El declive de Palenque habría coincidido con la aparición de factores como hambruna y enfermedades

El “xekik” o vómito de sangre aparece en crónicas indígenas y españolas como causa de epidemias durante la época prehispánica. Hoy se sabe que era la fiebre amarilla

Las epidemias han golpeado a la Península de Yucatán desde tiempos prehispánicos.

Aunque con más frecuencia se habla de las enfermedades que llegaron con los conquistadores a tierras americanas y causaron la muerte de miles de habitantes originarios, como la viruela y el sarampión, antes del desembarco de los europeos —y mucho antes de la aparición del Covid-19— hubo padecimientos que afectaron a amplio número de personas en el Sureste.

Documentos históricos mayas y españoles, entre ellos el Popol Vuh, los Chilam Balam de Chumayel, Tizimín y Kaua, y “Relación de las cosas de Yucatán” de Fray Diego de Landa, dan cuenta de la amenaza de la fiebre amarilla, llamada entonces “xekik” (vómito de sangre), para pobladores de la región previamente al arribo de los conquistadores.

La obra de Landa da testimonio de una epidemia de este mal que se habría propagado en la segunda mitad del siglo XV, entre 1480 y 1485. La registra afirmando que “sobrevinieron por toda la tierra unas calenturas pestilenciales que duraban 24 horas, y después de cesadas se hinchaban (los enfermos) y reventaban llenos de gusanos, y que con esta pestilencia murió mucha gente (…)”.

Entre historiadores y médicos hay consenso de que la descripción que hace el fraile alude a la fiebre amarilla. Ésta, como el recientemente fallecido doctor Renán Góngora Biachi apunta en el artículo “La fiebre amarilla en Yucatán durante las épocas precolombina y colonial” (Revista Biomédica, volumen 11, número 4, 2000), es “un síndrome de fiebre hemorrágica ocasionada por un flavivirus (…) y que es transmitido por los mosquitos Aedes aegypti y Haemagogus”.

Después de la Conquista, la transmisión urbana de la enfermedad se ha debido a la acción del Aedes aegypti, llegado a América con los europeos y en la actualidad también vector del dengue, zika y chikungya. Los antiguos mayas, sin embargo, eran afectados por el ciclo selvático del padecimiento, que tenía estrecha relación con monos aulladores y araña.

En “La fiebre amarilla en México y origen en América. Estudio epidemiológico e histórico”, aparecido en 1957 en la Gaceta Médica de México, el doctor Miguel Enrique Bustamante Vasconcelos dice que los monos Alouatta (aullador) y Ateles (araña) son muy susceptibles al virus amarílico.

Esos animales, explica en su artículo el desaparecido académico de número de la Academia Nacional de Medicina de México, son infectados con la picadura del mosco Haemagogus, que forma criaderos en agujeros de los troncos de los árboles.

“Los hombres”, escribe, “son atacados accidentalmente al ponerse en contacto con la selva, sea al subir a los árboles, al tirarlos, al descansar a su sombra o también en los claros abiertos para instalar campamentos, preparar terrenos de cultivo o construir habitaciones”.

Para edificar sus centros urbanos y cultivar el maíz, añade el médico, los mayas debían cortar los árboles de la selva, en la que entre otras variedades crecían los de chicozapote, fruto de especial atractivo para los monos en el Sureste.

“Los mayas no tenían por qué abandonar siempre sus ciudades-estados cuando llegaba una onda, puesto que el peligro disminuía en los centros religiosos más antiguos rodeados de milpas cultivadas varios años y muchos de los adultos que habrían enfermado en un ataque anterior eran inmunes”, afirma.

La civilización prehispánica tenía una relación de familiaridad con los monos, recuerda, a su vez, el antropólogo social Indalecio Cardeña Vázquez, presidente del Círculo de Estudios Humanísticos de Yucatán.

Los antiguos mayas reverenciaban a ese animal como patrono de las artes.

