La imagen de lo que sucedió en Guerrero es demoledora. De una devastación casi total. Sólo con verla los sentimientos afloran tratando de externar lo que con palabras cuesta trabajo decir. ¡Cuánta impotencia! ¡Cuántos recursos destinados y arruinados! ¡Qué desolación!

¿Qué sentir ante tan impactante imagen? ¿Rabia, impotencia, resignación…? No. Todo menos resignación. El pueblo no sucumbirá ante lo que esta imagen significa. No agachará la cabeza. La levantará y afrontará la situación.

Ahí están las consecuencias de apostar todo a un solo recurso. El efecto de que tantos y tantos hipotequen el futuro en lo mismo.

La imagen lo muestra en forma elocuente. ¿Qué hacer ante eso?

Los elementos juegan un papel importante, es evidente. Pero es imposible no pensar que detrás de esto están las malas decisiones que se tomaron en un momento dado. Y la corrupción, claro, y por supuesto la falta de visión, que hace que muchísimos piensen que decisiones fáciles atenderían asuntos complejos, y la miopía de no ver el daño de sobreponer las actividades cosméticas a las acciones de gran calado, de atención al tema de fondo.

¿Qué hacer ahora? Cualquier esfuerzo parece pequeño ante tamaña catástrofe.

¿Qué hacer con tantos planes de futuro en caso de que esto sea un mazazo mortal?

Sí. En efecto. La imagen del Jeep atascado en medio de la carretera, con AMLO a bordo mirando el lodazal, mientras un grupo de militares trepados en el vehículo intenta hacer algo, lo que sea, para salir del atolladero, es impactante. Esa foto representa mucho, empezando por la contumacia.

Ahora cualquier esfuerzo parece pequeño ante tamaña catástrofe del infalible. ¿Será el fin de su ciclo? ¿Cómo reponerse ante tal muestra de inoperancia?

Lo sucedido en Guerrero antes y después del meteoro agudiza el espíritu crítico, como sucede después de toda desgracia natural de grandes dimensiones.

Es un tema recurrente en cada sexenio. No hay Presidente que se salve de una catástrofe provocada por la naturaleza. La forma de prever y reaccionar en consecuencia antes y después del impacto para atender las necesidades de la población es lo que marca diferencias.

Es evidente que esta vez la naturaleza se ensañó con Acapulco; provocó una devastación no vista antes en las estructuras hechas por mano humana. El puerto parece encontrarse en un punto donde costará más levantarlo que dejarlo morir. Así de grave se ve.

Tan grave que invita a la reflexión desde tierras peninsulares, porque vale preguntarnos ¿qué harán los miles de personas que viven del turismo en Acapulco? ¿Se quedarán ahí? A qué, si no hay nada. Así pues, al verse obligados a emigrar, ¿hacia dónde se dirigirán?

Acapulco, el proyecto creado, impulsado y consentido de Miguel Alemán fue la joya de la corona turística durante décadas hasta que el proyecto de otro presidente, Luis Echeverria, le arrebató el cetro: Cancún, que el próximo año cumplirá 50.

Así pues, Quintana Roo luce como el destino, ya no digamos ideal, sino obligado para aquellos trabajadores de la industria de la hospitalidad cuya fuente de ingresos se desplomó a cero. No sólo Cancún, sino toda la Riviera Maya y ese casi recién nacido que ha crecido fuera de toda proporción que es Tulum, representan una tabla de salvación (o el canto de las sirenas) para los acapulqueños sin rumbo.

La devastación que dejó Otis en Acapulco puede modificar de lleno el panorama económico y social de la Península de Yucatán, que no está preparada para recibir esa oleada de inmigrantes de la industria turística en todas sus facetas, lo mismo las de diversión y hospitalidad que las ilícitas.

¿La caída de Acapulco como polo turístico traerá más turistas a Quintana Roo? Difícilmente: los hoteles del vecino estado operan casi todo el año arriba del 90% de ocupación. Ahí es donde Yucatán representa la alternativa. La Secretaría de Fomento Turístico tiene, por naturaleza, la tarea de atraer turismo, y los que ya no irán a Acapulco son una veta a explotar.

Pero ¿tenemos infraestructura para recibirlos? Y más aún: ¿cómo nos vamos a preparar para el impacto social por la llegada masiva de trabajadores del ramo turístico guerrerenses a nuestro tranquilo estado?

Evidentemente no estamos preparados para un impacto social de esa magnitud en cuanto a cantidad y calidad de gente. Es un tema que deben plantearse y atender las autoridades locales, lo mismo que los aspirantes a gobernar Yucatán.

Ahora que están por empezar las precampañas, esperamos que no dejen de lado el tema; que reflexionen y hagan propuestas sobre esta delicada situación a la que nos vamos a enfrentar por fuerza.

Si no nos preparamos, el impacto de Otis puede ser devastador también para Yucatán.— Mérida, Yucatán.

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Director de Medios Tradicionales de Grupo Megamedia

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