(Primera Columna publicada el 26 de enero de 2007)

En la banca de costumbre, César Pompeyo expresa sus deseos de conocer las reglas que norman las informaciones del Diario sobre la campaña electoral.

—Te lo pregunto, reportero, por las quejas contra las versiones que ustedes publican sobre el conflicto interno del PAN. Los acusan de que no publican todo lo que dice el PAN, de que impiden que los lectores se formen una opinión adecuada sobre este asunto. O sea, que Ana Rosa sale ganando.

— ¿Quién nos acusa? ¿Dónde? ¿Cuándo?
Pompeyo busca en uno de los bolsillos de su guayabera de lino y saca un recorte de periódico, un recorte bastante largo, y lee en voz alta un párrafo que se refiere a los articulistas que se han referido en sus escritos a la confrontación de la contadora Payán Cervera con el PAN:
“Lamentablemente —Pompeyo lee— esas plumas que a través de las páginas del Diario han generado tantas veces y por años y décadas opinión imparcial y objetiva, el día de hoy no han podido contar con la información necesaria y suficiente para poderse formar un criterio debidamente fundado y en su caso emitir una opinión objetiva que sin duda requiere Yucatán”.

—Reportero, hay cuidado en la redacción. Elegancia en la expresión. Se sabe que lo pensaron bien. Quizás personas que se dicen o se consideran amigos de ustedes revisan el texto. Pero el mensaje es claro, directo: Tu periódico ya no es lo que era. Antes nos daba la información que necesitábamos para saber la verdad. Antes: ahora ya ustedes ya no son imparciales. Han dejado de ser objetivos. Viniendo de quien viene esta censura, yo pararía las orejas.

—¿Dónde se publicó eso, don César? ¿En un panfleto repartido aquí en Plaza? ¿En un comunicado del Partido Verde? ¿En un boletín de la arquidiócesis?
—Tú lo publicaste, reportero. Velo: Diario de Yucatán, viernes 19 de enero, sección Local, página seis. Es una acusación de Luis Montoya Martínez. Ya sabes quién es, ¿no?
Es el presidente del PAN en Yucatán. La máxima autoridad del partido. Tú le publicaste sus declaraciones. Íntegras. Sin quitarles una coma. Tú mismo te haces el haraquiri. Velo. Compruébalo.

El reportero lee despacio el recorte. Lo vuelve a leer. Saca un bolígrafo y hace algunas marcas.

—Mire, don César. Mire también lo que don Luis reconoce aquí: que durante cuatro meses el PAN no dijo una sola palabra sobre este problema. Que su partido no quiso entrar en la polémica. Que lo hizo como parte de una estrategia bien pensada. Entonces, si se quedan mudos, ¿cómo vamos a oír lo que piensan? Si en este caso nuestras informaciones no fueron completas, la culpa no es nuestra. Si Ana Rosa ha salido ganando, no es porque nosotros somos parciales. No somos adivinos, don César.

— ¿Es un ataque inteligente del señor Montoya, en nombre del PAN, inteligente pero infundado, a tu periódico?


—No puedo saber cuál fue la intención, señor Pompeyo. Ya vio usted que al PAN le gustan los secretos. Pero para nosotros, en el peor de los casos, es una crítica. Una crítica bienvenida. Eso nos hace mejorar. Los elogios son muy agradables, estimulantes, no lo niego, pero si queremos mejorar tenemos que abrir nuestras páginas a los que no piensan como nosotros, a los que no están de acuerdo con lo que decimos. Si no lo hacemos, ¿cómo vamos a saber que estamos equivocados y tenemos que rectificar? ¿O cómo vamos a responder a las censuras que nos hacen, correctas o incorrectas, si no nos enteramos?


—Consideramos que son muy respetables los puntos de vista de don Luis, como los de cualquiera que difiera con argumentos de nuestra manera de ver las cosas —continuó el reportero—. Publicar lo que dicen quienes no piensan como nosotros no es un haraquiri. Es una terapia para conservar la salud. Un acto de buena fe. Una demostración de que no queremos que la noticia y la verdad estén al servicio del periódico. Es otra seguridad de que el Diario está al servicio de la noticia, venga de donde venga, y de la verdad, sea quien la diga.

—¿Qué quieres decir con todo eso, reportero? ¿Que no piensas como el PAN ni estás de acuerdo con lo que se dice y se hace en ese partido?


—No generalicia, don César. Algunas veces discrepo de las decisiones panistas. Por ejemplo, el miércoles, anteayer, publicamos que el señor Montoya censuró a Ana Rosa porque la señorita Payán pedía que fueran públicas las sesiones de la comisión electoral del partido, que de acuerdo con las reglas internas deben ser privadas.

—¿Te pones del lado de la señorita Payán?
-No. Aprovecho la oportunidad para opinar que algunas veces los partidos acuden a sus reglas internas para dejar en secreto asuntos que son de interés público. ¿Se acuerda usted de aquella polémica de hace dos años entre Xavier Abreu, Benito Rosel y Silvia López sobre un voto del diputado Hadad?
—Claro que me acuerdo. Fue el “voto de conciencia” que les salvó la vida a los magistrados del Tribunal Superior. La señora López le hizo en tu periódico unos cargos bastante horribles a don Xavier y don Benito. Los dos le contestaron. El PAN dijo que haría una investigación, que llamaría a juicio a doña Silvia.

—Hasta hoy no sabemos nada, don César. No se sabe en qué paró todo eso. Me temo que se quiere guardar en secreto un asunto de interés público. La gente debe saber si un partido político cumple lo que ofrece y cómo lo hace. Xavier Abreu no es un particular cualquiera. Es candidato al gobierno. Los electores tienen derecho a saber lo que piensa, lo que hace, si es cierto lo que se dice de él. Es un derecho público que está por encima de cualquier regla interna de un partido. En este caso, don César, el secreto sí puede ser un haraquiri.

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