De pronto sentí que algo me tocaba, era “Loncho, el terrible”, trabajador portuario que al llegar al lugar del accidente se lanzó al mar para salvar vidas— Alejandro Flores Villanueva
PROGRESO.— En la madrugada de un día como hoy, hace 49 años, los incesantes pitazos de los barcos atracados en el muelle fiscal despertaron a los habitantes, quienes alarmados fueron a la playa y al viaducto de arcos y vieron a los buques que no dejaban de pitar como lanzando lastimeros gritos de auxilio.
“El tren chocó contra un autobús”, “hay muertos”, “hay cuerpos despedazados” y “muchos cayeron al mar” fueron las primeras noticias de aquel fatídico miércoles 25 de febrero de 1970.
En aquel entonces no había ambulancias, paramédicos, cuerpo de bomberos, ni Centro de Salud, Unidad Médica del IMSS ni clínicas privadas, sino solo consultorios privados, que no se dieron abasto para atender a los heridos de gravedad.
El ferrocarril que todos los días llegaba al muelle fiscal para descargar o cargar mercancías se estrelló contra un autobús en el que viajaban trabajadores del entonces Sindicato de Henequeneros que, a las 1:30 de la madrugada, habían concluido con su jornada laboral y se trasladaban a tierra para retornar a sus casas.
Muchos no llegaron, perecieron despedazados o ahogados. Los lesionados fueron trasladados a hospitales de Mérida.
Alejandro Flores Villanueva, sobreviviente de la tragedia portuaria, la primera ocurrida en el muelle fiscal, relata lo que vivió cuando el autobús fue embestido por el tren, su rescate en el mar —“Loncho, el terrible” lo salvó de morir ahogado— y que el médico Felipe Estrella, del consultorio Pasteur, al ver su pierna colgada, le dijo que había que pasarle serrucho.
También que vio a un compañero henequenero que se desplomó muerto en la clínica, por los golpes internos.
A sus hoy 73 años de edad, los recuerdos están frescos en la memoria de Alejandro Flores, como si apenas ayer hubiera vivido la tragedia.
Tenía 24 años de edad y formaba parte del Sindicato de Henequeneros “Mártires de Chicago”, a donde ingresó cuando tenía 18 años, dejó sus estudios de secundaria.
El exhenequenero se acuerda de la fecha del percance, pues pasó un día después del Día de la Bandera.
Los henequeneros se encargaban de descargar del tren las pacas, jarcias e hilos de henequén que llevaban los barcos a Estados Unidos.
Aquella madrugada del miércoles 25 de febrero de 1970 habían terminado de trabajar; en el muelle estaban atracados varios barcos y estacionado el autobús que los llevaba a tierra.
Lo abordaron unos 40 trabajadores, entre henequeneros, marítimos, estibadores y marcadores de pacas.
El camión circulaba con dirección de Norte a Sur, por el lado poniente del muelle fiscal y sobre las vías del ferrocarril.
A la misma hora que salió el camión, entraba al muelle el tren con 10 vagones cargados con miel para exportar a Europa y otras mercancías.
El ferrocarril iba en reversa, de Sur a Norte, como siempre lo hacía.
Pero no llevaba garrotero, quien debía estar en el último vagón con una linterna para alertar a los conductores de vehículos y a los peatones que venían del muelle.
Unos 300 metros antes de llegar al edificio del muelle fiscal, donde había un brazo conocido como parásito, ocurrió el choque del tren con el autobús, recuerda Flores Villanueva, en entrevista.
“Todos veníamos echando relajo, felices de haber terminado la jornada y de regresar a la casa para descansar; otro turno de trabajadores entraría a trabajar, y de pronto escuchamos un fuerte golpe.
“Solo alcancé a ver que al autobús lo cortó (en dos, a lo largo) el golpe del tren y eso causó que varios trabajadores quedaran despedazados, otros con golpes en varias partes del cuerpo.
“A ‘Don Pedro’, marcador de pacas, le cercenaron los dos pies.
“Cuando caí al mar no sabía que estaba herido, como pude me mantuve a flote, no veía nada, pensé que había quedado ciego y también que moriría ahogado.
“De pronto sentí que algo me tocaba, era ‘Loncho, el terrible’, compañero trabajador portuario que al llegar al lugar del accidente se lanzó al mar para salvar vidas. ‘Loncho’ me dijo que con el brazo que tenía sano lo abrazara; así lo hice, lanzaron cabos desde el muelle y me sacaron.
“Fue cuando me di cuenta que estaba herido: mi pierna derecha estaba destrozada, mi brazo derecho lo tenía fracturado”, recuerda.
Antes que lo lleven al consultorio Pasteur, en esta ciudad, alcanzó a ver que los barcos atracados encendieron sus reflectores para alumbrar la zona de la tragedia y bajaron lanchas salvavidas para rescatar a los heridos y muertos.
Un vagón del tren que se descarriló quedó casi en el mar; medio autobús quedó en la barda del muelle. Después no supo más.
En el consultorio Pasteur, a donde primero llevaron a los heridos, el médico al verlo le dijo: “Serrucho. Hay que amputar la pierna, no hay nada qué hacer.
“Estaba en la clínica cuando llegó un trabajador de apellido Figueroa, vecino de Chicxulub Puerto, dijo que estaba bien, que no tenía nada, pero de pronto se desplomó muerto; tenía golpes internos.
“Zenón Medina es otro vecino de Chicxulub que murió en ese accidente.
“Al día siguiente encontraron cuerpos en playas de Chuburná, murieron como ocho o 10 trabajadores”, expresa Alejandro Flores.
Su suegro, Enrique Ramos Sulub, también henequenero, se opuso a que le amputen la pierna y lo llevó a la clínica Cruz Blanca en la ciudad de Mérida, donde lo operó el doctor Guzmán y le salvó la pierna y el brazo.
Su convalecencia duró un año, su sueldo se lo pagó el Sindicato de Henequeneros.
Sin embargo, a las viudas no les dio indemnización la empresa del ferrocarril; algunas recibieron máquinas de coser.
Una vez que se recuperó, Alejandro Flores dejó su trabajo de henequenero y se fue a Estados Unidos, donde trabajó en una imprenta.
Regresó hace 12 años y ahora es pensionado.
Vive con su esposa, María Ester Ramos Díaz, con quien tuvo una hija, Ester Alejandra.— José Gabino Tzec Valle
“Solo alcancé a ver que al autobús lo cortó el golpe del tren”
