“Un gobierno que usa la fuerza para mantener su dominio, enseña al oprimido a usar la fuerza para oponerse a él”.— Fernando Gamboa González

En junio de 1989, Charlie Cole estaba apostado en la plaza de Tiananmén en Pekín, activó su cámara para captar a un hombre joven que se paró enfrente de una hilera de tanques. En ambas manos llevaba unas bolsas de supermercado, no iba armado; el vehículo hizo una maniobra evasiva, pero él de nuevo se apostaba y se interponía en el avance de las pesadas unidades. Se le conoció después como el “hombre del tanque”, pues jamás se supo su identidad y menos cuál fue su suerte.

La gráfica tomada, le valió al reportero estadounidense el premio World Press Photo de 1990. En días previos, el gobierno chino reprimió en forma por demás violenta a miles de manifestantes en su mayoría jóvenes estudiantes en un movimiento prodemocrático. El Ejército Popular de Liberación masacró a cientos y quizá miles de personas.

El gobierno chino ha intentado borrar de la memoria la historia de estos hechos vergonzosos. Hoy en día, China es una potencia, tal vez un país menos represor y un poco más democrático.

En el séptimo arte, pocas veces un acontecimiento ha sido tan fielmente reproducido como en Gandhi. Con una actuación genial del británico Ben Kingsley. El líder hindú desafió a la Colonia Inglesa, al tomar un puño de sal y después encabezar una manifestación pacífica que incluyó su detención y la de 60 mil personas golpeadas y arrestadas sin oponer resistencia. Al final, la India y Paquistán surgieron en 1947 como naciones independientes.

De fanáticos, dementes, anarquistas y sujetos con conducta indignante, calificaba la prensa de Estados Unidos a trabajadores que el 1 de mayo de 1896 convocaron a una huelga en todo el país con el epicentro en Chicago. Las protestas fueron reprimidas violentamente por la policía ocasionando la muerte de seis personas, lesionando a decenas. Con el paso de los años, el lema: “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para disfrutar” se ha convertido en una realidad en muchos países democráticos, y la facultad a protestar en forma pacífica: el bastión para exigir se respeten los derechos humanos.

En Filipinas

En 1986, el dictador Ferdinand Marcos se declaró ganador en una de las elecciones más fraudulentas que se recuerden a nivel mundial. Como consecuencia durante días, millones de filipinos cerraron filas haciendo manifestaciones pacíficas, al principio reprimidas, se fueron agregando grupos políticos, líderes religiosos y militares. Cuatro días de protesta pacífica y Marcos huyó y, Corazón Aquino se convirtió en presidenta de Filipinas.

El 10 de noviembre de 1989 el muro de Berlín fue derrumbado, y con cada piedra cayeron años de represión y aislamiento. En el llamado “Otoño de las Naciones” cuando se evaporó el poder soviético en Europa Central, en cuestión de meses.

La banda alemana Scorpions inmortalizaría el momento en un fragmento de su canción Wind of change: Llévame a la magia del momento/en una noche de gloria/donde los niños del mañana juegan en el viento del cambio.

Cómo olvidar los acontecimientos que en la memoria mundial dieron lugar a “La Primavera Árabe”, un movimiento juvenil en donde las plataformas y las redes sociales jugaron un papel sobresaliente. Lo impensable en países tan autoritarios de Oriente Medio y el Norte de África. El descontento social y económico fue germen para desafiar a regímenes autoritarios, en algunos casos la dimisión de los presidentes fue la regla como ocurrió en Túnez con Zine El Abidine Ben Ali, en Egipto con Hosni Mubarak y otras más sangrientas como la muerte de Muamar el Gadafi o en Siria con un conflicto aun interminable.

En México, dos grandes movilizaciones no tuvieron un feliz desenlace: las huelgas de Río Blanco y Cananea reprimidas por autoridades y fuerzas empresariales de la época porfiriana. Se considera que estos eventos fueron precursores de la Revolución Mexicana. Más reciente, la cada año recordada con manifestaciones que acaban por lo general en forma violenta: La Matanza de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968.

Carta Magna

Disentir, discrepar, protestar, manifestarse…, sí, manifestarse, está consagrado en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, principalmente en el artículo noveno, que establece el derecho de reunión y asociación con cualquier objeto lícito y se complementa con el artículo sexto, que garantiza la libertad de expresión, indicando que la manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, a menos que ataque la moral, los derechos de terceros, provoque algún delito o perturbe el orden público.

La Constitución protege esta libertad de manifestación, pero no es absoluta y puede ser sancionada si ataca la moral, los derechos de terceros, provoca un delito o altera el orden público. Es decir, la Carta Magna sanciona las conductas ilícitas que puedan ocurrir durante una manifestación. Aquí es en donde tendríamos que detenernos: ¿Quién define qué delitos se cometen en una marcha o qué se entiende por perturbar el orden público?, pero vayamos un poco más: quién decide cuándo sí y cuándo no hay ataques a las vías de comunicación, daño en propiedad ajena o define la gravedad de las lesiones propias de estos enfrentamientos.

Independientemente del origen de las marchas recientes que han derivado en graves refriegas, algunas provocadas por exigencias justas de los ciudadanos, hasta otras de protestas (la más reciente por hechos de violencia, incluyendo el asesinato de Carlos Manzo) y aquí ya vemos dos caras de la moneda: supuestos manifestantes envalentonados con las fuerzas del orden a las que agreden, las que solo tienen la opción de defenderse con un plástico y la indicación de no responder al ataque, hasta estos mismos elementos cometiendo toda clase de abusos; además que es claro la presencia de grupos de choque contratados exprofeso, vaya usted a saber por quién y de dónde salgan.

Pero algo que preocupa más es la narrativa oficial alrededor de los acontecimientos: por supuesto de inmediato politizar, en seguida señalar, e intimidar usando la fuerza del Estado y no hablamos precisamente del uso legal de la fuerza como tal, sino de todo el empuje del gobierno fincado en el empleo de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), hasta evidenciar desde el púlpito de la Mañanera, algunos datos personales que ponen en riesgo la integridad del señalado. En este marco de creciente descontento y manifestaciones es preocupante el panorama. Tan malo es un Estado con carácter opresor, como uno omiso, pero es peor el que combina las dos vertientes.— Mérida, Yucatán

*Médico y escritor

Noticias de Mérida, Yucatán, México y el Mundo, además de análisis y artículos editoriales, publicados en la edición impresa de Diario de Yucatán

Deja un comentario