Cada cierre de año repetimos las mismas palabras con amigos, familiares y seres queridos: salud, dinero y amor. Las decimos como si el simple hecho de pronunciarlas bastara para invocarlas. Las escribimos en mensajes, las compartimos en brindis y las deseamos casi por costumbre, sin detenernos demasiado a pensar lo que hoy realmente implican.
Hoy quiero desearles, queridos lectores, salud, dinero y amor, pero no como una fórmula repetida ni como un gesto amable de fin de año, sino como un deseo que nace de mirar la realidad de frente.
Empiezo por la salud, porque sin ella todo lo demás se vuelve frágil y prescindible. Cuando nos enfermamos no solo duele el cuerpo; también duele el bolsillo y se resiente el ánimo. Vivimos en un país donde los servicios públicos de salud están rebasados, donde faltan medicamentos y donde la atención oportuna es más la excepción que la regla. Al mismo tiempo, los seguros de gastos médicos mayores se encarecerán aún más por cambios fiscales que las aseguradoras no absorberán, y que terminarán pagando los asegurados, haciendo que protegerse sea cada vez más costoso, y para muchos, simplemente imposible.
Por eso, cuando deseo salud, no deseo suerte: deseo conciencia. Deseo que entendamos que más nos vale cuidarnos. Que aprendamos a escuchar al cuerpo antes de que grite. Que dejemos de postergar chequeos, de ignorar síntomas, de creer que siempre habrá tiempo después. No lo hay. La salud no se recupera con optimismo ni con fuerza de voluntad cuando ya se perdió. Se cuida antes. Se protege en lo cotidiano: en lo que comemos, en cómo dormimos, en cuánto nos exigimos.
Ojalá este nuevo año nos encuentre más atentos a lo esencial, más disciplinados con nuestro cuerpo y más conscientes de que la verdadera fortaleza no está en resistirlo todo, sino en aprender a cuidarnos a tiempo.
Luego viene el dinero, ese deseo que muchos confunden con ambición vacía. Yo no deseo que el próximo año esté lleno de dinero a cualquier costo. No deseo riqueza rápida ni abundancia dudosa. Deseo dinero bien ganado. Dinero honesto. Dinero que no obligue a traicionarnos ni a vender lo que somos. Porque el dinero fácil puede impresionar, pero casi siempre cobra una factura invisible que se paga con paz, con dignidad o con tranquilidad.
El año que dejamos atrás, como tantos otros antes, nos ha recordado que el dinero no siempre alcanza, incluso cuando se hacen las cosas bien. Que el esfuerzo, por sí solo, no garantiza abundancia. Que hay contextos que aprietan y salarios que no crecen al ritmo de los precios. Por eso, más que desear más dinero, deseo una relación más sana con él. Deseo que aprendamos a respetarlo. A no despilfarrarlo para impresionar. A no usarlo para tapar vacíos emocionales. A no vivir endeudados solo para sostener una imagen.
Que entendamos que la verdadera prosperidad no siempre se ve, pero se siente. Se siente en la calma de llegar a fin de mes, en la claridad de tener un plan, en la serenidad de no vivir al borde del colapso financiero. Deseo que cada peso bien ganado se disfrute al máximo. Que sepamos gastar con conciencia y no con ansiedad. Que entendamos que gastar bien no es gastar caro, sino gastar con sentido. Que ahorremos no desde el miedo, sino desde el cuidado del futuro.
Ojalá el próximo año el dinero no sea el centro de la vida. Que no nos domine ni nos obsesione. Que no nos quite el sueño ni la ética. Que sepamos ganarlo con rectitud, administrarlo con inteligencia y gastarlo con sentido. Y que cuando miremos hacia atrás, podamos decir que no sacrificamos lo esencial por acumularlo.
Y finalmente deseo amor, pero no el amor que se presume ni el que se mide en apariencias. No el amor que se exhibe en redes sociales ni el que se confunde con validación, consumo o estética. Vivimos en una época que sobrevalora la imagen y subestima el fondo, donde la belleza se ha vuelto un producto, y el afecto, una transacción. Nos enseñaron a embellecer el cuerpo como si fuera el único pasaporte para ser amados, a corregir arrugas, a borrar huellas del tiempo y a competir por las miradas, mientras dejamos en el abandono total aquello que verdaderamente sostiene los vínculos a largo plazo.
Por eso, cuando deseo amor deseo que aprendamos a ver más allá de las apariencias. Que dejemos de enamorarnos solo de rostros, cuerpos o estatus. Que volvamos a mirar la belleza del alma, el carácter, la coherencia. Deseo un amor que no nos distraiga de nosotros mismos, sino que nos haga mejores. Un amor que no se base en el miedo a la soledad, sino en la elección consciente de compartir la vida.
Ojalá el próximo año, así como cuidamos el físico, también nos tomemos en serio el trabajo de embellecer nuestras almas para poder ofrecer y sostener un amor más digno y profundo. Que tengamos el valor de mirar nuestras heridas antes de exigir comprensión ajena, de hacernos responsables de lo que aún duele y de lo que, sin darnos cuenta, trasladamos a los demás. Que aprendamos a escuchar sin levantar defensas, a aceptar errores sin justificaciones, a pedir perdón y a permanecer en los momentos difíciles. Porque el amor que perdura no se construye desde la perfección, sino desde la honestidad, la humildad y la voluntad de crecer juntos.
Queridos lectores, en este nuevo año deseo que la salud los acompañe porque la cuidan con responsabilidad y constancia; que el dinero llegue como resultado de trabajo honesto y decisiones conscientes, y que el amor permanezca porque eligieron profundidad, coherencia y verdad, y no la apariencia que se agota rápido. Les deseo que este nuevo año los fortalezca y que, al mirar atrás, puedan reconocerse con serenidad por haber elegido, una y otra vez, lo que de verdad importa. ¡Feliz Año Nuevo!— Mérida, Yucatán
marisol.cen@kookayfinanzas.com
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Profesora Universitaria y Consultora Financiera
