(Primera Columna publicada el 2 de marzo de 2012)
“Hugo”, la película de Martin Scorsese, premiada con cinco oscares el domingo último, ofrece una escena estrepitosa que nos hace recordar a Yucatán.
Para no atropellar a un niño tendido en la vía, un tren en carrera desenfrenada, desconectada las ruedas y los mandos del control humano, envuelta en bocanadas de humo y chispas su locomotora enloquecida, salta de los rieles y, en un recorrido que riega pánico y espanto, cruza los andenes atestados de pasajeros despavoridos y atraviesa entre colisiones y volteretas las tiendas y los puestos, las florerías, los cafés y las tertulias de concurrida estación ferroviaria de París antes de lanzarse a un brinco prodigioso para penetrar con su cuchillo de fierro las paredes de cristal y en una explosión de astillas estrellarse de cabeza contra la calle seguido de su culebra ondulante de vagones.
Así vemos cómo avanza hacia su estación final el gobierno de Ivonne Ortega en una trayectoria, demoledora de escalas, que se ha saltado todos los rieles para arrastrar, atropellada y maltrecha, lo que fue y hoy que queda de la economía del estado.
A cinco para las doce en su viaje de cinco años, a la vista ya de las elecciones, que pueden ser un tribunal que juzgue, sentencie y condena, la máquina del fraude sigue su curso arrasador sin que haya manera visible de contenerla, por más que se describa el paisaje de estragos. Por más que se avalúe la estela de los daños. Por más que se identifique a la víctimas. Por más que se señale con índice de fuego a los responsables y sus objetivos. El convoy de la rapiña sigue su marcha arrolladora.
Ahora, a la cola de sus vagones repletos de rapacerías viene un “negocio” más desenterrado por la exploración panista: el negocio de tres hospitales, en Mérida, Tizimín y Ticul. Encarrilada en la misma ruta del museo maya, que es la ruta tan transitada ya de construir con deuda, con crecidos intereses y amortizaciones que no pagarán los mercaderes de ahora sino las generaciones que vienen, la noticia de los hospitales, publicada ayer en este periódico, tiene vertientes escandalosas:
a) No se sabe nada de los proyectos, anteproyectos y característica de los edificios y las instalaciones.
b) Los costos no se conocen. Tampoco la renta, pue se levantarán con la nueva moda de los PPS (Proyectos de Prestación de Servicios): tú pones la primetra piedra, otros construyen y los demás pagan.
c) Los demás somos los abuelos, los padres, los hjijos y los nietos de hoy, pues el pago se hará en cuatro generaciones. En los cuatro próximos gobiernos que tendremos el acierto de elegir o la desgracia de sufrir.
e) Los terrenos se han comprado a precios inflados que llegan a subir a las alturas de un 42 a un 175 por ciento mayor que los normales.
d) El Congreso dio servil hospitalidad a la iniciativa que envió Ivonne Ortega sobre los hospitales. Los diputados priistas la aprobaron sin hacer una pregunta, sin pedir un solo dato. Sobre las rodillas. A ciegas como es su costumbre cuando la gobernadora les pide permiso para gastar un dinero que es de otros o adornarse con una obra que no será suya.
Mientras tanto, los comentarios de la columna “Plaza Grande” de ayer en este periódico son un refrendo más de las pruebas de que las actividades del PRI están unidas por un cordón umbilical a las erogaciones desorbitadas y extraviadass de la administración de la señora Ortega.
La cámara de Martin Scorsese, manejada por la inventiva de este mago del cine en “Hugo”, puede hacer en una película lo que parece imposible. La maquinaria de Ivonne Ortega y su carro, con el impulso del PRI, ha superado en la realidad todos los límites que había en el estado sobre el despilfarro de los fondos públicos y su desvío hacia escalas, andenes y estaciones políticas que no figuran en el itinerario de un gobierno honorable. Hay que sacar a Yucatán de la ruta devastadora de esta aplanadora.— Mérida, 1 de marzo de 20012.
