(Primera Columna publicada el 1 de agosto de 2007)
Ivonne Ortega Pacheco es un fenómeno. En 2006, a estas horas del verano, su nombre no decía nada a la mayoría de los meridanos. O poco. ¿Es la sobrina de Víctor Cervera? Sobrevivía tal vez alguna memoria vaga de su tránsito fugaz por la Legislatura del patio. Por el Senado pasaría luego como un meteoro que no deja estela. Si alguien ha quemado etapas en el ascenso a las cimas del poder, ése es ella. No pecamos de exageración si insistimos en que de la noche a la mañana pasó a ser lo que es hoy. La suya es la llegada al Palacio de golpe y porrazo. Ivonne es un tren bala en los rieles de la política.
Cuando el jueves 26 de octubre, recién llegada a la Cámara Alta, pide licencia para aspirar a la gubernatura, la gente pregunta: ¿Cómo dijiste que se llama? Al inscribirse como sexta y última de los pretendientes del PRI al solo ejecutivo, se la ve como actriz de reparto. Entra el 17 de noviembre en el “debate” de los precandidatos con etiqueta de novata que busca hacer méritos para lo futuro codeándose con figurones de colmillos largos.
El 6 de diciembre es ya la sorpresa del año. En vez de la encuesta reñida que se esperaba, con final de fotografía, se anuncia que la cenicienta aparecida un minuto para las doce ha ganado la candidatura con ventaja de 15 a 22 puntos sobre la consagrada Dulce María Sauri. Un nócaut político en el primer raund. La bomba de 2000. Era inevitable la reacción inmediata. La vieja guardia del PRI, con sus líderes a la cabeza, ha entrado de buenas a primeras en balance y liquidación. Una generación juvenil recibe el mandato de poner un punto y aparte en la historia del partido.
Fenómeno, bomba, sorpresa, Ivonne prosigue su viaje de tren bala con los récords de apoyo electoral que la catapultan a una victoria inapelable en los comicios de mayo de 2007. Entre todos los candidatos y funcionarios públicos que han egresado del PRI desde sus orígenes en la segunda década del siglo XX, la señora Ortega es la excepción. La única. No debe su cargo al presidente de la república o al gobernador. Ni a la maquinaria de un partido oficial ducho en las malas artes de la imposición. Contra viento y marea ha brincado de la nada al todo. A menos que su candidatura obedezca a una estrategia del partido, una maniobra premeditada para desplazar por las buenas o las malas a los emisarios del pasado, en busca de la reivindicación nacional del lastimado logotipo tricolor, los triunfos de Ivonne son suyos, solitarios, sin el lastre de deudas y compromisos que arrastran luego al gobernante a contaminar su administración con el pago de favores inconfesables.
Esta libertad de acción con la que llega hoy miércoles a la jefatura del estado multiplica una responsabilidad muy suya y personal. Si alguien en los anales del PRI ha podido elegir su gabinete sin presiones ni consignas ese alguien es Ivonne Ortega. Poca fuerza, si es que alguna, tendría su excusa o pretexto si infecta su equipo con agentes transmisores de los vicios que hace seis años luchamos por corregir. Es cierto que a los arrepentidos quiere Dios, pero es jugar con fuego poner a los pecadores a predicar en el púlpito oa los rateros a recoger la colecta. El borrón y cuenta nueva requieren de una dosis industrial de prudencia. En su campaña electoral, la señora Ortega procuró reducir al mínimo sus contactos con el pasado del PRI. Su táctica tuvo buen éxito. Esperamos que su gobierno tenga igual resultado por la misma causa.
Aquella actriz de reparto, la novata de las bombas y las sorpresas llega hoy a la meta con credenciales de superestrella expedidas en las urnas. El tren bala debe disminuir su velocidad y empezar a detenerse en las estaciones que a partir de mañana le impondrá una accidentada geografía política, económica y social. La energía y vitalidad que rebosan de la juventud de su conductora —nadie había sido gobernadora en Yucatán a los 34 años de edad— necesita una compañera de viaje: la madurez. Esa madurez que es madre del equilibrio. Un equilibrio que es fruto del conocimiento que obtuvo o depurado con la atención oportuna a la opinión ajena —sugerencia o crítica— se aplica al bien común con rectitud comprobable de intención.
En la travesía serán imprescindibles también los inspectores que vigilen el paso puntual del convoy por las escalas del itinerario. Esos inspectores somos los yucatecos. Sin nosotros no habrá feliz viaje. Ese viaje feliz que nadie está exento de desear, con interés cívico de ciudadano, a Ivonne Ortega Pacheco.
