(Primera Columna publicada el 3 de septiembre de 2008)
Ante César Pompeyo y el reportero, don Vittorio Zerbbera, doctor en mafialogía por la Universidad de Palermo, expresó ayer en la Plaza Grande sus impresiones sobre el efecto de nuestros dramas y tragedias en las misas meridanas del domingo último de agosto.
—¿Está la mafia infiltrada en los altares? —preguntó con retintín el reportero—. ¿Han conseguido los financieros de la cosa nostra poner un pie en el presbiterio y otro en la sacristía…
—No sigas, joven amigo, la cosa no va por allá. Leí en tu periódico que la señora gobernadora solicitó a vuestro arzobispo que los sacerdotes pidieran a los fieles en las misas del domingo que no vean una incomodidad en la vigilancia especial acordada por el carabinieri Saidén con motivo de los once degollados. Fui a la misa…
—Doce, dottore —corrigió el reportero—, doce… hasta ahora. Bueno, sean los decapitados cuantos sean ¿cómo no nos vamos a incomodar si nos quieren bajar los humos cuando más los requerimos para que no nos vean la cabeza. Que el humo de usted es grado tres, ¡fuera! Que no, que sólo es de dos. ¡Te lo pelan también! ¿Qué van a hacer con tanto humo que nos están quitando? ¿Una cortina para tapar algo, para…?
—Alto, reportero: ni vienen al caso, ni son pertinentes tus preguntas incómodas —intervino Pompeyo—. Baja tus humos y deja que el señor Zerbbera (con zeta y doble be) reanude su misa. ¿Qué iglesia escogió usted, don Vittorio?
—La misa de siete y cuarto de la tarde en la iglesia de la Divina Misericordia, en el norte de la ciudad. La escogí porque yo creo que eso necesitan en Yucatán: misericordia. El “abismo infinito de misericordia” divina, revelado a santa Faustina, que se agradece a Dios al final de la “Coronilla”, esa oración que se le reza al Padre Eterno para rogarle que tenga piedad de nuestros pecados y los del mundo entero, incluyendo en este caso tan especial los pecados de ustedes los yucatecos.
—¿Cree usted que ya llegamos al fondo del abismo? —interrumpió el reportero, con visible disgusto de don César.
—En qué dimensión o nivel del abismo están ustedes es un estudio que compete al dicasterio de la Santa Sede que hace las veces del Santo Oficio, de la Santa Inquisisión, no es cuestión que corresponda a la Universidad de Palermo. Nosotros investigamos los delitos y sus causas, no los abismos, los dolores de cabeza y otras consecuencias. Regreso a la misa. Recordemos el evangelio del domingo, el regaño a Pedro porque este santo varón no quiere ir a Jerusalén. No quiere ir porque Cristo les da entender a sus discípulos que por decir la verdad, por predicar la palabra de Dios, que es lo mismo, van a “padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas”. Pues bien, el Padre no habló en su homilía de los ancianos, ni de los sumos sacerdotes, ni de los escribas y fariseos, ni de los narcotraficantes…
—Que son las autoridades de hoy, “all inclusive”, mencionados por orden de aparición, no de importancia… —comentó el reportero antes que fulminante mirada e inequívoco ademán de Pompeyo lo dejara con la boca seca de palabras.
—Pues bien —prosiguió don Vittorio—, la homilía del Padre, por constructiva, por directa, por haber ido al grano con puntería, les vino, les viene como anillo al dedo a los degollados por ahora y por venir, a los sustos que a ustedes les acalambran, a las pesadillas que les quitan el sueño, a las preguntas que se formulan, a los remedios que exigen.
—Si todas las homilías fueran en Yucatán como la homilía del sacerdote de la Divina Misericordia —prosiguió— Dios no tendría que bajar hasta el fondo del abismo para encontrar a los yucatecos y sus autoridades. El Padre aplicó el evangelio al momento que se vive, a la actualidad que palpita. Como deben ser las homilías. Con energía, sí, pero una energía pastoral, sin regaños, sin amonestaciones, les dijo a los feligreses que si no quieren más degollados tienen que ir a Jerusalén, o sea al mundo, a la calle, al trabajo, a la familia, a predicar con la palabra y el ejemplo la verdad, que es la palabra de Dios, aunque padezcan mucho. La verdad, que son los valores morales arrinconados por el hacha, el secuestro, el asalto, la cocaína, el alcohol y asiduos compañeros de relajamiento. A rendir testimonio personal de cristianismo aunque, entre gritos y violencia, se burlen de ti, como anuncia el profeta Jeremías en la primera lectura. Ustedes tienen que ser una “piedra en el zapato” de todos aquellos que levanten la voz y alcen la mano contra la palabra de Dios. “La piedra en el zapato —subrayó el Padre—. Sin miedo, con valentía”.
—No es una transcripción de esta homilía prudente, ortodoxa, centrada: es un resumen. Una interpretación legítima. La cita exacta está entre comillas. “Una piedra en el zapato”. En el zapato de quien sea: escriba, fariseo, sumo sacerdote, anciano. Traficante, traficado y testigo del tráfico. En el zapato de los responsables de la corrupción y los irresponsables que los “apapachan” en público y en privado los estimulan con sus halagos. Ya transmití a Palermo el texto completo del sermón en la iglesia de la Divina Misericordia, del sermón de las siete y cuarto, para que el Consejo Episcopal de Sicilia y sus decanatos, estimados asesores y activos colaboradores nuestros en la lucha contra los mafiosos, los distribuyan entre los párrocos de sus diócesis.