Cardeña Vázquez, cuya tesis de licenciatura trató sobre la medicina nativa yucateca, señala al Diario que las enfermedades pudieron jugar un papel en el declive de la civilización maya —a partir de los años 800 después de Cristo—, junto con otros factores, como los desastres naturales (sequías, huracanes) y el agotamiento del suelo debido a la agricultura intensiva y la deforestación.

Cardeña Vázquez recuerda que en las construcciones se utilizaba ampliamente el estuco, material que se elaboraba con piedra caliza cocida. “Para hacerlo se necesitaban enormes cantidades de árboles, otro factor que contribuyó a la deforestación”, explica.

Además, agrega, hay estudios científicos que reportan un cambio en la actividad solar en el siglo X, lo que en la Península se tradujo en un período extenso y agudo de sequía. La hambruna y las enfermedades resultantes de las adversas condiciones ambientales habrían dado origen a rebeliones contra los gobernantes.

“¿Por qué los arqueólogos dicen esto? Porque hay evidencia. Palenque es una de las ciudades que durante el colapso fue destruida, incendiada, arrasada: los campesinos entraron a la ciudad y ocuparon los espacios sagrados, los tomaron como vivienda, y la élite gobernante, exterminada”.

En la investigación de su tesis, Cardeña Vázquez reunió testimonios, como los del propio Landa, de que antes de la Conquista la población originaria vivía más saludablemente e, incluso, era más longeva.

Sin embargo, también la aquejaban diversos males que, según el Popol Vuh, incluían flujos de sangre, abscesos e ictericia. Las caries fueron un problema de salud común desde el Preclásico hasta el Posclásico, como anota el antropólogo.

Asimismo, apunta en su estudio, en Komchén se hallaron evidencias de personas con artritis y malnutrición; en Chichén Itzá, con osteomielitis, osteoartritis y padecimientos relacionados con la anemia, y en Playa del Carmen, además de los anteriores, hemorragias por deficiencia de vitamina C, problemas periodontales y abscesos bucales, entre otros.

En “Relación de las cosas de Yucatán” el fraile describe una afectación con “pestilencia de unos granos grandes que les pudría el cuerpo con gran hedor, de manera que se les caían los miembros a pedazos dentro de cuatro o cinco días”. Cardeña Vázquez afirma al Diario, citando al médico cirujano Edilberto Solís Torregrosa, que esa explicación podría corresponder a la leishmaniasis, enfermedad cutánea que presenta tres o cuatro formas, una de ellas la úlcera de los chicleros.

En su investigación, el antropólogo indica que los mayas practicaban una especie de confesión cuando afrontaban un problema de salud. “Landa dice que los mayas creían que por el mal y el pecado les venían muertes, enfermedades y tormentos. Así, cuando por enfermedad u otra causa estaban en peligro de muerte, confesaban sus pecados públicamente, si ellos se olvidaban sus parientes más cercanos o amigos se lo recordaban y entonces se lo decían al sacerdote, si no a sus padres o bien al cónyuge”.

Las epidemias eran, por lo tanto, consecuencia igualmente del enojo de los dioses.

“La medicina”, agrega el antropólogo Cardeña en su trabajo, “es considerada dentro del campo de los demás conocimientos científicos que eran poseídos solo por los sacerdotes y gobernantes; religión y medicina se encontraban íntimamente ligadas, pudiendo ejercer ambas funciones una sola persona”.

Aun así, “probablemente los únicos conocimientos que sirvieron realmente al pueblo fueron los medicinales, por más que se entremezclaran con conceptos mágicos que los hechiceros podían en ciertas circunstancias manipular con fines ajenos a sus propósitos curativos”.— Valentina Boeta Madera

 

Los antiguos mayas contraían la fiebre amarilla, o “xekik”, al internarse en la selva y subir a los árboles, talarloso descansarbajo su sombra

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