Redes sociales y ciudadanía

Othón Baños Ramírez (*)

Las redes sociales tienden a convertir al ciudadano promedio mexicano-clientelar, incluso a los llamados millennials, en “ciudadano masa”.

En nuestro país, desde por lo menos las elecciones presidenciales del año 2000 las redes sociales comenzaron a ser usadas con fines políticos, alojadas en diversas plataformas digitales del internet. La constante es una suerte de guerra electoral sin regulación alguna, lo que da pie a la circulación de todo tipo mensajes.

La expansión de internet tiene consecuencias profundas en la comunicación política. Estamos asistiendo a una etapa histórica de la humanidad en la que los cambios acelerados de las tecnologías y flujos globales de información multiplicaron las plataformas, fragmentaron los públicos y reconfiguraron los sistemas de prensa, televisión, radio y cine. Actores, dinámicas, categorías y usos de las experiencias mediáticas (entretenimiento, información, acción política) vienen reconfigurando la arquitectura de la comunicación pública y hasta han cambiado la noción misma de sistemas nacionales de medios.

Parece más adecuado hablar de sistemas transnacionales o globales.

En el año 2012 había en México nada menos que 95.5 millones de líneas de teléfonos celulares, que pasaron en 2016 a 107.8 millones, de los cuales 77.3 millones correspondían a teléfonos inteligentes (“La Jornada”, 19 de marzo 2016). Esto quiere decir, si tomamos en cuenta que en el año 2015 había 119 millones 938 mil 437 personas, que prácticamente siete de cada diez mexicanos contaba con ese tipo de dispositivo.

Como resultado de dicha expansión de celulares y de internet, la “comunicación interpersonal” —horizontal— tiende a desplazar a la “comunicación tradicional” —vertical—. Repito, tiende. Porque en nuestro país la televisión y la radio mantienen aún altos niveles de audiencia. Nos damos cuenta de ello, porque en periodos de campañas políticas, como en estos días, esos medios se encuentran saturados de propaganda política, al grado de causar molestia y enojo. La clase política nos obliga mediante la ley electoral vigente a ese tormento.

Es verdad que el desplazamiento referido no puede explicarse por la aparición y vertiginoso crecimiento de las redes sociales, porque dicha tendencia las antecede. El internet nos llenó de optimismo al ver que se estaban construyendo relaciones comunicativas horizontales, una especie de comuna libertaria virtual, pero los resultados apuntan hacia otra dirección, en el mejor de los casos son ambivalentes.

De un lado, se viene observando que, junto con la expansión de la infraestructura de las comunicaciones, la tecnología informática se vuelve más accesible a todos los mexicanos.

En efecto, la comunicación interpersonal involucra hoy a más de tres cuartas partes de la población total del país.

Facebook y más recientemente WhatsApp son las plataformas más usadas por las redes sociales y tienen una penetración amplísima, llegan a prácticamente todos los rincones del país y a los individuos de todos los estratos sociales.

Gracias a lo anterior, algunos analistas hablan de que esta comunicación interpersonal es una nueva forma de participación ciudadana. Sin duda lo es. Pero es materia de discusión si las redes sociales aportan calidad a la democracia. Pues sin darse cuenta muchos usuarios son víctimas de los social bots, filtros burbuja y fakes. En pocas palabras de los algoritmos que los expertos diseñan para favorecer intereses particulares. Nuevas palabras, como “Fakepolítica”, refieren viejos fenómenos, política falsa, ahora con una nueva dimensión. Este tipo de manipulación hace que las redes sociales conviertan al ciudadano en “ciudadano masa”: muchedumbre, grupo considerable de personas. Estoy pensando en el célebre libro, Masa y poder, escrito por Elias Canetti en 1960, Premio Nobel de Literatura en 1981, en el cual aborda el tema de la relación entre los diversos tipos de “masa” y las estrategias de control y poder mediante las cuales los gobernantes y líderes políticos pueden dirigir a dichas masas.

Predominan en las redes sociales los mensajes generados por los partidarios o por los partidos políticos mismos, a favor o contra un candidato y son muy pocos los mensajes que busquen un empoderamiento de los ciudadanos.

El potencial de las redes sociales para mejorar la calidad de la democracia ciertamente es enorme, pero falta voluntad de la sociedad civil, de las organizaciones sociales de la sociedad civil que se comprometan con el objetivo de hacer de las redes sociales plazas públicas virtuales, retomando la idea de polis de los griegos.

Lo que impera actualmente es una fragmentación comunicacional, con múltiples contenidos. Proliferan desde luego, pero también se pierden varias formas de participación ciudadana. La comunicación fracturada en intereses particulares ya sea de los partidos políticos, o de pequeños grupos, no mejora la democracia y por consecuencia no se resuelven de raíz los grandes problemas nacionales.

La parte positiva de las redes sociales es su autonomía frente a las instituciones tradicionales, lo cual ha puesto en crisis la débil intermediación de la clase política. Es una magnífica oportunidad para convertir a los “ciudadanos masa” en ciudadano políticos, informados y críticos. Hay que hacer algo al respecto antes de que sea demasiado tarde.— Mérida, Yucatán.

othonbanos@hotmail.com

Doctor en Sociología, investigador de la Uady