(Primera Columna publicada el 22 de mayo de 2011)

Vittorio Zerbbera y César Pompeyo invirtieron la mañana sabatina, en el parque de San Juan, en interpretar, con el auxilio de la gramática y la medicina, el mitin del PRI, el viernes por la noche, en la Plaza Grande, y el “rollo” que la gobernadora pronunció con motivo del cuarto aniversario del suceso electoral que la instaló en el palacio que hoy ocupa.
Para iniciar el ejercicio, don Vittorio propuso un análisis de la exclamación en que Ivonne Ortega Pacheco se proclamó a sí misma como “líder moral y capitana política” de Yucatán.
—Es un bautizo sin padrinos —explicó don César— que cae dentro de la definición de “sinécdoque”: figura retórica que consiste en designar una cosa con el nombre de otra, para ampliar, restringir o alterar el significado de ésta. Lo que se amplía en este caso es el concepto de Yucatán: a la concurrencia transportada a la plaza se la eleva a la categoría de estado y se le otorga una representación que no tiene.
—La “sinécdoque” ivonense es una verdad a medias. Es capitana, sí, pero de una política repudiada, según la reciente encuesta sobre la felicidad de los yucatecos, que en su vasta mayoría se manifestaron inconformes con el gobierno y desilusionados por la jefa del ejecutivo. Es líder, es cierto, pero de una moralidad peculiar que, si se aplica a su administración, es más bien una inmoralidad como quiera que la veas.
El señor Zerbbera dio lectura a otro párrafo del discurso orteguiano: “No nos vamos a cansar mientras en nuestro corazón y en nuestra alma quede un latido y un anhelo de justicia para los que antes eran ignorados y para los que antes nadie escuchaba”.
—Aquí estamos, Vittorio, ante un ejemplo claro de un síndrome que por atavismo distingue a los gobernantes que el PRI ha encumbrado al poder. Síndrome es el conjunto de síntomas característicos de una enfermedad o un trastorno mental. En este caso es el síndrome de presumir a diestra y siniestra de todo lo que no tienes y no haces. La señora no oye al pueblo ni responde a sus quejas: las ignora. Desdeña como “dimes y diretes”, como “política electoral”, cualquier crítica que se le formule. Ni le hace caso ni la toma en cuenta. Es otra causa de la infelicidad y el desencanto que revela la encuesta sobre el estado de ánimo de los yucatecos. En este sentido, ese “no nos vamos a cansar” suena como una amenaza: ¡agárrate!
—Y además, Vittorio, es un síndrome viejo, porque atavismo es la inclinación a imitar o mantener costumbres y formas de ser y de vivir antiguas, arcaicas, trasnochadas. Los gobernantes del PRI que nos han tocado han coincidido, en mayor o menor escala —casi siempre mayor—, en el hábito de hacer precisamente lo contrario de lo que dicen. Es una tendencia hereditaria que se ha vuelto compulsiva. Pregúntale a Angélica.
—Pero no podrás negar, César, porque nosotros fuimos al mitin, que la gente estaba aplaudiendo.
—Otro síndrome, Vittorio: el síndrome de Estocolmo, que es la aceptación y progresiva adopción, por una persona, de las ideas o conductas de sus secuestradores. Por su larga experiencia, el PRI es ducho en estos secuestros políticos: multitudes forzadas, engañadas, embotelladas en autobuses y acarreadas sin que sepan a dónde van o a qué van. Tarde o temprano se olvidan de la imposición y, víctimas de la torta y el refresco, la gorra, el paseo y la pachanga, progresivamente se identifican con sus secuestradores. Son una masa humana enlatada, adoctrinada en el oficio rastrero de aplaudir y vitorear al mandamás.
—La payasada del viernes en la Plaza Grande, concebida y ejecutada como respuesta única y burlona a los disidentes y los independientes, a los críticos, los quejosos y los infelices, es la imagen perfecta de un gobierno esdrújulo: sinecdótico, sindromático y atávico.
Don Vittorio se quedó estupefacto.— Mérida, Yucatán, 21 de mayo de 2011.

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