(Reseña publicada el 9 de junio de 2006)

George Bizet regresó al Peón Contreras la semana pasada del brazo de ilustre compatriota: Alfonso Daudet, novelista de “Safo”, la modelo cuasiotoñal que deslumbra a un joven incauto, y autor también de los “Cuentos del lunes”, éxitos meridanos de librería en los tiempos de “La Literaria” de don Ramón Massó, aquel templo de la lectura que estuvo en la calle 63.

La interpretación exquisita que la Orquesta Sinfónica de Yucatán hizo el viernes 3 de junio de “La arlesiana”, del binomio Bizet-Daudet, tuvo, no sabemos si a propósito, un sello de efemérides o conmemoración, un trasfondo de historia: se cumplía el aniversario 131 de la muerte del genio de “Carmen” en París, el 3 de junio de 1875, próximo a los 37 de edad.

“La arlesiana” que disfrutamos es la segunda de las dos suites aportadas por Bizet para armonizar la puesta en escena de la comedia dramática del mismo nombre extraída por Daudet de uno de los 25 cuentos, relatos y fantasías que publicó uno por uno en el diario “Le Figaro” y reunió después, a fines de los 860, en “Las cartas desde mi molino”, colección que lo elevaría al estrellato de la popularidad y el renombre.

Estaba de moda ponerle música a la representación de una obra de teatro. Mendelssohn lo hizo con “Sueño de una noche de verano”, de Shakespeare, y Grieg con “Peer Gynt”, del noruego Ibsen. Hoy es algo común, imprescindible en el cine: no concebimos una película sin fondo musical. Se premia incluso con un Oscar de Hollywood a la mejor partitura del año.

Invitados por el reportero, asistimos a la función del domingo 5 al mediodía. Recortado entre músicos de negro resaltaba el traje blanco del director Luis Fernando Luna Guarneros. ¿Es la primera vez en la Sinfónica? En el patio de lunetas, semilleno, se notaban las dos o tres filas que dejaron vacías los canadienses que inviernan en Progreso y suelen bajar los domingos al coliseo de la 60 atraídos por la orquesta.

Volvamos a “La arlesiana” para aquilatar mejor la joya de eufonía que regaló la güerita de la flauta. Daudet, huyendo del ajetreo de París, alquila un molino viejo, solitario, inscrito en el paisaje bucólico que el río Ródano crea en la campiña provenzal de Arles, ciudad notable por motivos diversos. En Arles, en 14 meses, Vincent Van Gogh pinta 200 cuadros, y entre tanto, arrepentido de uno de sus raptos de locura, se corta una oreja después de clavarle una navaja a su huésped, Paul Gauguin, otro de los capitanes franceses del pincel.

En una de sus cartas desde el molino, Daudet les cuenta a sus lectores del “Figaro” la historia tejida alrededor de una mujer arlesiana, protagonista impura de un triángulo amoroso que conduce al suicidio a un joven desquiciado por la pasión. La galanura de la prosa, las descripciones de las intimidades espirituales y los motivos folklóricos encuentran a una compañera ideal en la suite de Bizet -en las dos-, por la transparencia, la distinción, la delicadeza con las que refleja la luz y belleza de las ideas. Bizet es un maestro de elegancia en el discurso musical. La suite, por sus vertientes polifónicas, se presta para recoger los contrastes que impregnan el relato de Daudet.

La flauta tiene el justo crédito de ser, entre los instrumentos de viento, el de la voz dulce y el sonido delicado. Es heredera de la siringa seductora del dios Pan. Estas, esas y aquellas galas de la prosa y la melodía se abrillantan en las interpretaciones de la güerita de la flauta, transitadas de sentimientos que pronto alcanzan y conjugan la emoción. Con el tecleo discreto del piano o la complicidad atenuada del arpa, la vimos, enamorada de su arte, incorporarse al ritmo, mecerse, ensimismarse como si dialogara a solas con Bizet y Daudet, como si no hubiera nadie en el Peón Contreras, ni canadienses ni meridanos, mientras ella, en sus solos, entregaba su rendición a plenitud de los valores de “La arlesiana”. ¡Cómo la aplaudieron! Reportero, ¿quién es la güerita? Por conducto del Diario nos llega la respuesta de Luis Luna Guarneros. Es Kate Grace. Inglesa. Graduada con honores en un conservatorio londinense de alcurnia. Concertista en el Reino Unido. Aplaudida en escenarios de Europa, maestra hoy de nuestro Centro de Música “Jacinto Cuevas”. Que el periódico nos haga el favor de ampliar en un cuadro esta identificación.

“Es uno de los solos de flauta más famosos”, escribe Luis Luna, director de música del Instituto de Cultura de Yucatán, en comentario que nos muestra el reportero. “La maestra Kate logró el objetivo de crear una atmósfera de encantamiento. Un momento mágico. El aplauso del público fue bien merecido. Es una excelente intérprete”.

Una apostilla final. Por fiel que sea la grabación, por magnífica que luzca la imagen del devedé, ni una ni otra deleitan y cautivan como la impresión incomparable de ir al concierto para oír y ver la música sin intermediarios: en persona, en vivo, en cuerpo y alma. Sobre todo si tenemos una orquesta de lujo como la Sinfónica de Yucatán.- César Pompeyo . Mérida, Yucatán, junio de 2006.

 

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