(Primera Columna publicada el 11 de mayo de 2005)

Una debilidad aguda en el gobierno de Vicente Fox -opinó ayer la columna-, revelada por el caso Medina Abraham, es una de las causas de que Armando Medina Millet haya cumplido nueve años en la cárcel, víctima de una sentencia sustentada en las pruebas falsas que rindió un proceso judicial viciado.

Para entender esta debilidad esbozaremos primero la versión de que el señor Fox llega a la presidencia en virtud de un acuerdo del gobierno mexicano. Un acuerdo en el que habrían participado sectores del PAN y el PRI; empresarios, ¿de Monterrey?; el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. ¿La Casa Blanca también? Un acuerdo que tal vez se pactó en tiempos de Carlos Salinas, al llegar el país y el extranjero a la demorada conclusión de que sin alternancia en el poder México no se enderezaba. Una frase podría resumirlo: Si no hay democracia, no hay dólares.

Por fantástica, o fantasiosa, que esta versión te parece, lector, engrana con una de las grandes sorpresas en la historia de México: en franca ruptura con los protocolos y las tradiciones, el presidente Ernesto Zedillo, que no es autoridad electoral, sale a la televisión para anunciar que Vicente Fox ha ganado. Si se está gestando el fraude, que aborte y nazca muerto. Hay que respetar los compromisos.

Compromisos: ésta es la clave. Con acuerdo o sin acuerdo, con Zedillo o sin él, con Washington y los bancos o sin ellos, la manera en la que don Vicente se ha comportado en el caso Medina Abraham conduce a la suposición, o conclusión, de que su triunfo no fue gratis. Tuvo que pagar un precio. Un precio estipulado en compromisos: Está bien, vas a ser presidente, pero no puedes tocar ni a éste, ni a ése ni a aquel. Ni a sus socios y amistades. Ni a sus intereses.

Vamos a ponerles un nombre común a éste, ése y aquel. A sus compañeros de viaje. Un nombre que les queda bien a su pasado, presente y futuro. Un nombre que los comprende a todos. Vamos a ponerle la “mafia”. La mafia no le dice al señor Fox qué es lo que debe hacer. Le indica lo que no puede hacer. Le marca dónde no se puede meter. Estamos, claro, en el terreno movido de la conjetura.

Regresamos a la pampa de granito, a la realidad inobjetable que es el caso Medina Abraham. Vamos a detenernos en un campo poco explorado. La columna no cree que haya en Yucatán una familia que por sí sola tenga el dinero y el poder suficiente para comprar -se compra de muchas maneras, no sólo con billetes-, para comprar, repetimos, el apoyo visible o encubierto, el silencio, la abstención o la complicidad de la Presidencia de la República, de la Secretaría de Gobernación, de altos mandos nacionales y regionales del PAN, el PRI y el PRD, del gobernador Cervera, de Procuradurías de aquí, allá y acullá, de jueces y magistrados, de cardenales, obispos, monseñores y archimandritas, de magnates y locutores de la televisión, de directores de periódicos, de presidentes de colegios, cámaras, instituciones…

Una familia sola no puede tanto. Se requiere de una red de intereses comunes en que la protección a uno de los socios es la garantía de la seguridad de todos. Se necesita una mafia. Una mafia infiltrada en las cúpulas del poder político, militar y religioso. Una mafia que le pueda decir al más pintado de los “todopoderosos”: No te metas con éste, ni con ése, ni con aquel. Ni con sus amistades. Ni con los intereses de nadie. Una mafia que le puede advertir a cualquiera, del señor presidente para abajo: Usted no se meta en el caso Medina Abraham.

Vicente Fox no se mete en el caso Medina Abraham. No se mete aunque el Diario de Yucatán le ponga en la mano las pruebas de que funcionarios y generales que al fin y al cabo depende de la Presidencia de la República han delinquido, en detrimento de la verdad y la justicia. Ni siquiera ha tenido don Vicente la cortesía de responder a las solicitudes de este periódico. Solicitudes en que nada más se le pide que investigue si son verdad o no lo son las denuncias que le ha presentado y vuelto a presentar el periódico, en público y en privado, por los más diversos conductos: la información, el editorial, la visita a Los Pinos, el envío de expedientes, el gobernador, su esposa doña Martha. Silencio. El silencio en que nació un refrán: el que calla otorga.

Si el señor Fox, colaborador de nuestra página editorial mientras no fue presidente, antiguo amigo de esta casa -¿o ex amigo?-, donde fue recibido con el afecto y la esperanza que se acuerda a los hombres de buena voluntad que predican con el ejemplo; si don Vicente discrepa de las opiniones de la columna, si no está sujeto a compromisos invalidantes, ¿a qué se debe, por sólo citar una notaria omisión, que ni siquiera pueda llamar por teléfono al secretario de la Defensa y pedirle que le mande a Los Pinos al teniente coronel Vicente Zárate Noble para que le pregunte si es cierto o no lo que publicó el Diario de Yucatán?

