Acúsome de haber participado en concursos de oratoria. Ése fue uno de los muchos pecados de juventud que cometí, aunque no tantos como los que cometería luego, algunos dolorosos, pero los más de ellos gozosos y gloriosos. Si volviera a vivir esos años caería otra vez en las mismas tentaciones, sólo que más tempranamente y con mayor asiduidad.
Fui parte del grupo de oradores de la preparatoria del Ateneo Fuente, liberales por tanto. Nuestros adversarios eran los de la ACJM, jóvenes católicos a quienes asesoraba un sacerdote carismático y muchachero, el padre Luis Manuel Guzmán.
En uno de aquellos concursos me correspondió por sorteo hablar de sor Juana. La describí arrobada ante un Cristo “de torso hermosamente desnudo”.
Los partidarios del bando derechista empezaron a silbarme y a patear el piso del auditorio donde tenía lugar la competencia. Detuve mi discurso y me dirigí con voz tranquila al cura: “Padre Luis: apaciente a sus ovejas”.
Y miren mis cuatro lectores lo que son las cosas de la vida. Muchos años después fue él quien ofició la misa de bodas en que me uní a la amada eterna, pues ella formaba parte del círculo juvenil que en mi ciudad fundó aquel sacerdote que a más de sabio era bondadoso, cualidades que rara vez van juntas.
Recordé todo eso con motivo de la gresca de cantina que se suscitó en la mal llamada Cámara Alta, cuando varios senadores, incluso el coordinador de la bancada morenista, estuvieron a punto de liarse a chingadazos en el recinto camaral. Con eso la tal Cámara Alta se vio bastante baja, y mostró la escasa calidad política y personal de algunos de sus integrantes. Aquí cabe decirle a Noroña: “Apacienta el rebaño que tu amo te encargó”.— Saltillo, Coahuila.
