Eduardo Huchim Omnia
Eduardo R. Huchim, periodista.

De cara a la polarización que predomina en México, cuando por momentos pareciera que la contienda electoral no es entre adversarios sino entre enemigos que quieren exterminarse unos a otros, resulta conveniente en estos días santos darle una mirada a un documento donde el otro no es blanco de desaparición sino destinatario de fraternidad y solidaridad al estilo del poverello d’Assisi.

Ese documento es la encíclica Fratelli tutti, del papa Francisco, que los ciudadanos mexicanos, católicos o no, deberían leer. Si lo hacen, se encontrarán con sorpresas discrepantes respecto de la narrativa y el discurso de políticos que supuestamente defienden principios cristianos, pero que en realidad son contrarios a valores esenciales del cristianismo.

En la encíclica, tercera de su pontificado, Francisco defiende la política y rechaza la tecnocracia. “Para muchos —apunta— la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología.

“Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?”

El Papa señala en su Encíclica, emitida en octubre de 2020, que la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictados y al paradigma eficientista de la tecnocracia.

Francisco también se ocupa del populismo y del neoliberalismo. Del primero sostiene que deviene insano cuando el líder busca perpetuarse en el poder o propicia un “avasallamiento de las instituciones y de la legalidad”. Precisa que ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias, pero el gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo.

Sin embargo, el Papa también precisa: “En ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan los derechos de los más débiles de la sociedad”.

Francisco habla con claridad sobre el neoliberalismo: El mercado solo no resuelve todo, “aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal”. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente.

El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” —sin nombrarlo— como único camino para resolver los problemas sociales. Pero el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social.

El Pontífice repudia la especulación financiera y considera imperiosa una política económica orientada a favorecer la diversidad productiva y la creatividad empresarial, para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos.

El diálogo y las redes. Conocedor, observador y actor de la actualidad mediática, Francisco rechaza huir de la realidad refugiándose en mundos privados o afrontarla con violencia destructiva, y propone como alternativa el diálogo entre las generaciones, el diálogo en el pueblo, “porque todos somos pueblo”.

Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva.

Advierte el Papa que se suele confundir el diálogo con un febril intercambio de opiniones en las redes sociales, muchas veces orientado por información mediática no siempre confiable (fake news). Son —enfatiza— sólo monólogos que no comprometen a nadie, hasta el punto de que sus contenidos frecuentemente son oportunistas y contradictorios.

Como si estuviera pensando en México y sus campañas electorales, Francisco habla de la resonante difusión de hechos y reclamos en los medios, que en realidad suele cerrar las posibilidades del diálogo, porque permite que cada uno mantenga intocables y sin matices sus ideas, intereses y opciones.

“Prima la costumbre de descalificar rápidamente al adversario, aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso, donde se busque alcanzar una síntesis superadora”.

Es obligado coincidir con el Papa cuando afirma que ese lenguaje, habitual en el contexto mediático de una campaña política, se ha generalizado de tal manera que todos —incluso los católicos, anota el columnista— lo utilizan cotidianamente. El debate frecuentemente es manoseado por determinados intereses que pretenden deshonestamente inclinar la opinión pública a su favor.

Y en este rubro, el Papa anota una precisión muy pertinente: “No me refiero solamente al gobierno en turno, ya que este poder manipulador puede ser económico, político, mediático, religioso o de cualquier género”.— Ciudad de México.

X (antes Twitter): @EduardoR.Huchim

*Periodista

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