(Primera Columna publicada el 14 de marzo de 2007)
—¿Eres antiyanqui, reportero? —preguntó César Pompeyo al llegar ayer a la Plaza Grande.
—Ni lo soy ni lo he sido nunca. Estudié desde primaria en el Colegio Americano. La preparatoria en el “Roger’s Hall”. Ya fui dos veces a Disneyworld. Lo primero que leo es el juego de los Yanquis. No me pierdas una película del Hombre Araña. Vea mi pantalón: Ralph Lauren. Mire mi camisa: Lis Claiborne. Mi desayuno con Gatorade. ¿Por qué me lo pregunta?
—Porque sólo publicaste una foto de Bush y Laura. Allá lejos, en la puerta del avión. En cambio te diste gusto con los globalifóbicos y los Greenpeaces. Como 15 fotos les diste. Si se tiran, si brincan, si se pintarrajean, si gritan, ahí está Isidro. En cambio, ni te fijaste en Felipe y Margarita. En ninguna página veo a Condoleezza. Si fue Patricio al aeropuerto, si saludó a George, tu fotógrafo no se enteró. Tony Garza no te va a renovar la visa.
—No es una excusa, don César, pero permítame una explicación. Tenemos absoluta libertad para seguir a los fóbicos ya los verdes. Nos brindamos toda clase de facilidades para retratar a los enemigos del imperialismo yanqui ya los partidarios de Saddam. A los amigos de los Estados Unidos no los vemos. Creo que les han hablado mal de los yucatecos. Que Cholo les va a mandar bombas y cosas por el estilo… Donde va Bush sólo puede ir un representante del “Diario”. Fotógrafo o reportero. Uno nada más. Algo se le va a ir. Así pasa siempre; a los de allá, en primera fila; a los de acá, palo… Palo dado, ni Calderón lo quita.
Pompeyo, el reportero y los dos enviados a observar las elecciones, el periodista Mr. Bill Huiro, Jr., dirigente de los inmigrantes en Santa Mónica, California, y el siciliano Dr. Vittorio Zerbbera, doctor en mafias, buscaron dónde sentarse, allá, en aquel lugar que fue de siempre, pero…
En la banca de costumbre había un gran letrero: “En reparación. Fuera de servicio”. Alrededor de la banca, tres albañiles altos, rubios, de ojos azules, con una caja de herramientas y un cubo con mezcla. A pregunta de don César sobre la obra, uno de los albañiles respondió: “Son instrucciones del Pentágono”.
Tres monjas con hábito azul y escapularios rojos estaban sentadas en la banca de enfrente. Una repartía medallitas a los transeúntes. Otra leía “Playboy”. La tercera limpiaba una ametralladora.
—¿De qué congregación son ustedes, hermanas? —inquirió don César.
Sin contestarle, la primera monja le entregó una medalla. En una cara tenía una imagen de un santo a caballo, con sombrero vaquero, matando a un dragón. En la otra un capitolio rodeado por la siguiente leyenda: “Reverendas Madres de la V. Cofradía de San Jorge”.
Pompeyo sugirió que le pidieran prestadas cuatro sillas al Colón, las mismas que la sorbetería tuvo la amabilidad de darle el martes, pero…
—Cuánto lo siento —se disculpó, apenado, el mesero—. Vinieron hoy en una camioneta grande, negra, como la de don Xavier, y se las llevaron. Traían una orden de confiscación. “Irrevocable”.
—Vinieron? ¿Quienes vinieron? —preguntó el reportero sacando el bloque—. ¿Los antimotines?
—Esos están amontonados, señor, toda la Plaza lo sabe.
— ¿Está enterado don Javier?
—Está encerrado. Con suerte lo dejarán salir mañana, ya que se hayan ido de Temozón.
Mientras cruzaban la 65, para regresar al parque, Mr. Huiro le dijo al reportero:
—Colega, ¿qué más me puedes decir sobre el Tratado de Temozón? Tengo que mandar mi nota al “Pacific Morning Wave”. ¿Cuándo lo firmaron?
—Aquí lo dice, al pie del texto —respondió el reportero, mostrándole un facsímil—. “A los 13 días de marzo del año uno, DB”
—¿Qué es eso de DB, amigo mío?
—Hasta ahora era AC o DC Antes de Cristo o Después de Cristo. George y Felipe acordaron suspender indefinidamente el Calendario Gregoriano y empezar a contar de nuevo. Hoy es el primer día del primer año de la era Después de Bush. DB Ayer fue el último: 12 de marzo Antes de Bush (AB). Se expidió el decreto correspondiente, que crea el “Calendario de Temozón”.
—¡Qué emoción, reportero, qué emoción! —exclamó Pompeyo.
— ¿Qué lo emociona a usted, don César?
—Que hoy se van. Con suerte se llevan a los candidatos. Nos va a ir mejor.
—Ni Dios lo quiera, don César, ni Dios lo quiera. Van a regresar para devolverlos.
