Guillermo Fournier Ramos

Uno de los principales retos de cualquier país o región es el crecimiento económico. Contrario a lo que suelen afirmar algunos gobernantes populistas, dicho indicador es fundamental para avanzar hacia sociedades más igualitarias y prósperas.

No hay política social ni combate a la pobreza sostenibles en el tiempo si la economía no incrementa su tamaño.

Para explicar la razón es útil servirse de una analogía. La economía es la riqueza y producción de un país, y podemos representarla como un pastel. En las naciones emergentes como México, la población tiende a aumentar año con año.

Entonces, si el tamaño del pastel no es mayor, el hecho de que haya más personas a las cuales repartir tiene como resultado que el pedazo que le toca a cada quien sea más pequeño. En otras palabras, el pastel no alcanza para satisfacer a todos.

Peor aún, el fenómeno de la desigualdad socioeconómica, profundamente arraigado en los países latinoamericanos, implica que unos pocos afortunados se lleven rebanadas más grandes, mientras que otros muchos apenas reciben migajas, siguiendo con la analogía del pastel.

Las naciones que han conseguido exitosamente crear economías industrializadas, con clases medias robustas y porcentajes muy reducidos de pobreza, son aquellas que alcanzaron niveles de crecimiento económico y productivo de manera implacable por varias décadas.

Tales fueron los casos de Estados Unidos en los primeros años del siglo pasado; Europa occidental, durante la recuperación tras la Segunda Guerra Mundial; y más recientemente, China y Singapur, con ascensos impresionantes en el inicio del siglo XXI.

En cambio, la evidencia es contundente: los países con economías cuyo Producto Interno Bruto (PIB) por persona crece poco o nada, están condenados al rezago y a la mediocridad en el combate a la pobreza. Negarlo es tan grave e irresponsable como ignorar la realidad.

Los programas sociales son una herramienta importante y necesaria. Parte de la labor de cualquier gobierno es velar por los grupos vulnerables de la población. Sin embargo, los apoyos económicos deben consistir en políticas públicas correctamente planificadas y dirigidas, ya que de lo contrario se convierten en asistencialismo, agravando las condiciones de pobreza y vulnerabilidad.

Atractivo

Para los políticos populistas el asistencialismo puede ser atractivo, pues les permite ganar la simpatía de un buen porcentaje del electorado. No obstante, si el objetivo auténtico es erradicar la pobreza, la mera entrega indiscriminada de ayudas económicas no nos convertirá en un país próspero e igualitario.

Que un gobierno adquiera deuda pública excesiva, tome decisiones torpes que desincentiven el empleo y la inversión, y gaste recursos en obras absurdas, inevitablemente conduce a un mal desempeño económico y , por tanto, menor crecimiento.

Al final, los más perjudicados son precisamente los grupos vulnerables y en situación de pobreza. ¿De qué sirve un apoyo gubernamental modesto cuando la inflación se dispara y no es posible encontrar empleo?

Las becas a población mayor o estudiantes son una iniciativa positiva, aunque su beneficio se diluye cuando las personas enfermas no encuentran medicamentos en centros de salud públicos, ni los jóvenes tienen acceso a la vivienda.

Es fácil olvidar una obviedad: el gobierno no hace tal cosa como regalar dinero a la gente; por el contrario, los impuestos que pagamos los ciudadanos con trabajo y esfuerzo son los que se traducen en recursos del presupuesto que los gobernantes destinan a proyectos públicos.

El erario debe financiar infraestructura, educación, salud, seguridad y demás rubros. Recortar el gasto público en estas áreas para redirigirlo a programas sociales clientelares es contraproducente, particularmente cuando no hay crecimiento económico.

La explicación es que eventualmente el apoyo social se torna insuficiente ante la acumulación de carencias de todo tipo, porque el gobierno deja de hacer el trabajo que le corresponde, ya sea por falta de recursos o manejo irresponsable del presupuesto.

Un síntoma común es cuando la infraestructura de energía eléctrica empieza a fallar de modo sistemático por falta de mantenimiento público -algo que se vive en Cuba y Venezuela -.

Después de los argumentos enumerados, es preciso preguntar: ¿cómo acelerar el crecimiento de la economía? Si queremos que el pastel crezca para satisfacer las necesidades de todos hay que comenzar por lo básico.

Los empresarios, desde la iniciativa privada, son quienes crean la gran mayoría de los puestos de trabajo. Sin embargo, el gobierno, en sus distintos órdenes, debe establecer el entorno propicio para que el empleo y la inversión sean posibles.

Poner obstáculos mediante regulaciones extralimitadas o impuestos abusivos es una fórmula segura para el estancamiento económico. El camino es ofrecer estímulos y facilidades para que el empresario tome el riesgo de invertir y sea capaz de producir riqueza, pagando sueldos competitivos en el mercado.

Prioridades

Reforzar la política educativa, de salud y laboral también debiera ser una prioridad del más alto nivel. La productividad de cualquier país se relaciona fuertemente con la preparación, vida saludable y habilidades profesionales de su población.

El crecimiento económico es una responsabilidad compartida, no solo entre empresariado y gobierno, sino también instituciones educativas, organizaciones de la sociedad civil y representantes gremiales. El progreso y el desarrollo exigen de una economía sólida y pujante.—Mérida, Yucatán

fournier1993 @hotmail.com

Licenciado en Derecho, maestro en Administración

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