El futuro en la formación de médicos Hospitales sí, más escuelas no. Invertir en salud es invertir en el futuro”.— Gro Harlem Brundtland

“¿Ya fueron a ver cirugías?”. La pregunta venía de uno de mis condiscípulos, una fresca mañana del ya lejano septiembre de 1979. Una hora después solo cruzábamos la avenida Itzaes para dirigirnos al hospital O’Horán, subir unas escaleras y apostarnos frente a un enorme ventanal, y ahí a unos metros abajo ver por vez primera un equipo quirúrgico en plena acción, por cierto, una laparotomía exploradora, un procedimiento que hoy en día rara vez se hace. Con el paso de los años teníamos a la mano esa enorme biblioteca que era el antiguo hospital, de arquitectura afrancesada con sus modestas instalaciones, pero no hablo de alguna biblioteca en forma, sino una muy peculiar, aquella llena de pacientes, porque así de simple, en voz de mi maestro el Dr. Eduardo Laviada: “el paciente es un libro abierto”.

Después de cursar Propedéutica Médica y acceder al maravilloso mundo de la Clínica, a la hora y el día que fuera: pluma y libreta en mano, junto a la cama del enfermo para hacer interrogatorio con el estetoscopio colgado y nuestro maletín a un lado. Pasar los apuntes en limpio, colocar todo en papel escrito a máquina y sin errores entregar al día siguiente. Y así, con el mismo entusiasmo conforme maduramos en lugar de un fin de semana de descanso venían las sugerencias: ¿Qué tienes que hacer el sábado?…, vamos al Materno a atender partos o a la Cruz Roja, ahí te enseñan a suturar. Las opciones eran amplias y accesibles. Y con el paso de los años, en el mismo hospital, tuve de maestros a extraordinarios clínicos con diagnósticos certeros y era una especie de recompensa cuando nuestra impresión clínica se corroboraba con algún estudio de gabinete, procedimiento quirúrgico y por qué no, con la debida proporción y respeto, hasta en el reporte del forense. Pero la clínica no me abandonaría ni en la especialidad. Era gratificante hacer el diagnóstico de una lesión meniscal con solo la exploración de la rodilla, para luego corroborarla con la naciente artroscopía. Con los años tuve la fortuna de ser profesor de la especialidad. Diseñamos un método epistemológico infalible: la rotación tutelar. El médico residente estaba en la mañana con un adscrito y al llegar la tarde con otro.

Desde pase de visita, preparar el caso para una cirugía, por supuesto estar en el acto quirúrgico, después vigilar el postoperatorio y en un gran número de ocasiones ver el resultado en la consulta externa. Cabe mencionar que, en 23 años, formé más de 200 especialistas. Los grupos de residentes incluyendo los cuatro grados oscilaban a lo máximo entre 15 a 20, fáciles de manejar con dedicación y disciplina; las guardias de castigo y otras medidas coercitivas estaban prohibidas y no era necesario porque además el ambiente laboral lo propiciaba. Al analizar lo que está ocurriendo actualmente en la educación de nuestros futuros médicos, no puedo evitar preguntarme en qué momento nos perdimos. En hospitales saturados, con el doble de la matrícula de médicos residentes, producto de “abaratar” los promedios requeridos en el examen de admisión para acceder.

“Todos tienen derecho a hacer una especialidad”, repetía hasta el cansancio López Obrador, nunca entendieron que esto no es cuestión de derecho, sino de capacidad: entran los más aptos, para eso es un examen de selección. Ahora vemos deambular a jóvenes con celular en mano, que difícilmente te darán el saludo, con pijamas quirúrgicas que no se las quitan ni para ir a plazas comerciales. Internos de pregrado en hospitales privados, más preocupados en que sean las dos de la tarde para retirarse, que ver si es posible les permitan entrar a una cirugía. Residentes que lejos de aquellas guardias ABC, ahora tienen una a la semana. Lo mismo les da si entran o no a una sala de operaciones porque es muy probable que la cirugía se suspenda o al entrar ni siquiera conozcan el caso, y mucho menos hayan tenido contacto con el paciente y con la probabilidad de que al estar con cuatro compañeros más no alcancen ni siquiera una sutura.

Médicos dando consulta rodeados hasta de cinco alumnos, entre estudiantes, internos y residentes, con pacientes hasta cierto grado intimidados y en donde si acaso uno presta atención y los demás se pierden en sus teléfonos. Hospitales públicos donde aquel alumno ávido de aprendizaje se estrella con la desidia de muchos médicos que frustrados por no poder atender con calidad al paciente, se unen a la horda de la indiferencia que les da igual si está o no tres días en una silla de plástico sentado con un suero en una mano. Aceptémoslo: el médico mexicano no se está deshumanizando, es el sistema de Salud; además, los avances tecnológicos hoy en día alejan al alumno de la exploración clínica y por lo tanto merman su capacidad de intuición, deducción diagnóstica y de paso la empatía con el enfermo.

Hoy en día los jóvenes aprendices de médicos están más preocupados porque en su tablet puedan acceder a Wikipedia o a la IA para tener algún dato, a bajar la imagen de una resonancia o radiografía a tan siquiera interrogar o tocar al paciente. Hay una deformación en la percepción del médico en su integridad. ¿Cuándo se perdió el concepto de que en Medicina se parte de lo general para llegar a lo particular? Y así, en medio de este escenario tan contrastante de adelantos técnicos y cibernéticos, de un sistema de salud institucional saturado y al borde del colapso, no pude más que quedarme sorprendido al ver en una calle de la ciudad un enorme espectacular de una Escuela ofreciendo la Licenciatura en Medicina. Así o más desalentador.

Entiéndase: la carrera está saturada por un mal manejo y planeación institucional. Una escuela de Medicina más en Yucatán, cuando lo que urge son campos clínicos… Quién puede decirle a los de arriba que la Medicina es una profesión que exige de un enorme componente psicomotriz: la teoría en los libros, en las aulas…, la práctica clínica y quirúrgica en los hospitales.

Es complicado formar médicos de calidad por el grave problema de la Medicina Institucional, el haber desaparecido organismos y mecanismos que certificaran la calidad de los centros educativos incluyendo la Medicina, el haber duplicado en forma irresponsable la plantilla de médicos aspirantes a la residencia y en términos generales creer que por tener más alumnos tendremos más médicos y se resuelva la problemática de salud, es un contrasentido cuando va en detrimento de la calidad. No se vale ilusionar a jóvenes y padres de familia, que van a hacer un sacrificio, pensar que con un título ya se accede a una especialidad y aún peor: una base asegurada en el sector salud. ¿Qué sucederá acaso, cuando estas universidades del Bienestar con sus respectivas escuelas de Medicina egresen a cientos de médicos que no tendrán trabajo y con una formación cuestionable?, ¿acaso bloquearán carreteras y vías del tren para exigir una base como algunos profesores normalistas? No nos engañemos y no engañen: no hay hospitales suficientes, ni incluyendo a los privados para asegurar en estas condiciones la calidad del futuro médico.— Mérida, Yucatán

Médico y escritor

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