(Primera Columna publicada el 9 de marzo de 2007)
Dos señores se acercaron a César Pompeyo y al reportero en la Plaza Grande. Uno de ellos, en correcto español, pero con marcado acento anglosajón —arrastraba la erre—, les pidió que se identificaran y les preguntó si tenían autorización de la embajada de los Estados Unidos para ocupar la banca de costumbre.
Don César exhibió una carta de antecedentes no políticos, en la que consta que no es ni ha sido nunca globalifóbico, y con un mapa de la ciudad demostró que ni él ni el reportero estaban en la ruta que seguirá al presidente Bush.
Después de consultar con alguien, por medio de celular, el extranjero abrió el portafolio que llevaba, sacó dos cartones y expidió a Pompeyo ya su acompañante sendos permisos para sentarse en la banca habitual. Permisos provisionales y revocables sin previo aviso.
—Tomamos estas medidas precautorias —explicó a Pompeyo— porque hay agencias internacionales dedicadas a organizar protestas a donde vaya el presidente de los Estados Unidos. Lo mismo en Marruecos que en Bolivia, Australia o Yucatán. Hemos verificado sus tarifas. Una muchacha de pelo largo y pantalón de mezclilla cuesta 50 dólares diarios. Es sólo un ejemplo. Agregue usted 15 dólares si se quiere que la niña se tire al suelo delante de los policías. Otros 15 si se desea que muestre un cartelón que diga “Asesino, go home”. Añada otros 10 si hay que insultar al cónsul. Estos precios incluyen hospedaje y viáticos. Le organiza lo que usted pide. Una manifestación contra Bush o a favor del aborto. Un desfile en defensa de los derechos de los homosexuales. Se pasan el año viajando. Hoy los ve usted en la primera página de un periódico de Berlín, quemando una bandera norteamericana o un retrato de Benedicto XVI. La semana que viene salen en la televisión mientras los policías se los llevan por el pelo y por las piernas frente a la embajada en Tokio. Luego se juntan en el Monumento a la Patria, allá en el Paseo de Montejo. Son las mismas caras. Una se parece a la de usted. Cuidado con lo que hace y con quien habla. Estaremos vigilando. No queremos escándalos. Lo siento.
Dicho esto, el extranjero se fue a sentar en la banca de enfrente, y en eso estaba cuando se acercó el otro señor, pues recordará el lector que eran dos, y después de los saludos de estilo se identificó:
—Soy agente especial de la Dirección de Infraestructura de la Secretaría de Salud de la Federación a carga de situaciones hospitalarias, con instrucciones precisas de dirigirme a usted a fin de que se situó…
—Ni siga —lo interrumpió don César—. Los yucatecos tenemos justa fama de hospitalarios, pero se ha equivocado usted de banca. Aquí el único que decide y sitúa es el caballero que está allá enfrente. No, no mire de ese lado. Ese es Palacio. Del otro, donde está la banca.
—Ya sé donde está Palacio —indicó el forastero—. Ya varias veces me sacaron de allá. Primero porque el señor estaba en Temozón. Luego porque se quedó en Poxilá. Cuando regresó se había ido a Madrid y hoy me dijeron que de todas maneras no me van a decir una sola palabra, que no me meta en lo que no me importa. Usted es el señor Pompeyo, ¿no? Pues le voy a llevar al Hospital de Alta Especialidad…
—Oiga, oiga, un momento. Sí, soy Pompeyo, pero yo no le hecho nada a usted, ni siquiera lo conozco. ¿Por qué me quiere llevar a ese lugar?
—Porque el otro día, en una de mis vueltas a Palacio, cuando pasé por acá oí, sin querer, que usted le dijera a su amigo que el Hospital de Alta Especialidad ha sido construido cuatro veces, pero se ha quedado a medias, y que fue inaugurado por Fox, pero no funciona. Me informó que el señor Manero podía darme más datos, pero el funcionario me mandó decir que éste es un asunto exclusivo de los yucatecos, no del gobierno federal, aunque el dinero sea de nosotros, no de ustedes…
—Creo que aquí hay teléfono descompuesto —intervino el reportero—. Alguien no oye bien o alguien no habla claro. Yo sé que el señor Manero y el doctor Sosa —nuestro secretario de Salud— hicieron hoy jueves amplias declaraciones sobre el particular. El “Diario” las publicará mañana viernes. Creo, señor agente, que en esas declaraciones encontrará la debida respuesta a sus dudas e inquietudes sobre la recta y eficiente inversión de los fondos federales en ese moderno nosocomio, sin intervenciones que vulneren la soberanía que la Constitución otorga a los estados y sus contralorías.
—Lo que buscamos es que no los vulneren a ustedes —replicó el agente federal—. Hemos recibido quejas de que se ha gastado más de lo que se pensaba, pero les van a dar menos de lo que les ofrecieron, ni siquiera la mitad. Mire, señor Pompeyo, lea usted en estos papeles una síntesis apretada de las denuncias que nos han llegado a México.
Leyó don César los papeles, miró a su alrededor y exclamó:
—¡Jesús, alguien se tendrá que ir al bote!
—Querrá usted decir que al hospital —lo corrigió el reportero.
—No, al bote —insistió don César, mirando hacia la banca de enfrente—. Ahí viene ese señor que arrastra la erre. Nos van a revocar. Nos advertimos que no quería escándalos durante la visita de Bush. Recuerda que también viene don Felipe.
