(Artículo publicado el 26 de agosto de 2003)

Por Max GASTÓN

Es difícil encontrar una interpretación positiva a la renuncia de Ricardo Gutiérrez López a la presidencia de la Gran Comisión del Congreso, su fuga a un escondite y el “juego de guarda guarda” que ha sostenido con los dirigentes panistas que salieron a perseguirlo.

Tiene algo de vodevil y mucho de culebrón -telenovela sentimentalide- esta huida secreta, sin dar explicaciones, sin dejar teléfono ni dirección para remitir correspondencia. Una renuncia que podría parecer una rabieta infantil -porque no se hace lo que yo quiero, porque me están fastidiando a cada rato- o la carta de un suicida que no estuvo a la altura de las circunstancias ni tuvo el valor de enfrentarse a las consecuencias de sus actos.

Una renuncia intempestiva, en el peor de los momentos posibles, que podría tener interpretaciones peores que la de una exhibición de flaqueza de quien no se atreve a dar la cara.

Intempestiva es la calificación que más le cuadra a la renuncia. Fuera de tiempo, inoportuna, inconveniente. Si añadimos un adjetivo más y pensamos que fue premeditada, podríamos ya cruzar la frontera entre la irresponsabilidad y la conjura.

De suyo la renuncia es una traición. El capitán abandona el barco en medio de la tormenta. Un barco que no es propiedad suya ni de un partido: es propiedad del pueblo. Es una deslealtad. Por lo menos una falta de cortesía a quien me contrató con sus votos.

Si fue consultada, si tuvo la aprobación o complicidad de algunos dirigentes de Acción Nacional, a la renuncia, además de traición, podríamos ponerle la etiqueta de conspiración o chantaje.

Palabras duras, es cierto, pero que se acomodan a la trayectoria del presidente huido de la Gran Comisión. Trayectoria censurada, por propios y extraños, por su cercanía a los enemigos de su partido. Y los intereses de los enemigos.

Más que funcionario renunciante, podríamos tener entonces a un tránsfuga política que se deja la misma chamarra para que no se vea que ha cambiado de camiseta. No hay constancia de que Ricardo Gutiérrez López se haya puesto la camiseta de Patricio Patrón Laviada en el conflicto con el Poder Judicial o alzado un dedo para apoyar al gobernador en el caso Medina Abraham. Por el contrario, corre la versión de que uno de los propósitos de la renuncia es obligar al jefe del Ejecutivo a doblar las manos en ambos problemas cruciales para la estabilidad del estado.

Las armas del chantaje serán la amenaza de una crisis en el Congreso que ponga al PAN contra la pared o incluso en el patíbulo. Un chantaje que explota y agrava las guerras intestinales del panismo en la antesala de una campaña electoral que puede ser decisiva para el éxito del gobierno de Patricio Patrón.

El silencio de Ricardo Gutiérrez avala todas las sospechas. Si quiere, él puede con su voz, sobre todo con sus actos, disiparlas.

Mientras tanto, la renuncia también afecta a los señores de la oposición que ocupan curules en la Legislatura. Salen de su boicot y de sus conciliábulos como pescadores de río revuelto, atentos a sus ambiciones y desatentos a las demandas ciudadanas.

En la revista “Time”, Jesse Ventura, profesional de la lucha libre que es hoy gobernador de Minnesota en los Estados Unidos, escribe una carta al actor Arnold Schwarzenegger, precandidato a la gubernatura de California, y le dice: “Sé tú mismo. Sé Arnold. No actúes como un político.

Sean republicanos o demócratas, al pueblo no le gustan los políticos”.

La renuncia es otro chorro de ácido a la erosión que corroe la imagen del político, del funcionario público. Panista, perredista o priísta, es una imagen que no atrae a la gente. El pueblo va perdiendo la fe y la confianza en instrumentos de la democracia como son las elecciones y los candidatos. Nos estamos exponiendo a caer en un vacío de decencia en que los asientos del poder se llenan de logreros y arribistas, comerciantes y convenencieros al servicio de los delincuentes. En este juicio a la política yucateca pagana justos por pecadores, es verdad, pero va siendo hora de empezar a contarlos a ver quiénes son más numerosos. Quién ya pesan más en Yucatán: si los justos o los pecadores.

Algún lado positivo puede tener, sin embargo, la renuncia. Puede animar a los partidos y sus dirigentes a un examen de conciencia, a una depuración de filas, a poner más cuidado en la elección de candidatos y la designación de presidentes, secretarios y similares. Ojalá que el culebrón de la renuncia tenga este final feliz.- MG – Mérida, Yucatán, agosto de 2003.

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