Foto: Megamedia

Me han preguntado cuál ha sido el mejor equipo que he visto en la Serie Mundial. Lógico que me podría inclinar por los Yanquis de la generación dorada que tuvo a Derek Jeter y compañía.

Pero no tengo duda que, aunque no era fan suyo, el club al que más he admirado en estas épocas de postemporada, no solo en el Clásico de Otoño, fueron los Cardenales de San Luis de los años de Ozzie Smith y Willie McGee. Los pude ver en blanco y negro en mi tele vieja.

En 1982 se enfrentaron a los Cerveceros de Milwaukee y el “Mago” era ya una superestrella del juego, mientras que McGee era un novato que luego brilló intensamente.

Keith Hernández iba en primera, Tom Herr en segunda y Kent Oberkfell en tercera (a este lo “googlé”, admito, no lo recordaba), con Lonnie Smith en el izquierdo, el “Venado” en el central y Geoge Hendrick en el derecho, catcheando Darrell Porter, primero que usó espejuelos. Con Milwaukee había dos de los más grandes de todos los tiempos: Paul Molitor y Robin Yount.

¿Por qué me gustaba ver a los pájaros rojos?

Además del espectáculo de Ozzie en el campo corto (deleite verle saltar al entrar al diamante), era un equipo de bateadores de hits cortos, toques de bola y robos de base. Éramos chamacos y una cosa que nos decían los mánagers Luis Concha, Víctor Couoh, Santiago Chan y “Chuli” Puerto: ¡Fíjense en eso! Busquen una base extra. Ese béisbol enamoraba.

Y creo ya se ha perdido. Todos buscan la barda, batazos largos. Los primeros bates también son jonroneros. Mientras escribo, abren el tercer partido con base a Altuve y sigue Brantley con rodado para dobleplay. ¿Qué clase de juego es ese?

¿Jeter mi ídolo? Sí, claro. El más grande. Pero ver a Ozzie era otra cosa. Gaspar Silveira Malaver

 

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