(Primera Columna publicada el 10 de septiembre de 2004)

-¿Conoces al Padre Heredia, reportero?

-¡Claro que sí! Don Carlos Heredia Cervera. Canónigo del Venerable Cabildo Metropolitano. Amigo nuestro muy antiguo y estimado. Nos tuteamos: honor que nos hace. De cerca hemos acompañado sus pasos desde que era sacristán mayor de la Santa Iglesia Catedral hasta su merecido ascenso a Vicario General de la Arquidiócesis. Me gusta oír misa donde él oficia, ya sea en el asilo Celarain, en la capilla de la Huerta… Escoge un tema del momento. Lo presenta con franqueza, claridad, conocimiento y concisión, que son las cuatro virtudes cardinales de la homilía. No se anda por las ramas: va al grano, directo…

-Pues ojalá que se te pegue algo de sus homilías, reportero, a ver si no escribes tan largo. Tu columna de ayer medía casi cien centímetros.

-Y me quitaron la mitad, don César. Me dijeron que era demasiado franca, demasiado clara. Que tenía muchos “demasiados”. La dirección me puso como ejemplo, precisamente, las homilías del Padre Heredia, donde no hay concepto extraviado, ni palabra perdida, ni confusión posible…

-Perdona que te interrumpa, reportero, pero parece que no fuiste el domingo pasado a la misa del Padre Heredia en la Divina Providencia.

Mira esto.

En la Plaza Grande, sentado en la banca de costumbre, don César Pompeyo abrió la carpeta, algo mojada por la llovizna, donde guarda nuestro editorial “Con los labios sellados: La Iglesia en el caso Medina Abraham”, la respuesta de la Iglesia en la carta del canciller Echeverría, publicada en este periódico, y los informes de los fieles sobre la lectura pública de la carta, por los señores sacerdotes, en las misas dominicales y las sabatinas de privilegio.

-El Padre Heredia advirtió que lo que estás publicando crea confusión -indica el señor Pompeyo leyendo el papel que tenía en la mano, escrito con letra menuda, en una sola cara.

-¿Leyó la carta?-Parece que no. Sólo dijo que la carta del canciller no era para publicar en el periódico y que no sabía por qué se había publicado. Fue muy parque.

Señaló que este asunto, o sea lo que estás publicando, crea confusión.

Que muchas personas se han acercado a él a pedirle consejo y él les contesta que nadie tiene derecho de juzgar a nadie.

-¿No se lo dije, don César? El Padre Heredia es conciso. Con una sola palabra define el problema. Confusión. No sé si son muchos o son pocos, pero que hay católicos confundidos en el caso Medina Abraham, ¡claro que los hay! Que hay fieles confundidos por el editorial y la carta del cancelador, ¡desde luego! Que hay felices confundidos por las críticas de sacerdotes, muchos o pocos, al Diario, ¡ni hablar! Confundidos, extrañados, sorprendidos, asombrados…

-Corta la literatura, reportero. Al grano, como el Padre Heredia. ¿Por qué cree el Padre Heredia que hay confusión?-Pregúnteselo usted a él, don César. Yo no soy vocero de la Arquidiócesis.

Lo que yo puedo hacer…

-Pues hazlo, dame tus opiniones sobre las causas de la confusión de los católicos. Pero sin divagar, cosas concretas: uno, dos, tres…

El reportero, que no está confundido, que ve claro en todo -por eso le tachan y le quitan la mitad de su columna- le dictó a don César Pompeyo, para que las añada a su carpeta, las siguientes causas de la confusión:

1. Las autoridades eclesiásticas no orientan a los fieles sobre el papel que les corresponden como católicos en el caso Medina Abraham y los conflictos públicos que ha originado.

2. El caso Medina Abraham se ha señalado por la violación pública, comprobada, de valores morales que a la Iglesia Católica ya sus fieles les corresponde proteger y defender en la sociedad.

