FUNCIÓN DE LA POLÍTICA. El ser humano tiene una naturaleza que tiende a la convivencia, la comunicación y al bien común. Siendo, pues, la sociedad un espacio de relaciones, éstas han de ser articuladas para el desarrollo de las personas; esto explica la existencia de una autoridad que organice esas relaciones para una acción efectiva.

De ahí la necesidad de la política; su función se justifica porque tiene como propósito prioritario el bien común, es decir, hacer efectiva la seguridad para que todos sepamos y comprobemos que nuestro derecho a la vida está garantizado por un gobierno atento a las necesidades vitales del ciudadano; igualmente busca la igualdad, esto es, que todos tengamos el derecho de crecer y realizar nuestros proyectos, sin distinción alguna, porque tenemos las mismas oportunidades de acceso a la educación, a la información veraz y oportuna, al trabajo y a la atención de nuestra salud y que gozamos del derecho de participar en los asuntos de la república con absoluto respeto a nuestras libertades.

Para ello, hemos de cambiar el falso concepto de la política; ésta no puede limitarse a la lucha por la conquista y la conservación del poder a cualquier costo y por cualquier medio; hemos de romper la inercia de que lo único que cuenta para el político “exitoso” es la práctica mañosa del populismo, la demagogia y las trampas más o menos simuladas para ganar elecciones y después, ya instalados en el poder, disfrutar el placer de mandar, satisfacer caprichos, imponer ideologías y retribuir de distintas maneras, ilícitas algunas, a los que ayudaron en la campaña.

Muchos de estos políticos tal vez no hayan leído a Nicolás Maquiavelo, pero en forma inercial siguen los malos ejemplos de políticos, tanto antiguos como contemporáneos; para Maquiavelo el político que quiere avanzar y que su única meta es el poder, debe aprovechar las circunstancias y obrar bien o mal, según el caso lo amerite; es una política sin ética en la que hay que aceptar y practicar la mentira, la corrupción y el abuso de autoridad.

¿Cómo puede ser un buen gobierno cuando la verdad, la justicia, el respeto a la dignidad y el reconocimiento de la libertad están ausentes? ¿Cómo puede un gobierno servir al pueblo cuando lo manipula y opera contra los derechos del pueblo?

Los ciudadanos debemos dejar de aceptar y de repetir que un buen gobierno es casi utópico y nos conformamos con que algunos políticos roben, pero que sea poco; que sean corruptos, pero que hagan algunas obras de infraestructura y más o menos cuiden de la seguridad y, a veces, hasta pacten con grupos criminales para tener una relativa e inestable paz pública.

No, digamos no a esta mala y corrupta política; para que la política cumpla con su finalidad de bien común, ha de apoyarse en la ética, ya que la acción política, por ser un acto deliberado y libre, tiene que ser bueno o malo y, por tanto, merece un calificativo ético. Afirmamos con énfasis que una verdadera política debe tener como objetivo fundamental, que los ciudadanos se realicen como personas que son y busquen el bien en lo concreto y singular.

Nada está por encima de la dignidad de las personas, ni las ideologías que dividen y polarizan, ni los intereses partidistas ni la ambición de los gobernantes y funcionarios públicos.

LA DISYUNTIVA: DEMOCRACIA O AUTOCRACIA. Se ha repetido hasta el cansancio que solo hay dos clases de corrientes políticas: la izquierda y la derecha. Falso; debe haber una sola política, la del personalismo comunitario, inspirado por el humanismo. O reconocemos y respetamos la dignidad del ser humano o lo usamos para fines ideológicos o como simples clientes electorales o como medio de enriquecimiento de los grupos de poder y de la insana y narcisista vanagloria del megalómano.

Los ciudadanos no somos tontos y podemos aprender de la historia. ¡Cuántos de los llamados adalides de la izquierda han hecho revoluciones o han utilizado las instituciones democráticas para llegar al poder y luego, ya instalados, traicionan a la democracia y al pueblo, porque ya no lo quieren dejar y pasan años tras años, incluso décadas, aferrados al poder y reprimiendo a la oposición con la consabida y cruel fórmula de “encierro, destierro o entierro”!

Dos instrumentos preferidos de los aprendices de dictador son la demagogia y el populismo, ambos fincados en la mentira, la simulación y la falta de respeto a la dignidad humana.

La demagogia es la alteración de la verdad, un culto al éxito a través del engaño y la perversión del uso de la palabra al servicio de la ambición política. El populismo tiene estas características: el carisma del activista, el uso y abuso de la palabra falaz, la falsificación de la verdad, la utilización discrecional de los fondos públicos sin transparencia ni rendición de cuentas, el fomento del odio, de la división y de la polarización, el constante movimiento de las “masas” acarreadas, la fabricación de enemigos y adversarios, el desprecio por las leyes y las instituciones republicanas.

Rechacemos por falsa y perversa la afirmación de célebres y nefastos dictadores como Hitler, Mussolini y Stalin, de que la dictadura es más vigorosa y eficaz que la “democracia decadente”. Esta afirmación carece de sentido histórico y de respeto a la dignidad. Condujo a los campos de concentración, a horribles masacres y purgas y pavimentó el camino de la servidumbre y de la muerte.

VOCES DE LIBERTAD. Por todo lo explicado, es muy importante y vital para nuestras sociedades la presencia, valentía y vocación de servicio a la causa humanista el ejercicio de un periodismo que, al defender el derecho de la libertad de prensa, defiende simultáneamente el derecho del ser humano a la libertad; ciertamente la libertad es un don y viene como potencia inherente a nuestra condición propia de persona, pero hay que luchar por ella para realizarla, conservarla y desarrollarla.

¡Qué aliada tan fuerte es una prensa que diga la verdad, que investigue y la difunda, la que descubre lo que otros no dicen por cobardía o por complicidad, la que permite que leamos y escuchemos a los que hablan con autoridad y la que hace resonar en las conciencias las voces de libertad!

Para orgullo de los peninsulares del sureste de México tenemos un ejemplo de ese periodismo, el Diario de Yucatán que, a través de sus noventa y ocho años de historia, ha sabido mantener la convicción de sus principios y el valor para hacer resonar desde sus páginas esas voces de libertad.

Al poco tiempo de comenzar a publicarse, el Diario sufrió un atentado en contra de la libertad de prensa y fue clausurado en octubre de 1931, en tiempos del autoritarismo del entonces gobernador Bartolomé García Correa.

Afortunadamente, en aquel tiempo funcionaba bien el Poder Judicial y por la vía jurídica la verdad triunfó sobre la mentira y la justicia sobre la arbitrariedad. Diecisiete meses después de su clausura, el 12 de marzo de 1933, el Diario volvió a publicarse y, desde entonces, ha abanderado las causas de la sociedad peninsular.

Enhorabuena por el 98o. aniversario.— Mérida, Yucatán.

Presidente de Laicos Unidos para el Bien Común (LUBIC) y consejero del Organismo Promotor de Instituciones para la Democracia (OPD)

 

 

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