(Primera Columna publicada el 13 de marzo de 2007)
Por primera vez en la historia de la columna, el reportero llegó ayer a la Plaza Grande con dos acompañantes. Como dijo el señor Bush al tomar posesión, “siempre hay una primera vez”. Después, viene la segunda, luego la tercera… No ha dejado de tomar posesiones desde entonces.
—Don César, le presento a Mr. William “Bill” Huiro, Jr. Llegó en el Air Force One, pero viene desarmado. Se va a quedar aquí unos meses.
El visitante se acreditó con su credencial de redactor del periódico “Pacific Morning Wave”, su tarjeta de presidente del Frente Único de Inmigrantes de Palo Alto, California, y una carta de recomendación. La carta agradece el auxilio que se le preste al portador en el desempeño de su misión como observador de los procesos electorales de Yucatán.
—Este caballero, don César —prosiguió el reportero—, es el jurisconsulto don Vittorio Zerbbera. Viene desde Sicilia, donde se ha especializado en el estudio de la mafia. La Universidad Autónoma de Palermo la ha extendido el doctorado correspondiente.
—¿Viene a hacer una visita al Tribunal Superior de Justicia? —preguntó Pompeyo, mientras leía con cuidado la tarjeta de presentación: “Vittorio Emmanuele Zerbbera. Doctor en mafias”.
—¿No nos hemos visto antes, don Vittorio?
—Para nada, signore Pompeyo. A menos que usted haya ido a Sicilia y se haya cruzado conmigo en la carretera. Me permito aclararle que me voy a entrevistar con los magistrados yucatecos, sí: es un estudio colateral que me asignaron en la Facultad e incluso traigo un “dossier” sobre cada uno que nos proporcionó la Interpol, pero, como míster Huiro, el primo objetivo de mi viaje es observar los procesos electorales.
Pompeyo y el periodista, con los dos recién llegados, caminaron enseguida hacia la banca de costumbre, pero con sorpresa vieron que la ocupaban tres morenos corpulentos con el uniforme de los yanquis de Nueva York. Simulaban que leían el New York Times.
—Puede ser que los haya traído don Gustavo como refuerzos para los Leones —aventuró el reportero.
—Disculpe —dijo don César, con exquisita cortesía—. ¿No sería tan amables de desocupar la banca? Es propiedad privada.
—Lo era —respondió tajante un pelotero arrastrando la erre—. Ahora está invadida.
El reportero miró hacia la banca de enfrente y vio, con otra sorpresa, que la ocupaban tres mujeres atléticas, dos rubias y una pelirroja, con uniformes del Teresiano. Una simulaba que leía “Vogue”. Otro, un ejemplar del Catecismo. La tercera contemplaba una estampita del “Éxtasis” de Santa Teresa.
—Saben las Madres que están ustedes aquí? —preguntó Pompeyo a la menos grande—. Es hora de clases.
—Nosotros las suspendimos. ¿Tiene usted algún inconveniente? —respondió la más grande, arrastrando la erre. Don César la midió con la vista y sugirió al reportero:
—Te lo agradezco, periodista, pero ya no insistes. En el Colón nos pueden prestar cuatro sillas. El señor Bush no va a tomar sorbetes. Todo lo que traen ya hecho. Hasta el conjunto comunicado sobre el muro. Avisale al Sr. Huiro que no tiene que esperar hasta el miércoles: en el Hyatt puede obtener, en el escritorio de la CIA, una copia del Tratado de Temozón y otra de la Declaración de Uxmal.
— ¿Dónde me informarán cuál es el escritorio de la CIA? —preguntó el señor Huiro.
—No se le ocurre hacer preguntas, míster: están en veda. Ya entró en vigor la segunda temporada de la Doctrina del Virrey de Croix “Ustedes habéis nacido para callar y obedecer. El escritorio de la CIA está en el lobby, a mano derecha, en un “stand” de hamacas de cuatro hilos y “sabucanes”. No digas que yo se lo dije. No vaya a tocar los “sabucanes”: allá tienen sus chivas electrónicas.
—Yo conocía la Doctrina Monroe, la de Montejo para los americanos, pero esa otra no me la sabía —comentó el señor Huiro—. De cualquier manera, ¿qué acordaron en el Tratado de Temozón?
—Que le pondrán escaleras al muro —indicó el reportero—. Además, la Casa Blanca renuncia incondicionalmente a su derecho a levantar otro.
—Pues nació muerto ese Tratado. Ya levantaron tamaño muro frente al Hotel Fiesta Americana. Mi habitación está en el tercer piso y no veo nada. Gallina que bebe huevo… ¿Y la Declaración de Uxmal, qué acuerda?
—Declara que Uxmal es la octava maravilla del mundo.
—Vaya, hombre, menos mal. Algo íbamos a ganar con todo esto. Me estaba latiendo —intervino Pompeyo, mientras se ponía de pie—. Ya que vamos a devolver las sillas al Colón, los invitamos a un sorbete. ¿De qué sabor le gustaría su gelato signore Vittorio? ¿De marañón? ¿De caja?
—Si se puede —pidió Bill Huiro—, yo quiero una de vainía.
—¿Ha estado usted antes en Yucatán, Bill? —preguntó Pompeyo.
—Nunca: ésta es la primera vez. Pero mi mamá me ha hablado mucho de ustedes. Su abuelito de ella era de Temozón. Cuando lo supo el FBI me pagó el pasaje y me dieron un intransmisible para el banquete de mañana martes. Les ordenaron que haya algo regional en Temozón.
