demás, ¿por qué no le preguntas al señor Patrón Laviada? ¿Por qué no le muestras los documentos que me enseñaste el otro día? ¿Qué tal si son falsos? Con todo este alboroto, si no tenemos la razón nos van a dejar a Chichén en octavo lugar. Nos van a dejar solos cuando regrese el señor Bush.

—Ojalá —comentó el reportero.

—Ojalá qué? —precisó Pompeyo— ¿Que regresa George o que nos dejen solos?
—A usted lo van hospitalizar —don César—. Va a inaugurar las manualidades antes de que tocar el himno…

—Perdonen, ustedes —interrumpió el dottore Zerbbera—. Además del hospital, ¿también van meter los dedos en las elecciones?

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