El doctor Zárate, especialista militar en disparos y heridas de fuego, experto de justo renombre internacional, declaró a este periódico que seis meses estudió el caso Medina Abraham y rindió luego un dictamen de suicidio. Un grupo de generales -dimos sus nombres y apellidos-, alegando amistad con la familia Abraham Mafud, trató de obligarlo a proceder contra su ciencia y su conciencia. Los generales trataron, incluso con amenazas, de forzarlo a dictaminar un homicidio. Como no lo consiguieron, desterraron al teniente coronel a una sierra de Guerrero para impedir su participación en el juicio.

El Ejecutivo federal estuvo un buen tiempo de poner el testimonio del doctor Zárate a disposición del Tribunal Superior de Justicia yucateco antes de que rechazara los recursos de apelación interpuestos por Medina Millet contra la sentencia de homicidio. Viniendo de quien venía, nada menos que el Presidente, hubiera sido, para los magistrados, una voz difícil de desoír.

El dictamen de Zárate le hubiera sentado de perlas a la Suprema Corte de Justicia como valiosa orientación complementaria en la tarea de apegar a la verdad la resolución que debe dictar hoy sobre el caso Medina Abraham. Otra oportunidad perdida.

Si no está atado por compromisos, ¿a qué se puede atribuir el silencio de don Vicente en un caso que ha rebasado los límites de un litigio local y trascendido al ámbito de un conflicto entre poderes que ha merecido intervenciones diversas de la Corte y ambas cámaras del Congreso de la Unión? Un conflicto que no habría llegado a donde está, ni desatado tanto escándalo y polémica, si el señor Fox, en sana advertencia al país, hubiera dispuesto una investigación pronta, imparcial, de las documentadas denuncias de fechorías federales que este periódico le presentó.

¿Es el silencio presidencial un derivado de la escasa importancia, colindante con la indiferencia, que se concede en el altiplano a la provincia en cuestiones de respeto a la ley y los derechos humanos? ¿Estamos tan lejos del Centro? ¿Es tan fácil confinar un clamor por justicia a los límites de un estado, aislándolo del resto de la nación? ¿Es que Yucatán, hoy como ayer, es pieza de negociación, artículo de trueque, peón de ajedrez que se puede sacrificar en el regateo de favores y pactos que se gestionan en lo oscuro de la gran metrópoli?

El caso Medina Abraham le tomó el pulso a la Federación. Es una radiografía que señala en Yucatán la punta de un iceberg peligrosa para la navegación política nacional. Los compromisos inconfesables no sólo aquí le atarían las manos y le sellarían los labios al Presidente. En cualquier otro punto de la república donde estén en juego sus intereses, la mafia le ordenará al señor Fox: ¡No te metas! Es probable que no haya nadie que lo denuncie, pero el ciudadano se llega a enterar, más temprano que tarde. Se desacredita así la gestión pública, se deprecian los bonos populares de un partido y los platos rotos a la chita callando se pagan con derrotas electorales costosas.

El caso Medina Abraham le mide el aceite a los motores de la Federación. Lo avisó el Diario desde los años noventa. Precisó su aviso en 1999, en editorial de primera plana que invitó -sin éxito- a los señores de la Cámara de Diputados a ver sobre el terreno de los hechos lo que podría suceder también, o ya estaba sucediendo, en sus respectivas entidades. ¿Cuántos otros casos Medina Abraham habrá en México?

Nos dicen que don Vicente duerme hoy en Mérida. Si se anima al fin a expresar en este periódico sus opiniones de gobernante, como antes lo hacía en estas mismas páginas con sus editoriales de vigía de la oposición, nos permitimos recordarle que nuestras columnas siguen abiertas de par en par.

Mientras tanto, hacemos votos porque nos vayamos a la cama, o la hamaca, con un fallo de la Suprema Corte que le imprime fuerza y ​​velocidad a la incipiente tendencia a la reivindicación que puede significar la “renuncia” del fiscal de la nación, general Rafael Macedo de la Concha, conocida “mano negra” del caso Medina Abraham. Una reivindicación de los decaídos fueros federales en el campo de la moral republicana. Una reivindicación que, más allá de las palabras devaluadas, dé cierta respuesta a nuestras preguntas. Una reivindicación que demuestre a los mexicanos que ni éste, ni ése, ni aquel pueden decirle al presidente Fox: ¡No te metas!

Salud, don Vicente, salud. Los que quieren vivir en la paz de la ley y el derecho te saludan.

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