Jesús Retana Vivanco publicidad Retana
Jesús Retana Vivanco, autor de 'El estanque de los cocodrilos'

Hay cosas que no cambian, ni cambiarán nunca de ese ayer que viví en mi ciudad natal, solo queda el recuerdo nostálgico de lo que fue y la gran preocupación de lo que será.

Ayer y hoy. Una locación, Ciudad de México. Panorama siempre conocido que me dio el ayer en todas las visiones y en todos los ángulos, una ciudad que arrebata de las manos lo que te propones porque todo es cambiante con un dejo de esquizofrenia adormecedora para seguir el ritmo de lo constante.

Tráfico, gente en eterna queja, pasos aligerados para no sucumbir en una banqueta repleta de hojas que quedaron del último aguacero, botellas de pet vacías con hormigas que una vez se llenaron de un jugo dulzón.

Las jacarandas de la del Valle pintan el cielo inferior de un color morado, la lluvia comienza su estruendo como una lámina sacudida con alboroto, gente corre para alcanzar el andén del Metrobús, el que parte en dos la ciudad. Los repartidores de comida enfundados en sus impermeables coloridos para ser vistos y evitar el rozón de la señora que recién estrena su auto o hace gala de su miopía ante la nublazón de la lluvia, o de aquel peregrino en su coche compacto que va chateando valiéndole gorro si alguien se le cruza.

La ciudad que te come

Un torbellino de ciudad que sigue sin encontrar su identidad; aquel al que llaman chilango, nos representa ante los demás con todos los ardores y carencias, como si el mote viniera de un vocablo relacionado con algún  chile.

Subo al taxi, el chofer en su clásico acento de barrio me dice que me va a cobrar un extra por el tráfico del aguacero. Mi amigo con el que recién había platicado me recordó en su típico lenguaje “Aquí todos te quieren chingar”… nada lejos de la verdad.

Pasan por mis ojos los viejos y nuevos edificios, estos últimos autorizados con sendas mordidas para construir más de cuatro pisos. El ambiente de la cabina del taxi se vuelve turbio al olfato, con los vidrios cerrados el olor a sudor rancio y la vainillina del desodorante me causan un letargo ácido como la aspiración de mariguana.

Antes se vivía mejor

Pasar frente a Los Pinos, aquella que fuera la residencia de muchos presidentes me trae una nostalgia de años idos en los que se vivía mejor a pesar del gobernante, en eso se me ocurre preguntarle al taxista por quién votaría en el 24, como sincronía de un clutch de coche y con una sonrisa estúpidamente enajenante me dice:

–Pus por Morena, por cuál más, por Claudia.

Decido callar y seguir cavilando para mitigar mi enfado. Llevábamos casi una hora, aún faltaba para llegar a mi destino.

Hay cosas que no cambian, ni cambiarán nunca de ese ayer que viví en mi ciudad natal, solo queda el recuerdo nostálgico de lo que fue y la gran preocupación de lo que será.

Mi hoy en Mérida

Hoy tengo de frente a la ciudad que me ha dado albergue, “un pueblote” dicen mis amigos cuando hablan de Mérida; imposible quitar estigmas mal encauzados, no conocen a la gente buena y cálida como su clima. Este hoy es el lugar de los cielos azules, de las glorietas que suprimen semáforos, hay un orden, hay seguridad, se puede caminar sin temor, decir buenos días y escuchar una contestación similar.

Los cambios vendrán, es innegable, solo resta esperar a que se den con vehemencia y no te ahorquen.

El hoy comenzó para mí hace 4 años, enmarcaré las vivencias, las guardaré en el baúl de los recuerdos, espero que este hoy quede atrapado tal como quedó mi no muy lejano ayer.— Mérida, Yucatán, 9 de octubre de 2023

Twitter: @ydesdelabarrera

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