3. El caso Medina Abraham perturba viejos esquemas de comodidad social al generar conflictos íntimos entre la conciencia y el figurado; entre la conciencia y el bolsillo; entre la conciencia y el miedo tremendo a dar la cara, a ser testigo; entre la conciencia y esa especie de seguridad en que queremos sentirnos cuando, pase lo que pase, sea quien sea y haga lo que haga, yo soy amigo de todos, yo no me peleo con nadie, en una neutralidad convenenciera que nos va llevando, pian pianito, a la insensibilidad egoísta, fácil y por eso contagiosa, del ande yo caliente y púdrase la gente. Conflictos escondidos, reprimidos, pero rebeldes, que punzan y pican de vez en cuando, despertando cierta inquietud que disfrazamos de confusión. Una confusión que busca en los pastores espirituales el caramelo distractor de un consejo apaciguante: sigue mi ejemplo. No te metas.

4. Hay sacerdotes que utilizan la inmunidad del templo para decir en la misa a los fieles que el Diario de Yucatán miente y calumnia a los sacerdotes y la Iglesia en sus informaciones y editoriales sobre el caso Medina Abraham. Cuando este periódico, en un gesto de buena voluntad, en un deseo de que prevalezca la verdad, les pregunta cuál es la mentira, dónde está la calumnia, con el deseo de publicar la rectificación y reparación correspondientes, esos sacerdotes se quedan callados, sin dar al que ofenden la oportunidad de defender su patrimonio, que es la rectitud de su intención.

5. No hay todavía en nuestro medio la costumbre, tan benéfica en los países que la han adoptado, de que los laicos apoyan a su Iglesia con una crítica razonada y respetuosa al ministerio sacerdotal y al ejercicio de la autoridad eclesiástica.

-Una crítica sana, que tanto bien está haciendo a la Iglesia Católica, sobre todo desde el punto de vista preventivo, para capear con éxito las tormentas de hoy -subrayó don César-, pero te pedí, reportero, que fueras conciso, como el Padre Heredia, y ya me dictaste 12 causas de la confusión…

(El señor Pompeyo no podía saber que en la Redacción iban a tachar y quitarle a la columna las otras siete causas.)-Ya me dictaste 12 causas de la confusión, presentimiento que quieres seguir de frente y todavía no me dice nada sobre el consejo del Padre Heredia: “Nadie tiene el derecho de juzgar a nadie”.

-Ahora el confundido soy yo, don César. Toda esta bulla comenzó porque un Monseñor, que está con el Padre Heredia en el Colegio de Consultores de la Arquidiócesis, se arrogó el derecho de juzgar al Diario y acusarnos en público de que somos tendenciosos en nuestras informaciones del caso Medina Abraham. En nueve cartas pedimos al Colegio, a todos sus sacerdotes integrantes, una aclaración, una explicación, que nos dijeran dónde y cuándo habíamos mentido en el caso Medina Abraham, para que publicáramos enseguida la rectificación correspondiente, pero ya pasó más de un año y…

-¿No les ha contestado el Colegio? ¿Ninguno de los nueve? ¿Ni siquiera el Padre Heredia, que es tan amigo tuyo y tanto justificadamente elogias?-Ya se puede usted imaginar, don César, la presión a la que deben estar sometidos, ¿no cree?-Lo que yo estoy empezando a creer, reportero, es que aquí hay alguien que no está en su sano juicio, que juzga pero no deja juzgar. Por eso hay tanta confusión. Acompáñame a la Catedral para pedirle al Espíritu Santo que ilumine a las autoridades eclesiásticas, a los sacerdotes, a los dirigentes católicos, a los periodistas, para que imiten al Padre Heredia y hablen con franqueza, claridad, conocimiento y concisión en el caso Medina Abraham. Ya es hora de abrir el armario para que empiecen a salir los esqueletos. Vamos a rezar también por el Monseñor del cuento, no le guardes rencor…

-Para nada, don César, nuestro respeto y amistad son invariables. Fíjese que hace unos días, me parece que anteayer, hasta publicamos su foto.

Está con el Cardenal de Honduras. Los Monseñores no están hoy de nuestro lado, por lo menos en público, pero los siguen queriendo, en eso, don César Pompeyo, en eso que no haya confusión.

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