La economía mexicana entró en una fase clara de desaceleración. El Inegi registró una caída trimestral del PIB de 0.3% en el tercer trimestre de 2025 y una baja anual de –0.2%, asociada principalmente al retroceso industrial y a un entorno de elevada incertidumbre.
Este panorama sugiere que 2025 cerrará con un crecimiento débil y que 2026 enfrentará riesgos adicionales. Bajo este contexto nacional, conviene examinar el comportamiento de Yucatán, que también comienza a mostrar señales de menor dinamismo.
Yucatán ha mostrado durante más de una década un desempeño superior al promedio nacional, impulsado por una estructura productiva diversificada que le otorga mayor resiliencia ante choques externos. Ese patrón todavía es visible, aunque con menor fuerza.
El Itaee —el indicador del Inegi que mide trimestralmente la evolución de la actividad económica estatal— confirma esta pérdida de impulso: las variaciones anuales pasaron de más de 5% en 2023 a incrementos cada vez menores en 2024 y 2025, hasta ubicarse en 1.3% en el trimestre más reciente. En síntesis, Yucatán continúa creciendo, pero lo hace cada vez más lento, lo que obliga a revisar con detalle qué está frenando su dinamismo.
Para comprender mejor esta desaceleración conviene observar qué sectores están perdiendo impulso y cuáles sostienen, aunque de forma limitada, el crecimiento estatal.
Yucatán es una economía predominantemente terciaria: cerca del 70% de su PIB proviene de los servicios —incluido el comercio—, alrededor del 26% de la industria y poco más del 3% del sector primario. Esta composición importa porque algunos sectores tienen un efecto multiplicador mayor que otros. La evidencia del Itaee muestra que ciertos motores de la actividad económica han comenzado a perder fuerza, y entender qué actividades se están debilitando es clave para anticipar el comportamiento de la economía en 2026.
Entre los sectores que explican con mayor claridad esta desaceleración destacan la manufactura y la construcción. La manufactura, un sector con alto encadenamiento productivo y fundamental para el empleo formal, pasó de variaciones cercanas a 1% a caídas de –0.5% y hasta –2.8% en los trimestres recientes. La construcción siguió un ajuste similar: tras un repunte elevado por efecto base, registró descensos de –7.1% y –4.0%, para luego estabilizarse cerca de cero. Ambos sectores están profundamente conectados con proveedores locales y suelen amplificar los ciclos económicos: cuando avanzan, empujan al resto; cuando retroceden, lo frenan. Su debilidad actual constituye un foco de atención para 2026.
En el sector terciario —que representa dos terceras partes de la economía estatal— también se observan señales de agotamiento. Actividades que hasta hace poco crecían entre 3% y 4% hoy avanzan alrededor de 0.7%, reflejando una pérdida progresiva de impulso. Dentro de este bloque, el comercio es el indicador más relevante: tras varios trimestres con variaciones superiores al 5%, cayó a –0.4% y –3%, señalando un enfriamiento del consumo local. Si el comercio pierde fuerza al mismo tiempo que la industria retrocede, la capacidad de resistencia de la economía estatal disminuye.
El ligero crecimiento que aún muestra Yucatán proviene fundamentalmente de los servicios, un bloque que, aunque presenta avances, tiene un escaso encadenamiento productivo hacia el resto de la economía. Destacan los servicios profesionales, científicos y técnicos, así como los corporativos y de apoyo a los negocios, que han mostrado estabilidad. También aportan los servicios financieros e inmobiliarios, junto con las actividades de alojamiento, alimentos y servicios recreativos. Sin embargo, estas últimas están cada vez más asociadas al encarecimiento del suelo y a dinámicas especulativas en torno a la tierra, lo que impulsa ciertas cifras en el corto plazo pero genera problemas de crecimiento poco inclusivo y con efectos limitados sobre el bienestar general.
El mercado laboral confirma este enfriamiento. Aunque la tasa de desocupación sigue siendo baja, el empleo formal muestra una tendencia clara a la baja. Durante casi todo 2024, Yucatán mantuvo variaciones anuales superiores al 3%. Pero hacia el cierre del año el impulso se debilitó: octubre registró 1.24%, noviembre 0.60% y diciembre apenas 0.33%.
En 2025 la desaceleración se hizo evidente: enero marcó –0.35% y, tras fluctuaciones menores, julio cayó a –0.48% y agosto a –1.44%, con 431,270 trabajadores asegurados, más de seis mil menos que un año antes. En tan solo doce meses, Yucatán pasó de crecer a tasas cercanas al 4% a perder empleo formal.
Las consecuencias de este patrón probablemente se intensificarán en 2026. Una economía que se desacelera genera menos empleo formal, y cuando los registros del IMSS comienzan a caer de manera persistente —aun con una tasa de desocupación baja— significa que el ajuste ocurre vía informalidad, menores ingresos y mayor precariedad. Si la industria no se recupera y el comercio continúa perdiendo impulso, la creación de empleo formal será limitada, con efectos directos sobre los hogares y la demanda interna.
Las perspectivas para 2026 deben analizarse sin pesimismo, pero con realismo. Todo indica que la incertidumbre económica internacional continuará el próximo año, afectando especialmente a la manufactura orientada a la exportación. Por ello, será fundamental activar los motores internos de la economía, en particular la construcción y las actividades con mayor efecto multiplicador, donde la inversión pública juega un papel determinante.
Yucatán enfrentará un año de crecimiento débil si las condiciones externas no cambian; sin embargo, las internas sí pueden gestionarse. Un uso estratégico y oportuno de la inversión pública —orientada a obra, infraestructura productiva y proyectos con impacto territorial— será clave para amortiguar la desaceleración y evitar que la economía estatal pierda todavía más velocidad.— Mérida, Yucatán
Profesor de la Facultad de Economía de la Uady
