(Artículo publicado el 8 de julio de 2003)
Por Max GASTÓN
Las elecciones mexicanas del domingo 6 de julio tienen dos impactos en el extranjero. Uno, positivo, es el político. Los triunfos que ha alcanzado la oposición ponen de manifiesto el respeto del gobierno federal y el partido en el poder, Acción Nacional, al voto. De la voluntad de gobernar en la forma que esconde el pueblo, no en la que impongan las autoridades, depende en buena parte el crédito que tenga una nación en materia de estabilidad.
El funcionamiento pacífico y legal de la alternancia es un remedio efectivo contra la corrupción. El presidente Fox y su equipo han dado una lección interna y externa de rectitud. En la derrota su buen nombre sale ganando.
Un impacto internacional negativo, al menos por ahora, es nuestra decisión de acordar una mayoría absoluta sobre el PAN, en el Congreso, a dos partidos que han dejado la impresión de que en su trabajo legislativo han subordinado los intereses de México a los de sus respectivos grupos.
El PRD y el PRI han dado motivos suficientes para opinar que su bloqueo a las reformas legales para ampliar la apertura de los sectores eléctrico y petrolero a la iniciativa privada, reformas que son bien vistas en el exterior, obedecen antes que nada al objetivo de impedir durante el gobierno de Fox un despegue económico que beneficiaría al PAN en las urnas.
También pesan en esta imagen negativa la etiqueta de izquierda populista que envuelve al PRD y el pasado de corrupción que sigue presente en las tácticas y procedimientos del PRI, tanto dentro del partido como en los estados y municipios que administra, que son la mayoría.
El gobierno federal no puede tirar la primera piedra. La popularidad personal de Fox y la que se atribuye a su esposa no se ha reflejado en la votación. Es evidente que los mexicanos esperaban o esperaban un cambio que aún no ven o no se sienten en carne propia.
Más que el gobierno o los partidos, nosotros los mexicanos somos la mayor preocupación, tanto allá como aquí. ¿Qué hemos querido decir con nuestros votos? ¿Cómo se debe interpretar nuestra apatía cívica, que ha dejado el saldo de una abstención del 59 por ciento? Yucatán puede servir para interpretar a México. Hay un abismo entre la limpieza, transparencia y eficacia del gobierno de Patricio Patrón Laviada y las prácticas viciadas que caracterizaron al régimen priísta de su antecesor Víctor Cervera Pacheco.
Sin embargo, el PRI recibió más votos yucatecos que el PAN en las elecciones del domingo.
Nos podrán decir que la mayoría de las presidencias municipales del Estado continúan en manos priístas que retienen la fuerza suficiente para hacer valer en el campo un control político basado en la explotación del miedo, la ignorancia y la pobreza del electorado rural. Lo cierto es que el PAN ha perdido alrededor de 100,000 votos en Yucatán en tres años.
Acción Nacional obtuvo 310.000 votos yucatecos en las elecciones del año 2000 y 323.000 sufragios en 2001. Es difícil que ahora llegue a 220.000.
El PRI también ha retrocedido, pues ha perdido casi la misma cantidad de votos, pero los suyos no tienen, para nada, la autenticidad que ha distinguido a la votación panista.
No creemos que los comicios del domingo hayan sido un referendo sobre el gobierno de Patrón Laviada, pero está claro que algo no le está funcionando bien al PAN. Es evidente que el capital político de las victorias electorales de 2000 y 2001 no ha rendido los dividendos previstos. A la vista ya de la renovación, en 2004, de las 106 alcaldías y el Congreso del Estado, nos parece que un examen de conciencia, local y nacional, es la tarea que estas elecciones le han dejado a la fuerza política que todavía no consigue extender a Yucatán el dominio que en los doce últimos años ha ejercido sobre Mérida.- MG – Mérida, Yucatán, 7 de julio de 2003.
