PRESBÍTERO MANUEL CEBALLOS GARCÍA
Firme, cuando digas: ¡Sí!
Tengamos en cuenta que la parábola que escuchamos hoy la propuso Jesús inmediatamente después del silencio de aquellos fariseos ante la pregunta que Jesús les había hecho: si el bautismo que realizaba Juan procedía de Dios o de los hombres. Al explicar la parábola, Jesús respondió indirectamente a su pregunta: el bautismo que hacía san Juan sí era cosa de Dios y su predicación marcaba el camino recto a seguir.
Los publicanos y las prostitutas, representados en aquel hijo respondón, pero obediente, creyeron en san Juan; en cambio, aquellos fariseos, como el hijo bien educado y amable pero flojo, no le creyeron.
El ejemplo de vida familiar que nos propone hoy Jesús es sencillo e inmediato porque toca de cerca nuestra realidad: hijos aparentemente serenos y tranquilos que ocultan rechazos e insatisfacciones, mientras que otros con actitudes rebeldes son capaces de extraordinaria generosidad. Como dice el refrán, “las apariencias, engañan”. Por lo tanto, hay una ‘obediencia’ que aparenta deferencia y bondad, pero que oculta una sutil rebelión interior; y, al contrario, una desobediencia exterior que —en realidad— tiene una actitud ejemplar de compromiso.
Así, Jesús presenta a los fariseos llenos de formalismos y pagados de sí mismos, satisfechos con su modo de vivir y llenos de gratificaciones en su posición social; pero, también presenta a los considerados rebeldes. A todos llama Jesús a una verdadera conversión porque la medida del valor auténtico y oculto de toda persona está en última instancia solamente en las manos de Dios que ve lo más profundo de nuestro corazón. Nunca olvidemos aquella imagen polémica que Él utilizó cuando habló de los sepulcros emblanquecidos de aparente virtud, pero que ocultan corrupción, soberbia egoísmo y, además, vacíos.
Jesús se enfrenta con los fariseos porque quiere que revisen a fondo su vida y ya dejen de despreciar a los demás. Porque para Jesús, el Reino de Dios se irá incrementando con aquellas personas humanamente indignas de crédito, pero capaces de recapacitar y de aceptar a quien les proponga una nueva forma de vida.
La voz de Jesús es, pues, un llamado a la conversión y al compromiso incluso para los rebeldes y desobedientes para que, renegando su pasado, se encaminen por el camino nuevo propuesto por el Maestro. Esos tales tienen que pronunciar un “sí” que borre los “no” externos (reales o aparentes), procurando convertir su “sí” en un signo claro y contundente para los demás, de modo que todos vean sus obras y den gloria a Dios que está en los cielos.
A final de cuentas, sabemos que es más fácil que un pecador o rebelde se convierta a Dios, que no un presumido y orgulloso de su justicia, rompa el círculo de su auto complacencia e ilusión.
