(Primera Columna publicada el 27 de enero de 2007)
—Están como agua para chocolate, don César —informa el reportero al llegar ayer a la Plaza Grande—. Hay reacciones muy adversas a la columna en que usted habla de los asistentes a la fiesta de cumpleaños del arzobispo ortodoxo Antonio Chedraoui. ¿Se acuerda usted que se lo avisé, que le sugerí que tuviera cuidado?
—Vamos por partes, reportero. En primer lugar, tú eres el que escribe la columna, no yo. ¿Quién te obliga a publicar lo que yo digo? En segundo, tú sabes bien que nunca falta quien tome el rábano por las hojas. Por último, si me equivoqué, si algo dije que no es cierto, estoy dispuesto a rectificar. Ya lo demostraré.
Pompeyo se refiere a su error al mencionar a la secretaria de Desarrollo Social, Beatriz Zavala, entre los invitados al banquete del archimandrita. Enseguida, al día siguiente, aclaró que no era ella: que la confundió con Josefina Vázquez Mota, secretaría de Educación.
— ¿Y quiénes están molestos, reportero? ¿Qué me quiero hacer?
—Hay soberano disgusto en Los Pinos. Parece que le están proponiendo a don Felipe que le cancele a usted su pasaporte. O su credencial de elector. O las dos cosas, para que sea más saludable el escarmiento. Se enviaría al Congreso la iniciativa correspondiente.
—No sólo en Los Pinos —prosigue el reportero—. En CEM están que arden. Le van a pedir…
—En CEM? ¿Qué le hizo yo al Centro de Especialidades Médicas?
—Don César, me refiero a la Conferencia del Episcopado Mexicano. Van a pedir que le prohíban a usted rezar el Padrenuestro, por lo menos en público, y que no le dejen ponerse el escapulario de la Virgen del Carmen. Se van a dirigir al Tribunal del Santo Oficio… Nuncio.
—¿La antigua Inquisición? Creí que estaba abolida.
—Todavía funciona para algunas tierras. Las tierras de misión. Ya sabes usted que la mies es mucha y la cizaña abunda. La CEM…
—Si los de la CEM piden eso, van a decir que deben estar en el CEM. Pero que no se te ocurrirá publicar esto, por favor. No me metas en más líos.
—Ya está usted metido, don César. Los prohombres del PAN están alborotados. Van a exigir que le confisquen a usted la banca de costumbre. Que no se pueda usted sentar en ninguna de las bancas de la Plaza Grande.
—Y ¿quién me lo va a impedir?
—El jefe de la policía. Ha trascendido que don Javier se ha vuelto un experto en lidiar con pompeyos. Cuando el Diario publica algo que no le gusta a don Patricio, el señor Medina empieza a repartir citatorios entre nuestros reporteros. Que se presentó a esta hora en el Ministerio Público. Que regresarán mañana para confirmar lo que dijeron ayer. Que si no van, o llegan tarde, se exponen a esto, aquello y lo de más allá. Y nos transcribe una lista de las leyes, con sus respectivas fracciones y cláusulas, sobre las sanciones que nos van a imponer. Y cuando a don Javier se le olvida citarnos, ahí viene el Ministerio Público con más cartas y amenazas. Cualquiera diría que nos quieren meter miedo.
—Vaya, incluso yo no soy el único, reportero. Pero ¿no es eso un ataque a la libertad de expresión? No creo que el señor Patrón Laviada esté detrás de todo esto. ¿Y quién va a vigilar que yo no venga a la Plaza? ¿Los antimotines? ¿Los Lobos? ¿Seguimos siendo tierra de misión? Haya o no haya inquisición, sea santa o non sancta, sepa Dios; esté Palacio metido en esto o no lo esté, tampoco creo que los prohombres del PAN tengan la influencia…
—También los prohombres del PRI están contra usted, don César. Ya sé que no los menciona en su reseña de la fiesta del archimandrita, pero usted sabe que sí asistieron. Allá estaba el líder Emilio Gamboa. Temen que usted sea parejo y no sólo le pegue a los panistas. Se están curando en salud…
—Ahora resulta, reportero, que hasta Ana Rosa va a exigir que me lleve al Cerro de las Campanas. ¿Por qué no le preguntas a un juez independiente sobre todas esas acusaciones, advertencias y amenazas que nos hacen? A Hugo Sánchez, por ejemplo.
—Porque ya sé qué me va a decir. Que todos están fuera de lugar. Que va a haber tiro de penal.
—Si no quieres a Hugo, te sugiero al Observatorio Nacional de Tacubaya. Seguro que ellos son imparciales.
—Ya sé también, don César, lo que la Comisión va a contestar. Que las acusaciones y las amenazas están fuera de tiempo. Que no tiene registros modernos. Que los últimos son de 1924 y no han sido actualizados.
—Pues por eso en la columna, ¿a quién debe dirigirme para exigir que lo hagas? ¿A don Felipe? ¿A la Conferencia del Episcopado Mexicano? ¿A la Procuraduría?
—Al director del Diario, don César. Es mi único jefe. Sólo a él tengo qué obedecer. Los otros pueden sugerir, aconsejar, opinar, señalarnos un error para que rectifiquemos. Muy agradecidos. Muy honrados de que nos tengan en cuenta. ¿Pero darnos órdenes? Están fuera de lugar y de tiempo. Ni estamos en el África Ecuatorial ni vivimos en la Edad Media.
