(Primera Columna publicada el 27 de mayo de 2008)

Si es cierto que todos los caminos conducen a Roma, veamos si Babe Ruth nos ayuda a entender quién ha ganado y quién ha perdido en la toma del hospital regional de Altabrisa por un sindicato de la ola roja.

Ruth, célebre jonronero de los Yanquis, era famoso también por los regateos, los tiras y los encoges de sus negociaciones con el dueño del equipo, el cervecero Jacobo Ruppert. Los pleitos, que hasta allí llegaban, eran por cuestión de salarios. Después de implantar en 1927 el récord de 60 cuadrangulares en una temporada, el Babe exigió 80,000 dólares para jugar en 1928.

“Te doy 60,000 y digo que firmaste por 80,000, para que quedes bien ante la gente”, propuso el dueño. “Al revés —se amachó el tumbabardas—: me da 80 y digo que acepté 60. Así el que queda bien es usted”. Ganó Babe Ruth.

Regresemos a Altabrisa. El sindicato encarnado se apoderó del nosocomio sin previo aviso, a la medianoche, faltando horas para la solemne inauguración anunciada. Como fundamento del madruguete expidió un ultimátum al gobierno federal: o me entregas la mitad de las plazas del hospital, y también destituyes al director, o aquí me quedo y no entra nadie más. Un ultimátum —subrayaron los tomadores de cunas y quirófonos— que se exigirá hasta las últimas consecuencias.

Las consecuencias comienzan enseguida: el sindicato empieza a clausurar hospitales a lo largo y ancho del estado como medida de presión. Los enfermos se quedarán sin doctor, ni medicinas, ni enfermeras. Se quedarán sin nada mientras la federación no quite al director inepto y no me dé las plazas que quiero. No habrá un paso atrás. Lo juro.

Pasan los días. Al fin, en resuello de buzo, la federación responde: no quito al director ni te doy las plazas. El director fue elegido en un concurso precedido de la convocatoria de estilo. Según la ley las plazas no te pertenecen: es un hospital federal, con todo lo que federal significa. Significa que tú eres un sindicato estatal y no tienes derecho a nada. Ni a pedir ni menos a exigir. Como dicen en el pueblo: Niño, no hagas pipí fuera de la bacinica.

La realidad monda y lironda es que estamos ante otro más de los pleitos entre Yucatán y el gobierno federal que se se han puesto de moda desde que la marea roja está inundando las instalaciones de la política local. Una belicosidad creciente con pretensiones de pan nuestro de cada día.

Así estaban las cosas. Así de ireductibles se hallaban las posiciones encontradas en la noche del sábado. Al amanecer el domingo leímos en la prensa que el sindicato había levantado el bloqueo a los enfermos. Se había salido de Altabrisa. Había entregado el hospital porque los federales le habían entregado a las buenas las plazas exigidas a las malas. Eso de que se vaya el director inepto es pepita y cacahuate: se puede quedar. La aptitud no es un artículo de primera necesidad. No está en la canasta básica de las conquistas sindicales.

¿Qué fue lo que sucedió? La columna plantea las respuestas e interpretaciones posibles, probables o seguras que numera a continuación:

1) Gana Jacobo Ruppert y pierde Babe Ruth. En un conciliábulo —en lo oscurito, muy en lo oscurito, claro— se acuerda que el sindicato no recibe las plazas que exige. No recibe ninguna, pero se le permite decir que se le dan todas, para que quede bien con la gente. Para que el sindicato arrolle la cola sin que se le raye la frente.

2) La federación arrolla la cola, pero le quedó rayada la frente. Veamos:

a) La arrolla porque la ley ampara al sindicato. Entonces, ¿por qué se le negaba lo que tiene razón en pedir? ¿Por qué esperar a que se exija por la fuerza lo que el derecho otorga?

b) La ley está con el gobierno federal, pero cede porque… Porque es costumbre que archivemos a la ley en el cementerio de la letra muerta cuando a cambio de enterrarla en Yucatán se quedan vivas las intenciones y aspiraciones federales a algo. Algo inconfesable que no conviene revelar. Algo que sería puesto en peligro por el cumplimiento de la ley al pie de la letra, como lo haría un gobierno que en vez de abandonar la trinchera del derecho se queda al pie del cañón para defender su vigencia.

3) Altabrisa ha sido un cañón para dispararle a México. El recurso a la violencia ha tenido un final feliz. Se ha refrendado y fortalecido el viejo expediente subversivo de acudir a la acción directa para tener éxito. La federación le hace flaco servicio al país al doblar las manos en un toma, aquí, y daca, allá. Un toma y daca, un mal ejemplo que le cae a los mexicanos, a los yucatecos sobre todo, como pedrada en ojo de tuerto.

4) De cualquier manera, se ha expedido una carta de ciudadanía al terrorismo como procedimiento para saciar apetitos. Terrorismo es perjudicar a terceros inocentes para lograr los fines que me propongo.

Terrorismo es tomar rehenes para apoyar mi demanda. Terrorismo es utilizar a los enfermos como municiones para conquistar plazas de hospitales. Negociar con el secuestro de la salud es terrorismo. Terrorismo liso y llano.

5) De cualquier manera también, alguien ha mentido u ocultado deliberadamente la verdad. Es el viejo sistema de suministrar ciertas dosis de la verdad a cuentagotas, mientras se termina de dorarle la píldora al pueblo.

Ojalá que el gobierno federal recobre la voz y nos haga una explicación que concuerde con la dignidad y el respeto a la ley. Una explicación que le quite a Altabrisa ese aspecto de autoridad con bandera blanca. Ese olor penetrante a rendición.

O tengamos la suerte de que la comandancia de la ola roja, con una explicación verosímil, nos quite de la cabeza la sospecha de que no la vimos al frente de los terroristas porque ella estaba detrás empujándolos. Sospecha que es un dolor de cabeza. Dolor que puede convertirse en migraña con esta moda creciente de armar y desarmar conflictos en que le meten a México un jonrón con la casa llena en el cierre de la novena entrada. Un bambinazo que derrota a la nación. Una derrota en que todos hemos perdido.

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